domingo, 29 de marzo de 2020

¡Qué sabe de amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!

«He estado pensando en ti constantemente, como si fueras un hermoso sueño que no se acabará nunca, hasta que yo deje de vivir. Luego vino ese sentimiento, que no me ha abandonado todavía, de que yo era un pobre diablo y de que tenía que luchar mucho para defenderme de mí mismo. Pues yo no quería entregar un corazón enfermo como el mío y un espíritu (muchos dicen alma) cansado de tanto andar solo por el ancho mundo. Pues yo, y esto no te lo he contado todavía, desde que yo me acuerdo, siempre fui un sujeto dado a estar solo; ni cuando era chiquillo me gustó andar con los demás, jugaba a los juegos que se usan entonces, pero pronto me cansaba y entonces me sentaba en una silla y me ponía a leer lo que encontraba primero y allí me estaba lee y lee día y noche hasta que me apagaban la luz. Esto me hizo daño. Yo sé que me hizo daño para la vida. Uno tiene su vida interior formada desde los primeros años, y al fin un día se encuentra uno con la vida de afuera y la halla uno llena de problemas y complicaciones y uno no está bien preparado para eso. Así pues, no creas que leer desde ese entonces me hizo inteligente, no, me hizo más bartolo. Me centré en mí mismo y vivía por dentro, porque le tenía miedo al mundo. Eso hubiera estado bien si yo no hubiera salido de mi pueblo, pero tú sabes lo vago que soy. A esta piernas flacas que tengo les gusta caminar y se soltaron caminando. Fueron y vinieron y yo sigo igual, teniéndole algo de temor a la gente. Digo algo, porque tú me has sacudido el polvo: es decir tú, a través del amor que le has despertado a uno, me has hecho menos temeroso de enfrentarme con las cosas y los trabajos de los días entre un mundo de gente extraña.» (Juan Rulfo)


Cuando se me atribulan así los sentimientos, nunca sé muy bien por dónde comenzar a drenarlos. Tampoco creo ser capaz de contenerlos dentro, porque tengo la sensación de que es una enorme bola que está en mi interior creciendo. Como una pelota de goma, pegándose golpes contra las paredes de mi cuerpo. Siempre le tuve miedo a la nada, pero ahora que estoy enfrentándome a ella, no sé cómo tomármela. Es que ya han sucedido tantas cosas que me dan miedo que no sabría muy bien cómo digerirlo. Tal vez mi cuerpo está tan insensibilizado que ya ni siquiera puedo sentir con realidad. Me golpeo contra ése cristal que me protege del mundo para que no sea yo la que se quiebre. Tomo aire, pero hay algo punzante contra mi garganta que me impide que éste sea limpio. Hay tanto tráfico de pensamientos y frases largas en mi cerebro que ni siquiera soy capaz de tararear internamente la canción que estoy escuchando. Creo que a veces tratamos de hacer las cosas tan bien que los demás no lo comprenden; las personas como yo sentimos de una forma completamente distinta al resto. Demasiado. De una forma mucho más pura y mucho más intensa. No sabría cómo explicarlo. Es muy parecido a vivir sin ningún pellejo que te proteja. Todos tus músculos y terminaciones nerviosas están completamente expuestos a quien desee golpearlos, y cualquier mínimo roce te escuece. 

Ésa es la expresión que estaba buscando todo el tiempo. Escuece. Como con hierros candentes. Y al mismo tiempo, miras a través de esa pantalla que te insensibiliza. 


Muchas veces hace falta muy poco para desatar una tormenta. Creo que llevo tanto tiempo guardándomelo dentro que una vez que se empieza, es complicado parar. Y por suerte, en la actualidad las tormentas se llevan a cabo dentro de mi habitación. Puedo ahogar las lágrimas si alguien quiere entrar y verme, pero me cuesta mucho y es la tercera vez en menos de diez minutos que tengo que restregarme la cara en una sudadera que tengo cerca para limpiármelas y fingir que lo que ocurre no es que esté llorando, sino que los ojos me lagrimean. 

