lunes, 20 de abril de 2020

Debo morir de esta lamentable locura.

«¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder soportarla.» Thomas Mann


No es ninguna novedad que acudo aquí porque estoy triste. Y tampoco es ninguna novedad que no sé cómo describir la sensación que tengo en el cuerpo. No hay ningún nudo en la garganta, tampoco hay ningún tipo de dolor somático en la cabeza, más allá de las caderas y los riñones, por haber estado toda la noche tumbada. Es extraño que sólo me duelan cuando estoy despierta; mientras duermo es como si no sintiese el dolor. Creo que por éso dormía tanto cuando tenía dieciocho años. Podía dormir plenamente durante más de doce horas, y ni siquiera me inmutaba. Claro que contaba con el apoyo de las pastillas. A veces me sorprendo a mí misma. Cinco pastillas, una detrás de otra, de forma directamente proporcional a mi desesperación y mis ganas de escapar de mi cuerpo.

Ahora siento algo parecido, pero nunca había sabido estar triste en silencio. Supongo que se me ha contagiado. Solamente estoy callada, en silencio, intentando desviar como si fuesen una pelota de ping-pong que vuelve una y otra vez. Es inevitable y egoísta sentirme sola, y también sentir lo que siento ahora por dentro. Es como un remolino de sensaciones. Asquerosas y poco esperanzadoras al mismo tiempo.


La teoría dice que mañana debo recibir una llamada de mi psicóloga, pero si he de ser sincera, estoy completamente apática y abúlica. ¿Qué voy a contarle, que no sepa ya? Mi vida está condenada a ser un bagaje de sensaciones agradables y desagradables, con horribles e incesantes picos que oscilan desde la euforia hasta la disforia interminablemente. Es como estar atrapada en un agujero oscuro que me atrapa con un magnetismo abrumador. En algunas ocasiones, un alarde de lucidez quiere embargarme y sacarme de allí, pero dura muy poco tiempo.

Los enfermos mentales le importamos más bien a poca gente; especialmente si somos intensos como lo soy yo. La gente no está acostumbrada a percibir las cosas de la manera en que yo lo hago, y éso les asusta. La intensidad. La fuerza con la que arramplamos contra todo. Después de las crisis, yo también lo siento. Un poco de miedo al principio, pero después sigues queriendo volver.

¿Volver?


Hubo un tiempo en el que fui feliz. No recuerdo exactamente cuánto duró, mis escasos recuerdos me dicen que menos de un año, aunque juraría que fue algo más de tiempo. Recuerdo la euforia sobre todo, recuerdo la sensación de felicidad y comodidad que no había sentido nunca antes. Estaba cegada por mis sentimientos, y nada pudiera haber salido mal de no haber estado enferma. No sirve de mucho lamentarse, pero a veces mi cuerpo desea volver a experimentar ésas sensaciones. Tal vez esté buscando algo que en realidad ya no va a existir nunca más. Vagando entre espectros, entre fantasmas con los que no puedo comunicarme. 


No quiero seguir hablando de lo que duele.


Isn't anyone trying to find me?
Won't somebody come take me home?
It's a damn cold night
I try to figure out this life
Won't you take me by the hand, take me somewhere new?
I don't know who you are but I, I'm with you
I'm with you
~

lunes, 13 de abril de 2020

Creo que estoy enferma de la vida.

«La cantidad de silencio que necesito no existe en el mundo, desde que se deduce que nadie debería necesitar tanto silencio». (Franz Kafka)


Me siento como un animal herido. Un animal grande, de más de cien kilos. Mi cuerpo es pesado y complicado de controlar; se tambalea de vez en cuando y a veces tiembla. Tengo una herida abierta desde hace mucho tiempo que no se termina de cerrar. Antes pensaba tener claro cuál era su origen y, sobre todo, el responsable, pero conforme pasan los años y no se cierra, he empezado a comprender que, tal vez, no vaya a hacerlo nunca. En ocasiones reflota y vuelve a doler, a escocer de una forma horrible. Nunca he sido demasiado capaz de gestionar mi dolor, y cuando se trata de algo tan profundo, mucho menos. Es cierto que antes no podía hacerlo de ninguna manera y simplemente estallaba en una vorágine de odio y lágrimas hacia todos los que me rodeaban; ahora... bueno, ahora aún no sé cómo estoy consiguiendo lidiar con él. He aprendido a ocultarlo de una forma poco elegante. Me pregunto si el dolor vuelve a surgir a la superficie porque estoy intentando dejar de tomar Orfidal aunque estos días, con la cuarentena, haya tenido que volver a tomar medio... y medio, y medio, y medio.

Me da mucho miedo llegar a una dependencia extrema de ésas pastillas. Sobre todo, porque sé cuáles son los efectos y lo que pueden llegar a ocasionar en mi cuerpo. Pero por otra parte pienso que resistirme puede llegar a hacerme daño. A veces siento diferentes tipos de dolor: el silencioso, o el que me pide con golpes salir. Este último suelo paliarlo con las pastillas, lo hacen desvanecerse y se me olvida por completo. ¿Acaso no estoy hablando ahora como una completa adicta? Sí, puede ser. Puede ser que ya lo sea.


