«Cuando se ha tenido una vez la suerte de amar hondamente uno se pasa la vida buscando de nuevo ese ardor y esa luz del amor. Renuncia a la belleza y a la dicha sensual, que le es ajena, y ponerse exclusivamente al servicio de la desdicha exige una grandeza que me falta. Pero a pesar de todo, la belleza aislada termina por hacer muecas y la justicia solitaria por oprimir. Quien quiere servir a una con exclusión de la otra no sirve a nadie, ni siquiera a mí mismo, y viene a cometer, a la postre, dos veces una injusticia. Por fin llega un día en que a fuerza de rigidez ya nada asombra; todo es perfectamente conocido y la vida siempre es la misma. Ésas son épocas de destierro, de vida seca, de alma muerta. Para revivir es menester recibir una gracia, olvidarse de sí mismo o tener una patria. Y ciertas mañanas, al volver una calle ocurre que cae un deleitoso rocío, que pronto se evapora, sobre el corazón.» (Albert Camus)
Hoy he despertado un poco mejor. Mi sueño no es reparador y logro recordar el contenido de mis producciones oníricas, lo cual significa que la conducta de descanso está incompleta. Me pregunto si seré capaz de desayunar algo, en mi cuerpo apenas ha querido entrar un té caliente y sé que no tardarán mucho en casa en darse cuenta de que nada más ha pasado por mi garganta. Lo sé, y soy consciente de que por ésto soy objeto de sus preocupaciones, pero la otra noche me forcé a cenar y pasé una muy mala noche. Ahora mismo lo que siento es que me falta el aire y me pesa la cabeza como si repentinamente mi carne se hubiese transformado en plomo. Trato de mantenerme despierta porque sé que, si decido ahora descansar un poco, tampoco lo conseguiré; o me despertaré con ése dolor de cabeza tan característico de haberme intentado forzar al sueño y no haberlo conseguido, o haberlo hecho brevemente.
De vez en cuando me molestan los sueños relacionados con todo lo que mi cerebro parece querer estar escondiendo. Nunca me creíste, a decir verdad ahora mismo tampoco sé si yo a mí misma me estoy dando el mínimo crédito. Hay muchos recuerdos que mi mente ha querido esconder bajo una especie de manto grueso para no tener que volver a re-experimentarlos. En parte, imagino que ésto es de agradecer; tal vez no soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a ésas cosas. Antes tampoco lo era. Tampoco sé si en un futuro lograré hacerlo con éxito, o volveré a tener ansiedad, estrés, vomitaré absolutamente todo lo que paladee y empiece a necesitar de nuevo medicación para olvidar.
No todas las cosas las he olvidado, por supuesto. Hay pequeños detalles, fragmentos mínimos que merodean por mis pensamientos de vez en cuando. Los más agradables sólo me dan un pequeño pinchazo en el pecho y leves ganas de llorar, pero hay otros que son como... como circuitar. Como si me estuviesen lanzando un trozo de cristal rajado en la espalda. Todo se vuelve frío a mi alrededor, y la boca se me seca, por más que intento tragar saliva me es imposible. Flashbacks recorren mi mente, parecen pequeños niños correteando de acá para allá con aparente tranquilidad. Imagino que se cuelan a través de los pequeños huequecitos del manto, que lleva demasiado tiempo tapándolos. Si cierro los ojos, creo que soy un poco más capaz de dibujarlos, pero si soy honesta, ya no puedo recordar tu cara o tus facciones, y poco a poco te vuelves un poco más desconocido para mí. No te puedo mirar a los ojos porque no los recuerdo. Antes eras amenazante, ahora puedo quedarme quieta donde estoy. Me tiemblan un poco los dedos.
