miércoles, 25 de marzo de 2020

Sin embargo, te advierto de que estamos cosidos a la misma estrella.

«Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte. Porque el dolor -¿y qué otra cosa más que el dolor?- me ha hecho eterna.» (Rosario Castellanos)


Realmente, no sabría por dónde comenzar a escribir.

Ha pasado mucho tiempo, y me he olvidado incluso del espacio que suelo dejar entre los párrafos.

No es que no haya tenido momentos de dolor a lo largo de éste tiempo, es que simplemente he dejado de mirarlos. No he querido identificarlos, no he querido mirarles a los ojos. Sé que irremediablemente me llevarán directa a todo aquello de lo que trato de escapar día a día. Vivir con estrés post-traumático no es fácil, ya lo sé, y pese a que acudo a terapia religiosamente y trato de seguir al pie de la letra las instrucciones, soy consciente de que hay cosas que se van a quedar grabadas para siempre en mi piel. No acudo tanto aquí, porque realmente no sabría a quién dirigirme, ya no sabría a quién debo dedicarle las cartas desde Eta Carinae. 




A veces sucede de una forma demasiado fuerte como para detenerla. Me azota rápido; si tuviese que describirlo con exactitud, sin duda sería como un golpe seco en la espalda mientras vas caminando. Por un momento te quedas paralizada, y luego empieza la sensación de falta de aire. 



Hacía muchísimo tiempo que no sentía este tipo de ansiedad, tan profunda. Me sorprendí a mí misma el otro día, mientras hacia ejercicio, ahogándome en mi propio cuerpo. Trataba de tomar un poco de aire, pero había una especie de mano invisible apretándome la garganta. El aire no entraba por completo en mis pulmones. Se me nublaba un poco la vista e incluso los dedos empezaron a temblequearme de una forma casi ridícula. Tal vez hacía mucho tiempo que no sentía un ataque de ansiedad, pero nunca antes los había recordado tan... no sé. Apabullantes. 

Estoy resistiéndome a medicarme, porque en un futuro no quisiera tener que depender de drogas químicas para sobrevivir; aunque estoy bien servida con los anti-depresivos. La tentación de ir a la cocina a por un Orfidal está ahí, entre otras cosas, porque tampoco quiero ser una preocupación para mi familia. Ya tenemos suficiente con una persona enferma en casa, y creo que no debería ser una carga sino más bien... una mano más. Que reme hacia adelante.



Pero hay cosas que no desaparecen. Hay sensaciones de las que parece que jamás me libraré, recuerdos que vivirán en mi mente, parece ser, hasta el final de mis días. Se evocan fácilmente y, aunque ahora están un poco más difusos, no dejan de atormentarme de vez en cuando. Aunque ya no necesito soñar para intentar dormir un poco; me basta con escuchar una voz al otro lado del teléfono. Qué más da si hablo con los ojos cerrados o abiertos, hay lo mismo... y la oscuridad me envuelve, y si giro un poco los codos, me choco con los huesos de mi cadera y entonces es cuando me doy cuenta de que estoy cayendo.

Ha sido otro día sin comer. Recuerdo que, cuando era más pequeña, sometía a mi cuerpo a la largura de los días sin probar bocado, soñando con tener el cuerpo de mis sueños. Soñando con ser atractiva, con hacer que desapareciera un poco de aquí y de allí. Ahora no soy la que tiene que forzarse al ayuno, es mi cuerpo el que me está obligando a mí. No me pasan la comida ni los líquidos por la garganta, y es exasperante. Me noto débil, me noto la incapacidad para andar o para hacer un esfuerzo y vestirme; la ropa me queda grande, tengo la cara huesuda y cuando muevo los brazos apenas se levanta una pequeña brumita. Ya, ya lo sé. Siempre he tenido una mala relación con la comida. Pero esto es diferente.

Realmente no puedo.

Ayer me detuve a pensar si los síntomas fisiológicos que hay dentro de mí son causados por la desnutrición. Mi psicólogo solía asustarme con el hecho de que podía darme un infarto si no me alimentaba e hidrataba bien, y ahora ésos miedos han vuelto a hacer aparición. No quiero morir de inanición, pero tampoco puedo comer.



Estoy teniendo que aprender a las malas lo que leo en mis apuntes. La ansiedad no siempre es angustia, no siempre es una sensación consciente; mi cuerpo está ansioso y nervioso y mi mente simplemente está asustada por sus reacciones. Ya, ya lo sé también. No debería estar presionándome tanto. Estrés post-traumático, tío. Todavía me suena raro decirlo. Tienes estrés por un trauma. Ya. Es que ha pasado mucho tiempo. Odio mi cabeza. Si pudiese atravesarme las meninges para extraerme la masa cerebral, lo haría.

De todas formas, creo que no es justo dejar de luchar. Hoy estoy cansada. Mañana será otro día.




Juré que no volvería a sucederme de nuevo,
volvió a pasar.
Que Cupido no volvería a enredarme en su juego,

y aquí ahora estás
hablando de amar.
~

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