La ansiedad que siento en la actualidad es ésa que hace que me duelan los huesos. Sobre todo la siento en la espalda y en los brazos. Sé que no es por sobre-esfuerzo del ejercicio, no son agujetas ni nada parecido. Es tensión en los músculos que rodean mi columna vertebral. Sé también que debería haber sido responsable e ir a un fisioterapeuta como me indicaron los médicos, pero tampoco me agrada la idea de dejar que alguien vea mi cuerpo desnudo. Muchos años después, sigo sin poder. Ya, ya lo sé, es una cuestión médica, pero se me atraganta. 

Respiro profundamente. La mayoría de las técnicas para controlar la ansiedad ya no funcionan conmigo, y no porque sepa cuál es su propósito, sino porque lo único que consiguen al final es ponerme más nerviosa. El silencio y el tratar de acallar mis pensamientos está resultándome imposible. Sólo estando demasiado cansada y destrozada, sin las fuerzas necesarias para forzarme un par de palabras, consigo descansar algo. Y, a veces, ni éso, porque los sueños que tengo no paran de recordarme lo mismo una y otra vez. Parece que mi cerebro está jugándome una mala pasada y, de hecho, ni siquiera quiere que salga de ésta.

Ya, ya lo sé. El estrés post-traumático tiene que tratarse antes de que se cronifique. Pero no se me ocurre ninguna manera de reunir fuerzas para deshacerme de la mitad de los pensamientos de... de éso que te marca para siempre.


Me asustó descubrirme a mí misma, tumbada en mi cama, tapada hasta las cejas, y pensando que no quiero nada. He abandonado cualquier esperanza o atisbo de mejora. Hace muchos años que lucho contra ésto, contra una enfermedad, contra un shock o como quiera que se desee llamar o etiquetar. Y llevo manteniendo viva una llama que debería estar apagada desde hace mucho. Cierro los ojos en la oscuridad y ya ni siquiera quiero llorar o imaginar que las cosas en algún punto van a poder mejorar. No, no quiero nada. Llega un punto en el que pierdes todas las ganas, y las ganas se llevan todo lo demás. No puedo seguir manteniendo mi cuerpo de pie, y mucho menos las ilusiones que están muertas. Arrastro sus cadáveres por dentro. En el fondo, pienso que todos los problemas y enfermedades físicas que tengo de cintura para abajo me los tengo bien merecidos. Ni siquiera fui capaz de decirle al ginecólogo que creo que tengo esto por dentro porque aborté. 

Me recorre un escalofrío la espalda. Deshacerme de ésas imágenes en la cabeza también es horriblemente difícil. La mayoría de veces ni siquiera lo consigo. Antes tenía más fuerza para empujar mis procesos cognitivos hacia algo cognitivo, sé que presionarme ahora no va a servir de nada pero no puedo evitar la inercia. Deshacerme de todas las imágenes de color verde es jodido.

Quizá ni lo consiga.


No, realmente nunca te importó; lo cierto es que, ahora, a mí tampoco. Mi cerebro sólo pide descanso y soy incapaz de dárselo de una forma sana. Ya no es una explosión de emociones, de rabia y de tristeza sin sentido, ahora simplemente se ha reducido a un dolor silencioso del que nadie es plenamente consciente, por mucho que trate de explicarlo y expresarlo. Incluso pienso que no quisiera transmitírselo al 100% a nadie. Me da vergüenza que puedan llegar a entenderme. Hay muchas cosas que te marcan en la vida y que todo el mundo piensa que tienes superadas, pero lo cierto es que no. Que cuesta muchísimo deshacerte de todo lo que piensas. Sobre todo, cuando ves que tu alrededor tiene problemas mucho más serios que los de una estúpida niña que es incapaz de decir adiós. 

Por éso me siento egoísta y no soy capaz de decírselo a nadie. Lo que me duele de verdad. Por éso y por el miedo de volver a caer en el mismo agujero de siempre. Es una trampa que me tiendo a mí misma de forma continuada. Como un bucle temporal extraño. Supongo que seguiré haciéndolo, soy muy torpe.


Estoy cansada.


I remember years ago
Someone told me I should take
Caution when it comes to love
I did, I did
And you were strong and I was not
My illusion, my mistake
I was careless, I forgot
I did
And now when all is done
There is nothing to say
You have gone and so effortlessly
You have won
You can go ahead tell them
~

domingo, 29 de marzo de 2020

¡Qué sabe de amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!