Al principio de todo, simplemente pensaba que estaba obsesionada. Que era una parte de mi pasado que no podía procesar del todo y que significaba simplemente que echaba de menos mi antigua vida; después del diagnóstico, las cosas fueron mucho más sencillas. Mi mente dejó de vivir tan sumamente confundida, y poder identificar mis síntomas y trabajar sobre ellos cuando sucedían es bastante gratificante. No obstante, aquellos en los que no interviene mi propia voluntad son más difíciles de manejar. Los sueños a veces siguen acosándome, incluso el Sol, ¿puedes creer? Los propios rayos de Sol actúan sobre mi cuerpo como un estímulo aversivo. Nunca dejará de parecerme increíble el poder que tiene la mente humana. La capacidad de desarrollar el miedo a la luz.
A veces salgo al pequeño balcón que hay en mi habitación, pongo las piernas desnudas en la barandilla y simplemente me dejo estar. Sin embargo, sé que el contexto en el que estoy (aunque se me estén creando pecas en la nariz) es el que me provoca ansiedad. La desensibilización in vivo es uno de mis procedimientos favoritos para eliminar las fobias, pero cuando llega la hora de aplicártela a ti misma, las cosas cambian. Todo siempre es mucho más sencillo visto desde una tercera perspectiva.
El Sol me recorre ahora mismo las clavículas, los huesos de las caderas, los hombros. Se siente bien aquí, pero porque sé que en el balcón, mientras muevo el bolígrafo sobre el papel, estoy a salvo. Siempre puedo huir hacia adentro y tomar media pastilla; si salgo a la calle, todo se transforma. Los flashbacks empiezan a azotarme las sienes como una manada de caballos salvajes.
Noto cómo el vello que me cubre los brazos y la espalda se eriza un poco si me vienen ciertas imágenes a la mente. Palmeras, playa, el Sol brillando en la punta más alta del cielo despejado. Hay gente alrededor, lo sé porque casi puedo escucharles. Recuerdo que no hay incomodidad en mi cuerpo, que puedo decir que mi fisiología funciona como un reloj y que los nervios que siento son una sensación incluso agradable, como un montón de nudos en el estómago que se revuelven y se cruzan entre ellos. La sombra de los árboles, aunque no recuerdo las formas de sus hojas, sobre la acera. Tampoco recuerdo el color de las aceras. Pero recuerdo el crepúsculo, el Sol yéndose, unos bancos de madera y algunas luces que están situadas a una altura de mis rodillas. El resto de pequeños detalles están un poco más difusos pero, sobre todo, éso es lo que puedo recordar. No recuerdo mi ropa, ni mi cuerpo (bueno, miento, recuerdo un poco mi tripa).
Ésa era la primera parte del desastre y yo no lo sabía. Por lo general, las épocas más felices de nuestras vidas suelen traer después un período de descompensación.
De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.
No estoy tan enferma como lo estaba antes, pero me pregunto si realmente no lo estoy o si entre todas las cosas que mi cabeza está intentando tapar también se encuentra mi enfermedad. El sueño de anoche parecía muy real, incluso parecía que yo misma me había forzado a tenerlo. Ahora recuerdo muchas cosas más. Tengo miedo de girarme y verlas.
De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.
De desolación.
De vez en cuando me molestan los sueños relacionados con todo lo que mi cerebro parece querer estar escondiendo. Nunca me creíste, a decir verdad ahora mismo tampoco sé si yo a mí misma me estoy dando el mínimo crédito. Hay muchos recuerdos que mi mente ha querido esconder bajo una especie de manto grueso para no tener que volver a re-experimentarlos. En parte, imagino que ésto es de agradecer; tal vez no soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a ésas cosas. Antes tampoco lo era. Tampoco sé si en un futuro lograré hacerlo con éxito, o volveré a tener ansiedad, estrés, vomitaré absolutamente todo lo que paladee y empiece a necesitar de nuevo medicación para olvidar.