Sigo sin poder recordar demasiadas cosas y sé que ahora, cuando me vengan fugaces recuerdos a la mente, me pondría a llorar más fuerte. Es éso lo que estoy tratando de intentar (espero conseguirlo). Exponerme todo el tiempo a un estímulo ansiógeno es muy arriesgado, pero parece que mi cuerpo de alguna forma lo pide. Opino que la insensibilización está intentando desensibilizarse a sí misma y ni siquiera sé lo que estoy escribiendo ahora mismo, pero no pienso detenerme o borrarlo. Me gustaría ser más capaz de ordenar mis pensamientos.

Cuando todo el tiempo intentas hacer las cosas lo mejor posible y ello te causa ansiedad, cualquier mínima palabra que eche un poco tus palabras por tierra es absolutamente dolorosa y se te clava como una espina en la espalda. Y si te la quitas, mar de lágrimas. No quiero llorar más, creo que me asusta.


Seré sincera, y es que tengo miedo de los efectos físicos que puede sufrir mi cuerpo por culpa de mi mente. Adelgazar, el color de mi piel, mi escasa fuerza física y la fatiga y el dolor de cabeza constantes pueden agravarse, ya lo sé. Pero tampoco sé de qué manera tratar de paliar éstos efectos o al menos reducirlos un poco. Estoy viendo cómo parece habérseme agotado el apetito y cada vez me cuesta más comer, incluso masticar se está haciendo todo un mundo. Verme en el espejo y ver cómo mis huesos parecen estar intentando atravesar mi piel antes era satisfactorio, ahora incluso es avergonzante. Si me refugio en los ansiolíticos, es probable que termine siendo una adicta. Y tú nunca supiste ayudarme. Ni siquiera estoy segura de que quisieses hacerlo, y tampoco sé muy bien por qué estoy intentando echarte la culpa de todo. Sólo ha sido un choque, un impacto, la incapacidad de mi hipotálamo para lidiar con una situación a la que, por otra parte, debería estar acostumbrada. No recuerdo mucho, pero estaba enferma. Muy enferma. Ahora no lo estoy tanto, pero creo que es diferente.

Creo que antes estaba enferma a gritos y ahora estoy enferma en silencio. Soy capaz de guardármelo para no dañar a nadie. De estarme quieta y de poder conformarme con estar en silencio, ir al baño, coger una cuchilla y de repente, la ansiedad desaparece. Sé que no es una buena práctica, y que hace sufrir a los de mi alrededor, pero por otra parte es lo único que sé hacer para gestionar mi ansiedad.

Cuando empecé a mejorar y empezaron a olvidárseme cosas, pensaba que poco a poco iba a ser capaz de salir de ésta. La cronicidad no era algo que me asustara si era capaz de controlarla un poco; en éstos momentos pierdo un poco la esperanza. Ayer no quería rendirme, hoy sencillamente me fallan las fuerzas.


Ya, lo sé. Y lo siento. No tuviste la culpa. Cualquiera hubiese huido. Pero tal vez todavía me encuentro en el punto en el que busco culpables como si éso fuese a solucionar algo. No lo va a hacer y a veces se me olvida, pero a veces también se me olvidan todas otras tantas cosas...

Estoy tentada de ir a la cocina a por medio Orfidal, pero entonces me quedaré sin poder tomar otro medio ésta tarde y no quisiera.

Sé que lo están intentando gestionar lo mejor que pueden, pero ahora mismo soy una bomba de relojería.


Now he's gone, I don't know why
Until this day, sometimes I cry
He didn't even say goodbye
He didn't take the time to lie
~

sábado, 28 de marzo de 2020

Pero en ciertos casos, continuar, únicamente continuar, resulta sobrehumano.