«He estado pensando en ti constantemente, como si fueras un hermoso sueño que no se acabará nunca, hasta que yo deje de vivir. Luego vino ese sentimiento, que no me ha abandonado todavía, de que yo era un pobre diablo y de que tenía que luchar mucho para defenderme de mí mismo. Pues yo no quería entregar un corazón enfermo como el mío y un espíritu (muchos dicen alma) cansado de tanto andar solo por el ancho mundo. Pues yo, y esto no te lo he contado todavía, desde que yo me acuerdo, siempre fui un sujeto dado a estar solo; ni cuando era chiquillo me gustó andar con los demás, jugaba a los juegos que se usan entonces, pero pronto me cansaba y entonces me sentaba en una silla y me ponía a leer lo que encontraba primero y allí me estaba lee y lee día y noche hasta que me apagaban la luz. Esto me hizo daño. Yo sé que me hizo daño para la vida. Uno tiene su vida interior formada desde los primeros años, y al fin un día se encuentra uno con la vida de afuera y la halla uno llena de problemas y complicaciones y uno no está bien preparado para eso. Así pues, no creas que leer desde ese entonces me hizo inteligente, no, me hizo más bartolo. Me centré en mí mismo y vivía por dentro, porque le tenía miedo al mundo. Eso hubiera estado bien si yo no hubiera salido de mi pueblo, pero tú sabes lo vago que soy. A esta piernas flacas que tengo les gusta caminar y se soltaron caminando. Fueron y vinieron y yo sigo igual, teniéndole algo de temor a la gente. Digo algo, porque tú me has sacudido el polvo: es decir tú, a través del amor que le has despertado a uno, me has hecho menos temeroso de enfrentarme con las cosas y los trabajos de los días entre un mundo de gente extraña.» (Juan Rulfo)


Cuando se me atribulan así los sentimientos, nunca sé muy bien por dónde comenzar a drenarlos. Tampoco creo ser capaz de contenerlos dentro, porque tengo la sensación de que es una enorme bola que está en mi interior creciendo. Como una pelota de goma, pegándose golpes contra las paredes de mi cuerpo. Siempre le tuve miedo a la nada, pero ahora que estoy enfrentándome a ella, no sé cómo tomármela. Es que ya han sucedido tantas cosas que me dan miedo que no sabría muy bien cómo digerirlo. Tal vez mi cuerpo está tan insensibilizado que ya ni siquiera puedo sentir con realidad. Me golpeo contra ése cristal que me protege del mundo para que no sea yo la que se quiebre. Tomo aire, pero hay algo punzante contra mi garganta que me impide que éste sea limpio. Hay tanto tráfico de pensamientos y frases largas en mi cerebro que ni siquiera soy capaz de tararear internamente la canción que estoy escuchando. Creo que a veces tratamos de hacer las cosas tan bien que los demás no lo comprenden; las personas como yo sentimos de una forma completamente distinta al resto. Demasiado. De una forma mucho más pura y mucho más intensa. No sabría cómo explicarlo. Es muy parecido a vivir sin ningún pellejo que te proteja. Todos tus músculos y terminaciones nerviosas están completamente expuestos a quien desee golpearlos, y cualquier mínimo roce te escuece. 

Ésa es la expresión que estaba buscando todo el tiempo. Escuece. Como con hierros candentes. Y al mismo tiempo, miras a través de esa pantalla que te insensibiliza. 


Muchas veces hace falta muy poco para desatar una tormenta. Creo que llevo tanto tiempo guardándomelo dentro que una vez que se empieza, es complicado parar. Y por suerte, en la actualidad las tormentas se llevan a cabo dentro de mi habitación. Puedo ahogar las lágrimas si alguien quiere entrar y verme, pero me cuesta mucho y es la tercera vez en menos de diez minutos que tengo que restregarme la cara en una sudadera que tengo cerca para limpiármelas y fingir que lo que ocurre no es que esté llorando, sino que los ojos me lagrimean. 

Sigo sin poder recordar demasiadas cosas y sé que ahora, cuando me vengan fugaces recuerdos a la mente, me pondría a llorar más fuerte. Es éso lo que estoy tratando de intentar (espero conseguirlo). Exponerme todo el tiempo a un estímulo ansiógeno es muy arriesgado, pero parece que mi cuerpo de alguna forma lo pide. Opino que la insensibilización está intentando desensibilizarse a sí misma y ni siquiera sé lo que estoy escribiendo ahora mismo, pero no pienso detenerme o borrarlo. Me gustaría ser más capaz de ordenar mis pensamientos.

Cuando todo el tiempo intentas hacer las cosas lo mejor posible y ello te causa ansiedad, cualquier mínima palabra que eche un poco tus palabras por tierra es absolutamente dolorosa y se te clava como una espina en la espalda. Y si te la quitas, mar de lágrimas. No quiero llorar más, creo que me asusta.


