«Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros; sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.» (Friedrich Nietzsche)
Después de éste tipo de reacciones emocionales bruscas a las que me somete mi cuerpo, me veo sumida en un profundo abismo de oscuridad. Como una ceguera sensorial. Mi cerebro (mis funciones perceptivas, más bien) pasan dificultades para empezar a procesar toda la estimulación que hay a mi alrededor, y los recuerdos se me entremezclan en un cocktail amargo que me deja un sabor de boca absolutamente desagradable. No soy capaz de recordar demasiado, ni sobre el pasado ni sobre lo que ha estado sucediendo estos días. Una fila de hormigas que transportan recuerdos parecen estar llevándoselo todo con parsimonia. Pese a que alguna parte de mí se esfuerza por recuperar ésos pequeños fragmentos de locura, sé que es mejor que no escrute demasiado en los pliegues, surcos y cisuras de mi cerebro. Bueno, sé que mi hipocampo está obviamente dañado, sé que todo es culpa del estrés post-traumático del que por alguna extraña razón no puedo librarme, y también sé que lo más contraproducente que podría hacer ahora mismo es esforzarme en recordar. No quiero volver a caer en el shock, entre otras cosas, porque es jodidamente complicado de disimular cuando estoy acompañada en casa.
Tener que encerrarme en el baño para poder disimular mi respiración agitada, mientras afuera la gente ríe con la televisión, no deja de ser una situación curiosa. Pareciera sacada de una serie de televisión, pero quién me iba a decir a mí que no son solamente los ex-prisioneros de guerra los que experimentan traumas y recuerdos tan dolorosos que les es complicado continuar con sus vidas tal y como las conocieran.
Sí, ya lo sé. Soy perfectamente consciente de que una prolongada exposición al estímulo puede no producir desensibilización, y probablemente sea yo sola la que está agravando sus síntomas. Debería tratar de ser más fuerte, pero tengo una visión sesgada de la situación. Hay dos fuerzas dentro de mis huesos que tiran hacia un lado, y hacia otro.
De mis huesos.
A veces se hunden debajo de mi piel las miradas de desaprobación. Estás más delgada. Cierro los ojos. Bueno, no me es fácil comer. Los ataques de pánico merman mis ganas de comer, me cierran el estómago y probar un sólo bocado del desayuno esta mañana ha sido todo un reto. Apenas he podido besar la taza cuando mi cerebro ha decidido que un trago de café es más que suficiente para afrontar una mañana de estudio. Pero ¿cómo se enfrenta una mañana así, si lo único que hay en mi cuerpo es confusión y algo de dolor residual? Me siento como si fuese la mañana siguiente de un accidente de tráfico. (No te has ido y ya mi cuerpo a ti te extraña.) Me encantan las voces quejumbrosas, supongo que aún estoy un poco drogada después de lo de ayer. Espero que no se vaya demasiado pronto el efecto del Orfidal; sé que no tienes mala intención, pero estoy atrapada en un cuerpo que me somete, una y otra vez, a éste tipo de torturas impías. Como si estuviese en una sala de cine, con celo pegado a los ojos para que no se me ocurra cerrarlos, y una y otra vez la misma película reproduciéndose. No puedo pararla. Me acosa.
Sé que volveré a recordar, es sólo cuestión de tiempo. Tratar de taparlo, tratar de descargar tierra sobre ello, no solucionará nada. Con el tiempo volverá a emerger, me atrapará y todo lo que podré hacer será pasarme las manos una y otra vez por la cara, tratando de convertirme en una especie de goma de borrar. Intentando llevarme mis demonios. Pero no se van a ir nunca. Estoy condenada a revivir lo mismo, una y otra vez. Mi mente así lo decide. Aunque mi voluntad quiera ser férrea. No te estreses, es normal que suceda, sólo trata de tranquilizarte; sucederá más veces. No sé qué clase de consuelo es ése. ¿Más ansiolíticos? Tienes estrés post-traumático, no es para tomártelo a broma. Nadie me advirtió en aquel momento que hay situaciones que marcan un antes y un después. Si pudiese volver caminando hacia atrás, como creo que estoy haciendo en éstos instantes, lo hubiese impedido todo.
A veces quiero imaginarme a mí misma montada en una máquina del tiempo, regresando a aquel preciso momento en el que decidí que iba a ser buena idea vencer la timidez, para advertirme de todo ésto. De que, desde aquel día, iban a ser pocas las noches que iba a conseguir dormir con tranquilidad. De que a partir de ese día iba a conocer lo que era el maldito dolor mental traduciéndose a dolor físico. Si me veo con perspectiva, veo a una niña irresponsable. O demasiado atrevida. Si me veo con perspectiva, sin lugar a duda alguna, hubiese impedido todo aquello.
Todo.
Cada vez que he intentado escapar, algo sucede que me vuelve a arrastrar. En muchas ocasiones eres tú, pero en otras tantas muchas es mi ansia de volver a sentir mi felicidad. Llegan algunos meses en los que mi cuerpo está tan destrozado, y mi alma tan cansada, que me rindo a la dulzura del pensamiento. La proyección en el futuro, el deseo de haber cambiado las cosas, la breve, leve, poco intensa esperanza de que algo repentino suceda y cambie mi suerte; aunque sepa que nada parecido sucederá. Me envuelvo a mí misma en un velo suave que no me haga daño cuando roce mis heridas, y me someto a su voluntad.
Estoy tan confusa y tan adolorida que no sé qué hacer.
Me dijo que la besara, que la besara lento.
Como si el mundo se acabara, y se acabó, por cierto.
Me dijo que me callara, que las palabras se las lleva el viento.
Me dijo que la esperara, como si me sobrara el tiempo.
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