«Cuando se ha tenido una vez la suerte de amar hondamente uno se pasa la vida buscando de nuevo ese ardor y esa luz del amor. Renuncia a la belleza y a la dicha sensual, que le es ajena, y ponerse exclusivamente al servicio de la desdicha exige una grandeza que me falta. Pero a pesar de todo, la belleza aislada termina por hacer muecas y la justicia solitaria por oprimir. Quien quiere servir a una con exclusión de la otra no sirve a nadie, ni siquiera a mí mismo, y viene a cometer, a la postre, dos veces una injusticia. Por fin llega un día en que a fuerza de rigidez ya nada asombra; todo es perfectamente conocido y la vida siempre es la misma. Ésas son épocas de destierro, de vida seca, de alma muerta. Para revivir es menester recibir una gracia, olvidarse de sí mismo o tener una patria. Y ciertas mañanas, al volver una calle ocurre que cae un deleitoso rocío, que pronto se evapora, sobre el corazón.» (Albert Camus)


Hoy he despertado un poco mejor. Mi sueño no es reparador y logro recordar el contenido de mis producciones oníricas, lo cual significa que la conducta de descanso está incompleta. Me pregunto si seré capaz de desayunar algo, en mi cuerpo apenas ha querido entrar un té caliente y sé que no tardarán mucho en casa en darse cuenta de que nada más ha pasado por mi garganta. Lo sé, y soy consciente de que por ésto soy objeto de sus preocupaciones, pero la otra noche me forcé a cenar y pasé una muy mala noche. Ahora mismo lo que siento es que me falta el aire y me pesa la cabeza como si repentinamente mi carne se hubiese transformado en plomo. Trato de mantenerme despierta porque sé que, si decido ahora descansar un poco, tampoco lo conseguiré; o me despertaré con ése dolor de cabeza tan característico de haberme intentado forzar al sueño y no haberlo conseguido, o haberlo hecho brevemente.



De vez en cuando me molestan los sueños relacionados con todo lo que mi cerebro parece querer estar escondiendo. Nunca me creíste, a decir verdad ahora mismo tampoco sé si yo a mí misma me estoy dando el mínimo crédito. Hay muchos recuerdos que mi mente ha querido esconder bajo una especie de manto grueso para no tener que volver a re-experimentarlos. En parte, imagino que ésto es de agradecer; tal vez no soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a ésas cosas. Antes tampoco lo era. Tampoco sé si en un futuro lograré hacerlo con éxito, o volveré a tener ansiedad, estrés, vomitaré absolutamente todo lo que paladee y empiece a necesitar de nuevo medicación para olvidar. 

No todas las cosas las he olvidado, por supuesto. Hay pequeños detalles, fragmentos mínimos que merodean por mis pensamientos de vez en cuando. Los más agradables sólo me dan un pequeño pinchazo en el pecho y leves ganas de llorar, pero hay otros que son como... como circuitar. Como si me estuviesen lanzando un trozo de cristal rajado en la espalda. Todo se vuelve frío a mi alrededor, y la boca se me seca, por más que intento tragar saliva me es imposible. Flashbacks recorren mi mente, parecen pequeños niños correteando de acá para allá con aparente tranquilidad. Imagino que se cuelan a través de los pequeños huequecitos del manto, que lleva demasiado tiempo tapándolos. Si cierro los ojos, creo que soy un poco más capaz de dibujarlos, pero si soy honesta, ya no puedo recordar tu cara o tus facciones, y poco a poco te vuelves un poco más desconocido para mí. No te puedo mirar a los ojos porque no los recuerdo. Antes eras amenazante, ahora puedo quedarme quieta donde estoy. Me tiemblan un poco los dedos.



Al principio de todo, simplemente pensaba que estaba obsesionada. Que era una parte de mi pasado que no podía procesar del todo y que significaba simplemente que echaba de menos mi antigua vida; después del diagnóstico, las cosas fueron mucho más sencillas. Mi mente dejó de vivir tan sumamente confundida, y poder identificar mis síntomas y trabajar sobre ellos cuando sucedían es bastante gratificante. No obstante, aquellos en los que no interviene mi propia voluntad son más difíciles de manejar. Los sueños a veces siguen acosándome, incluso el Sol, ¿puedes creer? Los propios rayos de Sol actúan sobre mi cuerpo como un estímulo aversivo. Nunca dejará de parecerme increíble el poder que tiene la mente humana. La capacidad de desarrollar el miedo a la luz.