Seré sincera, y es que tengo miedo de los efectos físicos que puede sufrir mi cuerpo por culpa de mi mente. Adelgazar, el color de mi piel, mi escasa fuerza física y la fatiga y el dolor de cabeza constantes pueden agravarse, ya lo sé. Pero tampoco sé de qué manera tratar de paliar éstos efectos o al menos reducirlos un poco. Estoy viendo cómo parece habérseme agotado el apetito y cada vez me cuesta más comer, incluso masticar se está haciendo todo un mundo. Verme en el espejo y ver cómo mis huesos parecen estar intentando atravesar mi piel antes era satisfactorio, ahora incluso es avergonzante. Si me refugio en los ansiolíticos, es probable que termine siendo una adicta. Y tú nunca supiste ayudarme. Ni siquiera estoy segura de que quisieses hacerlo, y tampoco sé muy bien por qué estoy intentando echarte la culpa de todo. Sólo ha sido un choque, un impacto, la incapacidad de mi hipotálamo para lidiar con una situación a la que, por otra parte, debería estar acostumbrada. No recuerdo mucho, pero estaba enferma. Muy enferma. Ahora no lo estoy tanto, pero creo que es diferente.

Creo que antes estaba enferma a gritos y ahora estoy enferma en silencio. Soy capaz de guardármelo para no dañar a nadie. De estarme quieta y de poder conformarme con estar en silencio, ir al baño, coger una cuchilla y de repente, la ansiedad desaparece. Sé que no es una buena práctica, y que hace sufrir a los de mi alrededor, pero por otra parte es lo único que sé hacer para gestionar mi ansiedad.

Cuando empecé a mejorar y empezaron a olvidárseme cosas, pensaba que poco a poco iba a ser capaz de salir de ésta. La cronicidad no era algo que me asustara si era capaz de controlarla un poco; en éstos momentos pierdo un poco la esperanza. Ayer no quería rendirme, hoy sencillamente me fallan las fuerzas.


Ya, lo sé. Y lo siento. No tuviste la culpa. Cualquiera hubiese huido. Pero tal vez todavía me encuentro en el punto en el que busco culpables como si éso fuese a solucionar algo. No lo va a hacer y a veces se me olvida, pero a veces también se me olvidan todas otras tantas cosas...

Estoy tentada de ir a la cocina a por medio Orfidal, pero entonces me quedaré sin poder tomar otro medio ésta tarde y no quisiera.

Sé que lo están intentando gestionar lo mejor que pueden, pero ahora mismo soy una bomba de relojería.


Now he's gone, I don't know why
Until this day, sometimes I cry
He didn't even say goodbye
He didn't take the time to lie
~

sábado, 28 de marzo de 2020

Pero en ciertos casos, continuar, únicamente continuar, resulta sobrehumano.

«Cuando se ha tenido una vez la suerte de amar hondamente uno se pasa la vida buscando de nuevo ese ardor y esa luz del amor. Renuncia a la belleza y a la dicha sensual, que le es ajena, y ponerse exclusivamente al servicio de la desdicha exige una grandeza que me falta. Pero a pesar de todo, la belleza aislada termina por hacer muecas y la justicia solitaria por oprimir. Quien quiere servir a una con exclusión de la otra no sirve a nadie, ni siquiera a mí mismo, y viene a cometer, a la postre, dos veces una injusticia. Por fin llega un día en que a fuerza de rigidez ya nada asombra; todo es perfectamente conocido y la vida siempre es la misma. Ésas son épocas de destierro, de vida seca, de alma muerta. Para revivir es menester recibir una gracia, olvidarse de sí mismo o tener una patria. Y ciertas mañanas, al volver una calle ocurre que cae un deleitoso rocío, que pronto se evapora, sobre el corazón.» (Albert Camus)


Hoy he despertado un poco mejor. Mi sueño no es reparador y logro recordar el contenido de mis producciones oníricas, lo cual significa que la conducta de descanso está incompleta. Me pregunto si seré capaz de desayunar algo, en mi cuerpo apenas ha querido entrar un té caliente y sé que no tardarán mucho en casa en darse cuenta de que nada más ha pasado por mi garganta. Lo sé, y soy consciente de que por ésto soy objeto de sus preocupaciones, pero la otra noche me forcé a cenar y pasé una muy mala noche. Ahora mismo lo que siento es que me falta el aire y me pesa la cabeza como si repentinamente mi carne se hubiese transformado en plomo. Trato de mantenerme despierta porque sé que, si decido ahora descansar un poco, tampoco lo conseguiré; o me despertaré con ése dolor de cabeza tan característico de haberme intentado forzar al sueño y no haberlo conseguido, o haberlo hecho brevemente.



De vez en cuando me molestan los sueños relacionados con todo lo que mi cerebro parece querer estar escondiendo. Nunca me creíste, a decir verdad ahora mismo tampoco sé si yo a mí misma me estoy dando el mínimo crédito. Hay muchos recuerdos que mi mente ha querido esconder bajo una especie de manto grueso para no tener que volver a re-experimentarlos. En parte, imagino que ésto es de agradecer; tal vez no soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a ésas cosas. Antes tampoco lo era. Tampoco sé si en un futuro lograré hacerlo con éxito, o volveré a tener ansiedad, estrés, vomitaré absolutamente todo lo que paladee y empiece a necesitar de nuevo medicación para olvidar. 