No todas las cosas las he olvidado, por supuesto. Hay pequeños detalles, fragmentos mínimos que merodean por mis pensamientos de vez en cuando. Los más agradables sólo me dan un pequeño pinchazo en el pecho y leves ganas de llorar, pero hay otros que son como... como circuitar. Como si me estuviesen lanzando un trozo de cristal rajado en la espalda. Todo se vuelve frío a mi alrededor, y la boca se me seca, por más que intento tragar saliva me es imposible. Flashbacks recorren mi mente, parecen pequeños niños correteando de acá para allá con aparente tranquilidad. Imagino que se cuelan a través de los pequeños huequecitos del manto, que lleva demasiado tiempo tapándolos. Si cierro los ojos, creo que soy un poco más capaz de dibujarlos, pero si soy honesta, ya no puedo recordar tu cara o tus facciones, y poco a poco te vuelves un poco más desconocido para mí. No te puedo mirar a los ojos porque no los recuerdo. Antes eras amenazante, ahora puedo quedarme quieta donde estoy. Me tiemblan un poco los dedos.
Al principio de todo, simplemente pensaba que estaba obsesionada. Que era una parte de mi pasado que no podía procesar del todo y que significaba simplemente que echaba de menos mi antigua vida; después del diagnóstico, las cosas fueron mucho más sencillas. Mi mente dejó de vivir tan sumamente confundida, y poder identificar mis síntomas y trabajar sobre ellos cuando sucedían es bastante gratificante. No obstante, aquellos en los que no interviene mi propia voluntad son más difíciles de manejar. Los sueños a veces siguen acosándome, incluso el Sol, ¿puedes creer? Los propios rayos de Sol actúan sobre mi cuerpo como un estímulo aversivo. Nunca dejará de parecerme increíble el poder que tiene la mente humana. La capacidad de desarrollar el miedo a la luz.
A veces salgo al pequeño balcón que hay en mi habitación, pongo las piernas desnudas en la barandilla y simplemente me dejo estar. Sin embargo, sé que el contexto en el que estoy (aunque se me estén creando pecas en la nariz) es el que me provoca ansiedad. La desensibilización in vivo es uno de mis procedimientos favoritos para eliminar las fobias, pero cuando llega la hora de aplicártela a ti misma, las cosas cambian. Todo siempre es mucho más sencillo visto desde una tercera perspectiva.
El Sol me recorre ahora mismo las clavículas, los huesos de las caderas, los hombros. Se siente bien aquí, pero porque sé que en el balcón, mientras muevo el bolígrafo sobre el papel, estoy a salvo. Siempre puedo huir hacia adentro y tomar media pastilla; si salgo a la calle, todo se transforma. Los flashbacks empiezan a azotarme las sienes como una manada de caballos salvajes.
Noto cómo el vello que me cubre los brazos y la espalda se eriza un poco si me vienen ciertas imágenes a la mente. Palmeras, playa, el Sol brillando en la punta más alta del cielo despejado. Hay gente alrededor, lo sé porque casi puedo escucharles. Recuerdo que no hay incomodidad en mi cuerpo, que puedo decir que mi fisiología funciona como un reloj y que los nervios que siento son una sensación incluso agradable, como un montón de nudos en el estómago que se revuelven y se cruzan entre ellos. La sombra de los árboles, aunque no recuerdo las formas de sus hojas, sobre la acera. Tampoco recuerdo el color de las aceras. Pero recuerdo el crepúsculo, el Sol yéndose, unos bancos de madera y algunas luces que están situadas a una altura de mis rodillas. El resto de pequeños detalles están un poco más difusos pero, sobre todo, éso es lo que puedo recordar. No recuerdo mi ropa, ni mi cuerpo (bueno, miento, recuerdo un poco mi tripa).
Ésa era la primera parte del desastre y yo no lo sabía. Por lo general, las épocas más felices de nuestras vidas suelen traer después un período de descompensación.
De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.
No estoy tan enferma como lo estaba antes, pero me pregunto si realmente no lo estoy o si entre todas las cosas que mi cabeza está intentando tapar también se encuentra mi enfermedad. El sueño de anoche parecía muy real, incluso parecía que yo misma me había forzado a tenerlo. Ahora recuerdo muchas cosas más. Tengo miedo de girarme y verlas.
De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.
De desolación.
If you'll be my star
I'll be your sky
You can hide underneath me and come out at night
When I turn jet black, and you show off your light
I live to let you shine
But you can skyrocket away from me
And never come back of you find another galaxy
Far from here
With more room to fly
Just leave me your stardust to remember you by
~
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