A veces salgo al pequeño balcón que hay en mi habitación, pongo las piernas desnudas en la barandilla y simplemente me dejo estar. Sin embargo, sé que el contexto en el que estoy (aunque se me estén creando pecas en la nariz) es el que me provoca ansiedad. La desensibilización in vivo es uno de mis procedimientos favoritos para eliminar las fobias, pero cuando llega la hora de aplicártela a ti misma, las cosas cambian. Todo siempre es mucho más sencillo visto desde una tercera perspectiva. 

El Sol me recorre ahora mismo las clavículas, los huesos de las caderas, los hombros. Se siente bien aquí, pero porque sé que en el balcón, mientras muevo el bolígrafo sobre el papel, estoy a salvo. Siempre puedo huir hacia adentro y tomar media pastilla; si salgo a la calle, todo se transforma. Los flashbacks empiezan a azotarme las sienes como una manada de caballos salvajes.



Noto cómo el vello que me cubre los brazos y la espalda se eriza un poco si me vienen ciertas imágenes a la mente. Palmeras, playa, el Sol brillando en la punta más alta del cielo despejado. Hay gente alrededor, lo sé porque casi puedo escucharles. Recuerdo que no hay incomodidad en mi cuerpo, que puedo decir que mi fisiología funciona como un reloj y que los nervios que siento son una sensación incluso agradable, como un montón de nudos en el estómago que se revuelven y se cruzan entre ellos. La sombra de los árboles, aunque no recuerdo las formas de sus hojas, sobre la acera. Tampoco recuerdo el color de las aceras. Pero recuerdo el crepúsculo, el Sol yéndose, unos bancos de madera y algunas luces que están situadas a una altura de mis rodillas. El resto de pequeños detalles están un poco más difusos pero, sobre todo, éso es lo que puedo recordar. No recuerdo mi ropa, ni mi cuerpo (bueno, miento, recuerdo un poco mi tripa). 

Ésa era la primera parte del desastre y yo no lo sabía. Por lo general, las épocas más felices de nuestras vidas suelen traer después un período de descompensación.

De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.



No estoy tan enferma como lo estaba antes, pero me pregunto si realmente no lo estoy o si entre todas las cosas que mi cabeza está intentando tapar también se encuentra mi enfermedad. El sueño de anoche parecía muy real, incluso parecía que yo misma me había forzado a tenerlo. Ahora recuerdo muchas cosas más. Tengo miedo de girarme y verlas. 

De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.

De desolación.



If you'll be my star
I'll be your sky
You can hide underneath me and come out at night
When I turn jet black, and you show off your light
I live to let you shine
But you can skyrocket away from me
And never come back of you find another galaxy
Far from here
With more room to fly
Just leave me your stardust to remember you by
~

miércoles, 25 de marzo de 2020

Sin embargo, te advierto de que estamos cosidos a la misma estrella.

«Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte. Porque el dolor -¿y qué otra cosa más que el dolor?- me ha hecho eterna.» (Rosario Castellanos)


Realmente, no sabría por dónde comenzar a escribir.

Ha pasado mucho tiempo, y me he olvidado incluso del espacio que suelo dejar entre los párrafos.

No es que no haya tenido momentos de dolor a lo largo de éste tiempo, es que simplemente he dejado de mirarlos. No he querido identificarlos, no he querido mirarles a los ojos. Sé que irremediablemente me llevarán directa a todo aquello de lo que trato de escapar día a día. Vivir con estrés post-traumático no es fácil, ya lo sé, y pese a que acudo a terapia religiosamente y trato de seguir al pie de la letra las instrucciones, soy consciente de que hay cosas que se van a quedar grabadas para siempre en mi piel. No acudo tanto aquí, porque realmente no sabría a quién dirigirme, ya no sabría a quién debo dedicarle las cartas desde Eta Carinae. 