No todas las cosas las he olvidado, por supuesto. Hay pequeños detalles, fragmentos mínimos que merodean por mis pensamientos de vez en cuando. Los más agradables sólo me dan un pequeño pinchazo en el pecho y leves ganas de llorar, pero hay otros que son como... como circuitar. Como si me estuviesen lanzando un trozo de cristal rajado en la espalda. Todo se vuelve frío a mi alrededor, y la boca se me seca, por más que intento tragar saliva me es imposible. Flashbacks recorren mi mente, parecen pequeños niños correteando de acá para allá con aparente tranquilidad. Imagino que se cuelan a través de los pequeños huequecitos del manto, que lleva demasiado tiempo tapándolos. Si cierro los ojos, creo que soy un poco más capaz de dibujarlos, pero si soy honesta, ya no puedo recordar tu cara o tus facciones, y poco a poco te vuelves un poco más desconocido para mí. No te puedo mirar a los ojos porque no los recuerdo. Antes eras amenazante, ahora puedo quedarme quieta donde estoy. Me tiemblan un poco los dedos.



Al principio de todo, simplemente pensaba que estaba obsesionada. Que era una parte de mi pasado que no podía procesar del todo y que significaba simplemente que echaba de menos mi antigua vida; después del diagnóstico, las cosas fueron mucho más sencillas. Mi mente dejó de vivir tan sumamente confundida, y poder identificar mis síntomas y trabajar sobre ellos cuando sucedían es bastante gratificante. No obstante, aquellos en los que no interviene mi propia voluntad son más difíciles de manejar. Los sueños a veces siguen acosándome, incluso el Sol, ¿puedes creer? Los propios rayos de Sol actúan sobre mi cuerpo como un estímulo aversivo. Nunca dejará de parecerme increíble el poder que tiene la mente humana. La capacidad de desarrollar el miedo a la luz.

A veces salgo al pequeño balcón que hay en mi habitación, pongo las piernas desnudas en la barandilla y simplemente me dejo estar. Sin embargo, sé que el contexto en el que estoy (aunque se me estén creando pecas en la nariz) es el que me provoca ansiedad. La desensibilización in vivo es uno de mis procedimientos favoritos para eliminar las fobias, pero cuando llega la hora de aplicártela a ti misma, las cosas cambian. Todo siempre es mucho más sencillo visto desde una tercera perspectiva. 

El Sol me recorre ahora mismo las clavículas, los huesos de las caderas, los hombros. Se siente bien aquí, pero porque sé que en el balcón, mientras muevo el bolígrafo sobre el papel, estoy a salvo. Siempre puedo huir hacia adentro y tomar media pastilla; si salgo a la calle, todo se transforma. Los flashbacks empiezan a azotarme las sienes como una manada de caballos salvajes.



Noto cómo el vello que me cubre los brazos y la espalda se eriza un poco si me vienen ciertas imágenes a la mente. Palmeras, playa, el Sol brillando en la punta más alta del cielo despejado. Hay gente alrededor, lo sé porque casi puedo escucharles. Recuerdo que no hay incomodidad en mi cuerpo, que puedo decir que mi fisiología funciona como un reloj y que los nervios que siento son una sensación incluso agradable, como un montón de nudos en el estómago que se revuelven y se cruzan entre ellos. La sombra de los árboles, aunque no recuerdo las formas de sus hojas, sobre la acera. Tampoco recuerdo el color de las aceras. Pero recuerdo el crepúsculo, el Sol yéndose, unos bancos de madera y algunas luces que están situadas a una altura de mis rodillas. El resto de pequeños detalles están un poco más difusos pero, sobre todo, éso es lo que puedo recordar. No recuerdo mi ropa, ni mi cuerpo (bueno, miento, recuerdo un poco mi tripa). 

Ésa era la primera parte del desastre y yo no lo sabía. Por lo general, las épocas más felices de nuestras vidas suelen traer después un período de descompensación.

De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.



No estoy tan enferma como lo estaba antes, pero me pregunto si realmente no lo estoy o si entre todas las cosas que mi cabeza está intentando tapar también se encuentra mi enfermedad. El sueño de anoche parecía muy real, incluso parecía que yo misma me había forzado a tenerlo. Ahora recuerdo muchas cosas más. Tengo miedo de girarme y verlas. 

De guerra. De dolor. De hambre, de sed, de escasez, de súplicas, de llanto, de confusión.

De desolación.



If you'll be my star
I'll be your sky
You can hide underneath me and come out at night
When I turn jet black, and you show off your light
I live to let you shine
But you can skyrocket away from me
And never come back of you find another galaxy
Far from here
With more room to fly
Just leave me your stardust to remember you by
~

miércoles, 25 de marzo de 2020

Sin embargo, te advierto de que estamos cosidos a la misma estrella.

«Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte. Porque el dolor -¿y qué otra cosa más que el dolor?- me ha hecho eterna.» (Rosario Castellanos)


Realmente, no sabría por dónde comenzar a escribir.

Ha pasado mucho tiempo, y me he olvidado incluso del espacio que suelo dejar entre los párrafos.