A veces sucede de una forma demasiado fuerte como para detenerla. Me azota rápido; si tuviese que describirlo con exactitud, sin duda sería como un golpe seco en la espalda mientras vas caminando. Por un momento te quedas paralizada, y luego empieza la sensación de falta de aire. 



Hacía muchísimo tiempo que no sentía este tipo de ansiedad, tan profunda. Me sorprendí a mí misma el otro día, mientras hacia ejercicio, ahogándome en mi propio cuerpo. Trataba de tomar un poco de aire, pero había una especie de mano invisible apretándome la garganta. El aire no entraba por completo en mis pulmones. Se me nublaba un poco la vista e incluso los dedos empezaron a temblequearme de una forma casi ridícula. Tal vez hacía mucho tiempo que no sentía un ataque de ansiedad, pero nunca antes los había recordado tan... no sé. Apabullantes. 

Estoy resistiéndome a medicarme, porque en un futuro no quisiera tener que depender de drogas químicas para sobrevivir; aunque estoy bien servida con los anti-depresivos. La tentación de ir a la cocina a por un Orfidal está ahí, entre otras cosas, porque tampoco quiero ser una preocupación para mi familia. Ya tenemos suficiente con una persona enferma en casa, y creo que no debería ser una carga sino más bien... una mano más. Que reme hacia adelante.



Pero hay cosas que no desaparecen. Hay sensaciones de las que parece que jamás me libraré, recuerdos que vivirán en mi mente, parece ser, hasta el final de mis días. Se evocan fácilmente y, aunque ahora están un poco más difusos, no dejan de atormentarme de vez en cuando. Aunque ya no necesito soñar para intentar dormir un poco; me basta con escuchar una voz al otro lado del teléfono. Qué más da si hablo con los ojos cerrados o abiertos, hay lo mismo... y la oscuridad me envuelve, y si giro un poco los codos, me choco con los huesos de mi cadera y entonces es cuando me doy cuenta de que estoy cayendo.

Ha sido otro día sin comer. Recuerdo que, cuando era más pequeña, sometía a mi cuerpo a la largura de los días sin probar bocado, soñando con tener el cuerpo de mis sueños. Soñando con ser atractiva, con hacer que desapareciera un poco de aquí y de allí. Ahora no soy la que tiene que forzarse al ayuno, es mi cuerpo el que me está obligando a mí. No me pasan la comida ni los líquidos por la garganta, y es exasperante. Me noto débil, me noto la incapacidad para andar o para hacer un esfuerzo y vestirme; la ropa me queda grande, tengo la cara huesuda y cuando muevo los brazos apenas se levanta una pequeña brumita. Ya, ya lo sé. Siempre he tenido una mala relación con la comida. Pero esto es diferente.

Realmente no puedo.

Ayer me detuve a pensar si los síntomas fisiológicos que hay dentro de mí son causados por la desnutrición. Mi psicólogo solía asustarme con el hecho de que podía darme un infarto si no me alimentaba e hidrataba bien, y ahora ésos miedos han vuelto a hacer aparición. No quiero morir de inanición, pero tampoco puedo comer.



Estoy teniendo que aprender a las malas lo que leo en mis apuntes. La ansiedad no siempre es angustia, no siempre es una sensación consciente; mi cuerpo está ansioso y nervioso y mi mente simplemente está asustada por sus reacciones. Ya, ya lo sé también. No debería estar presionándome tanto. Estrés post-traumático, tío. Todavía me suena raro decirlo. Tienes estrés por un trauma. Ya. Es que ha pasado mucho tiempo. Odio mi cabeza. Si pudiese atravesarme las meninges para extraerme la masa cerebral, lo haría.

De todas formas, creo que no es justo dejar de luchar. Hoy estoy cansada. Mañana será otro día.




Juré que no volvería a sucederme de nuevo,
volvió a pasar.
Que Cupido no volvería a enredarme en su juego,

y aquí ahora estás
hablando de amar.
~

Debo morir de esta lamentable locura.

« ¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder sopo...