No es que no haya tenido momentos de dolor a lo largo de éste tiempo, es que simplemente he dejado de mirarlos. No he querido identificarlos, no he querido mirarles a los ojos. Sé que irremediablemente me llevarán directa a todo aquello de lo que trato de escapar día a día. Vivir con estrés post-traumático no es fácil, ya lo sé, y pese a que acudo a terapia religiosamente y trato de seguir al pie de la letra las instrucciones, soy consciente de que hay cosas que se van a quedar grabadas para siempre en mi piel. No acudo tanto aquí, porque realmente no sabría a quién dirigirme, ya no sabría a quién debo dedicarle las cartas desde Eta Carinae. 




A veces sucede de una forma demasiado fuerte como para detenerla. Me azota rápido; si tuviese que describirlo con exactitud, sin duda sería como un golpe seco en la espalda mientras vas caminando. Por un momento te quedas paralizada, y luego empieza la sensación de falta de aire. 



Hacía muchísimo tiempo que no sentía este tipo de ansiedad, tan profunda. Me sorprendí a mí misma el otro día, mientras hacia ejercicio, ahogándome en mi propio cuerpo. Trataba de tomar un poco de aire, pero había una especie de mano invisible apretándome la garganta. El aire no entraba por completo en mis pulmones. Se me nublaba un poco la vista e incluso los dedos empezaron a temblequearme de una forma casi ridícula. Tal vez hacía mucho tiempo que no sentía un ataque de ansiedad, pero nunca antes los había recordado tan... no sé. Apabullantes. 

Estoy resistiéndome a medicarme, porque en un futuro no quisiera tener que depender de drogas químicas para sobrevivir; aunque estoy bien servida con los anti-depresivos. La tentación de ir a la cocina a por un Orfidal está ahí, entre otras cosas, porque tampoco quiero ser una preocupación para mi familia. Ya tenemos suficiente con una persona enferma en casa, y creo que no debería ser una carga sino más bien... una mano más. Que reme hacia adelante.



Pero hay cosas que no desaparecen. Hay sensaciones de las que parece que jamás me libraré, recuerdos que vivirán en mi mente, parece ser, hasta el final de mis días. Se evocan fácilmente y, aunque ahora están un poco más difusos, no dejan de atormentarme de vez en cuando. Aunque ya no necesito soñar para intentar dormir un poco; me basta con escuchar una voz al otro lado del teléfono. Qué más da si hablo con los ojos cerrados o abiertos, hay lo mismo... y la oscuridad me envuelve, y si giro un poco los codos, me choco con los huesos de mi cadera y entonces es cuando me doy cuenta de que estoy cayendo.

Ha sido otro día sin comer. Recuerdo que, cuando era más pequeña, sometía a mi cuerpo a la largura de los días sin probar bocado, soñando con tener el cuerpo de mis sueños. Soñando con ser atractiva, con hacer que desapareciera un poco de aquí y de allí. Ahora no soy la que tiene que forzarse al ayuno, es mi cuerpo el que me está obligando a mí. No me pasan la comida ni los líquidos por la garganta, y es exasperante. Me noto débil, me noto la incapacidad para andar o para hacer un esfuerzo y vestirme; la ropa me queda grande, tengo la cara huesuda y cuando muevo los brazos apenas se levanta una pequeña brumita. Ya, ya lo sé. Siempre he tenido una mala relación con la comida. Pero esto es diferente.

Realmente no puedo.

Ayer me detuve a pensar si los síntomas fisiológicos que hay dentro de mí son causados por la desnutrición. Mi psicólogo solía asustarme con el hecho de que podía darme un infarto si no me alimentaba e hidrataba bien, y ahora ésos miedos han vuelto a hacer aparición. No quiero morir de inanición, pero tampoco puedo comer.



Estoy teniendo que aprender a las malas lo que leo en mis apuntes. La ansiedad no siempre es angustia, no siempre es una sensación consciente; mi cuerpo está ansioso y nervioso y mi mente simplemente está asustada por sus reacciones. Ya, ya lo sé también. No debería estar presionándome tanto. Estrés post-traumático, tío. Todavía me suena raro decirlo. Tienes estrés por un trauma. Ya. Es que ha pasado mucho tiempo. Odio mi cabeza. Si pudiese atravesarme las meninges para extraerme la masa cerebral, lo haría.

De todas formas, creo que no es justo dejar de luchar. Hoy estoy cansada. Mañana será otro día.




Juré que no volvería a sucederme de nuevo,
volvió a pasar.
Que Cupido no volvería a enredarme en su juego,

y aquí ahora estás
hablando de amar.
~

viernes, 22 de noviembre de 2019

Sólo sé soñar en prosa. ¡Huyes, pero de ti!

«Lo único que puede dar la medida del amor es la muerte. Al final del verdadero amor está la muerte, y sólo un amor que termina en muerte es amor.» (Milan Kundera)


Ha sido todo en silencio, nadie se ha dado cuenta de que estoy sufriendo. El dolor se ha recluido en mi cuerpo, dentro de mis ventrículos, dentro de mis dedos, dentro de mis huesos. No se ha manifestado externamente de ninguna manera, todo lo que ha sucedido ha estado aquí por dentro. Como un pequeño cáncer, infestando todas las cavidades de mi cerebro. Mis neuronas propulsando con fuerza impulsos eléctricos hacia todas partes, inutilizando mi lóbulo frontal, haciéndome vulnerable a delirios, alucinaciones, al dolor sin ningún tipo de filtro o medida que lo regulase. Sé que en el pasado hubiese estallado en una especie de apocalipsis de dolor, que se hubiese propagado por casa, hubiese creado un ambiente sombrío y sólo habría ennegrecido más los problemas de la gente de mi alrededor. Con los años he aprendido a acunar mi dolor para mantenerlo en lo más profundo de mi fuero interno; con el fin de que, efectivamente, sólo yo sea partícipe del mismo. Me han vuelto a doler cosas que ya pensaba que estaban muertas, y enterradas. Supongo que hay situaciones de las que no podemos escapar, hay cosas que para siempre estarán impregnando nuestras heridas y nunca nos abandonarán, por mucho empeño y esfuerzo que le pongamos. Hay sensaciones, recuerdos, miradas, que siempre se van a quedar conmigo por dentro. Y el hecho de tener que aprender a vivir con ello se ha convertido en una pesada piedra que a lo largo de los años estoy teniendo que transportar. Como un escarabajo pelotero, tratando de subir una montaña. Pesa el doble que yo y ya ni siquiera cuento con ayuda, mis fuerzas se han resumido al mínimo.

Por un lado, siento cómo mi cuerpo -mi fisiología- está tratando de huir del dolor ofreciéndome mil posibilidades y alternativas medianamente aceptables y realistas. Mudémonos, pidamos ese Erasmus, encontremos un trabajo que nos haga irnos muy lejos de aquí. Pero mi racionalidad está queriendo imponerse, ser capaz de hacerme comprender que, aunque nos marchemos en un vuelo a catorce horas de donde me hallo, de lo que estamos tratando de huir se va a venir con nosotros. Guardado en la maleta. Escondido.


Se llama fuga disociativa, ya lo sé. Querer huir del trauma y empezar fuera y lejos de aquí. Lo he estudiado y comprobado mil veces en ésos documentales que nos ponen una y otra vez en la universidad. Parece fácil comprobarlo desde fuera, cuando nos dan las herramientas necesarias para poder afrontarlo y tratarlo en otras personas, pero ¿cómo se trata en nosotros mismos? ¿Cómo se puede apelar a la racionalidad cuando el dolor, en sí mismo, es de un color absolutamente irracional? Soy perfectamente consciente de que mi mundo se está ralentizando, pero es que tenía que hacerlo. Tenía que seguir huyendo o, al menos, tengo que seguir intentándolo. No puedo seguir abrazándome a ésas posibilidades remotas e imaginarias, porque sé que al final de ser hermosas hadas se irán convirtiendo en horribles monstruos que se pasarán las horas de la noche arañándome las espaldas. Sí, aún lo deseo con todas mis fuerzas, porque no quisiera dejar un sólo mínimo resquicio de duda, sólo quiero susurrar las palabras que salen de mi interior, traducir mis sentimientos, y decirlo. Amo. 

Tres fáciles, sinceras, y peligrosas letras.

Amo, y ése es mi mayor castigo. Porque no sé hacerlo.


Noto cómo las heridas me están cicatrizando en la piel, pero éso no quiere decir, por supuesto, que vayan a desaparecer. Sé que van a sangrarme de vez en cuando y sé que aún me quedan muchas amargas noches por delante. Pero también sé que, con el tiempo, terminarán borrándose en mi memoria ésos acontecimientos que mi cerebro no está preparado aún para procesar. Si cierro los ojos, cada vez soy capaz de ver menos, de procesar menos, de recordar menos. En otro tiempo ésto me hubiese puesto demasiado triste e incluso me hubiese forzado a mí misma a recordar, pero creo que en la actualidad la disociación me impide hacer semejantes esfuerzos. Parece que estoy empezando a cuidarme un poquito a mí misma. 


Y sé que la vida que llevo es un lío,
pero te juro que al verte sonrío.
Como si el mundo estuviera vacío
y fuera tuyo y mío, el fuego y el frío.
~

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El amor es un secreto sagrado y, pase lo que pase, debe permanecer oculto a los ojos de todos.

«Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros; sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.» (Friedrich Nietzsche)


Después de éste tipo de reacciones emocionales bruscas a las que me somete mi cuerpo, me veo sumida en un profundo abismo de oscuridad. Como una ceguera sensorial. Mi cerebro (mis funciones perceptivas, más bien) pasan dificultades para empezar a procesar toda la estimulación que hay a mi alrededor, y los recuerdos se me entremezclan en un cocktail amargo que me deja un sabor de boca absolutamente desagradable. No soy capaz de recordar demasiado, ni sobre el pasado ni sobre lo que ha estado sucediendo estos días. Una fila de hormigas que transportan recuerdos parecen estar llevándoselo todo con parsimonia. Pese a que alguna parte de mí se esfuerza por recuperar ésos pequeños fragmentos de locura, sé que es mejor que no escrute demasiado en los pliegues, surcos y cisuras de mi cerebro. Bueno, sé que mi hipocampo está obviamente dañado, sé que todo es culpa del estrés post-traumático del que por alguna extraña razón no puedo librarme, y también sé que lo más contraproducente que podría hacer ahora mismo es esforzarme en recordar. No quiero volver a caer en el shock, entre otras cosas, porque es jodidamente complicado de disimular cuando estoy acompañada en casa.

Tener que encerrarme en el baño para poder disimular mi respiración agitada, mientras afuera la gente ríe con la televisión, no deja de ser una situación curiosa. Pareciera sacada de una serie de televisión, pero quién me iba a decir a mí que no son solamente los ex-prisioneros de guerra los que experimentan traumas y recuerdos tan dolorosos que les es complicado continuar con sus vidas tal y como las conocieran.

Sí, ya lo sé. Soy perfectamente consciente de que una prolongada exposición al estímulo puede no producir desensibilización, y probablemente sea yo sola la que está agravando sus síntomas. Debería tratar de ser más fuerte, pero tengo una visión sesgada de la situación. Hay dos fuerzas dentro de mis huesos que tiran hacia un lado, y hacia otro.

De mis huesos.



A veces se hunden debajo de mi piel las miradas de desaprobación. Estás más delgada. Cierro los ojos. Bueno, no me es fácil comer. Los ataques de pánico merman mis ganas de comer, me cierran el estómago y probar un sólo bocado del desayuno esta mañana ha sido todo un reto. Apenas he podido besar la taza cuando mi cerebro ha decidido que un trago de café es más que suficiente para afrontar una mañana de estudio. Pero ¿cómo se enfrenta una mañana así, si lo único que hay en mi cuerpo es confusión y algo de dolor residual? Me siento como si fuese la mañana siguiente de un accidente de tráfico. (No te has ido y ya mi cuerpo a ti te extraña.) Me encantan las voces quejumbrosas, supongo que aún estoy un poco drogada después de lo de ayer. Espero que no se vaya demasiado pronto el efecto del Orfidal; sé que no tienes mala intención, pero estoy atrapada en un cuerpo que me somete, una y otra vez, a éste tipo de torturas impías. Como si estuviese en una sala de cine, con celo pegado a los ojos para que no se me ocurra cerrarlos, y una y otra vez la misma película reproduciéndose. No puedo pararla. Me acosa.



Sé que volveré a recordar, es sólo cuestión de tiempo. Tratar de taparlo, tratar de descargar tierra sobre ello, no solucionará nada. Con el tiempo volverá a emerger, me atrapará y todo lo que podré hacer será pasarme las manos una y otra vez por la cara, tratando de convertirme en una especie de goma de borrar. Intentando llevarme mis demonios. Pero no se van a ir nunca. Estoy condenada a revivir lo mismo, una y otra vez. Mi mente así lo decide. Aunque mi voluntad quiera ser férrea. No te estreses, es normal que suceda, sólo trata de tranquilizarte; sucederá más veces. No sé qué clase de consuelo es ése. ¿Más ansiolíticos? Tienes estrés post-traumático, no es para tomártelo a broma. Nadie me advirtió en aquel momento que hay situaciones que marcan un antes y un después. Si pudiese volver caminando hacia atrás, como creo que estoy haciendo en éstos instantes, lo hubiese impedido todo.

A veces quiero imaginarme a mí misma montada en una máquina del tiempo, regresando a aquel preciso momento en el que decidí que iba a ser buena idea vencer la timidez, para advertirme de todo ésto. De que, desde aquel día, iban a ser pocas las noches que iba a conseguir dormir con tranquilidad. De que a partir de ese día iba a conocer lo que era el maldito dolor mental traduciéndose a dolor físico. Si me veo con perspectiva, veo a una niña irresponsable. O demasiado atrevida. Si me veo con perspectiva, sin lugar a duda alguna, hubiese impedido todo aquello.

Todo. 



Cada vez que he intentado escapar, algo sucede que me vuelve a arrastrar. En muchas ocasiones eres tú, pero en otras tantas muchas es mi ansia de volver a sentir mi felicidad. Llegan algunos meses en los que mi cuerpo está tan destrozado, y mi alma tan cansada, que me rindo a la dulzura del pensamiento. La proyección en el futuro, el deseo de haber cambiado las cosas, la breve, leve, poco intensa esperanza de que algo repentino suceda y cambie mi suerte; aunque sepa que nada parecido sucederá. Me envuelvo a mí misma en un velo suave que no me haga daño cuando roce mis heridas, y me someto a su voluntad.



Estoy tan confusa y tan adolorida que no sé qué hacer.




Me dijo que la besara, que la besara lento.
Como si el mundo se acabara, y se acabó, por cierto.
Me dijo que me callara, que las palabras se las lleva el viento.
Me dijo que la esperara, como si me sobrara el tiempo.
~

Debo morir de esta lamentable locura.

« ¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder sopo...