sábado, 10 de agosto de 2019

La destrucción es trágica, triste y hermosa al mismo tiempo.

«¿Sabes por qué advierto que estoy envejeciendo? Por este motivo: porque ahora me esfuerzo en hacer más intensas mis sensaciones alegres y atenuar las tristes, mientras que cuando era joven hacía justamente lo contrario. Solía llevar conmigo la tristeza como un tesoro y me avergonzaba de mis ráfagas de alegría.» (Iván Turguéniev)


Cierro los ojos y la música suena muy lento en mi cabeza. Una y otra vez la misma frase, se me hunde el pecho de una manera que hasta ahora no había reconocido; un poco complicado de explicar. En realidad esta sensación dura apenas unos segundos, pero es lo suficientemente intensa como para que me dé cuenta de que está ahí. Sucede cuando se juntan muchas cosas en poco tiempo y me atacan la cabeza con fuerza. La estabilidad nunca estuvo hecha para mí, supongo, y es inevitable que de vez en cuando meta la pata por alguna estupidez. Bueno, tal vez yo no me haya dado cuenta de lo que he hecho; puede que no tenga la capacidad ahora mismo de ser muy consciente o de sobreponerme a lo que me sucede, pero incluso creo que estoy recibiendo alguna que otra presión para siquiera no entrar en crisis. Como si ésto fuese algo que yo pudiese sujetar, quiero decir. Todavía no he visto a nadie pedirle a una persona que tiene un tumor que deje de producir células insanas, pero día tras día veo cómo me quieren enseñar a lidiar con lo que llevo dentro. A lo mejor es que no soy yo. A lo mejor es que hay dentro de mí algo cancerígeno. Vuelvo a tener ése conocido nudo en la garganta y quisiese poder razonar de una forma más pausada, pero las emociones se me atropellan dentro del cuerpo y no sabría muy bien cómo expresarlas sin que arrastren todo lo que observen a su paso. Cuando me encuentro más presionada y estoy cerrando con fuerza el tapón para que no salgan y provocar una bomba atómica, entonces viene alguien que se empeña en empujarlas más hacia afuera. El tapón termina por romperse, y todos mis esfuerzos han sido en vano. Me miro las manos avergonzada, triste por haber intentado todo lo que podía con todos los medios de los que disponía y, aún así, ser insuficiente. ¿De quién es la culpa? ¿Es mía, por el desconocimiento? ¿Es de los demás, porque no saben tener cuidado?


Es inevitable que, a lo largo del día, durante al menos en unas cuatro o cinco ocasiones, termine pensando que la vida no está hecha para mí. O, al menos, para alguien como yo. Cuando las cosas se me hacen cuesta arriba, me es complicado adaptarme a la inclinación del camino, y acabo viéndome a mí misma caminando a gatas, arrastrándome entre piedras y peñones que de vez en cuando se sueltan y me golpean el cuerpo. Todo el mundo está ciego, y nadie lo ve. Por muchas veces que mi voz se transforma en palabras, nadie puede entenderlo. Como si estuviese encerrada en una pequeña cajita de cristal fina. Se regenera con el tiempo, y permite que los golpes entren. Si cierro los ojos, todo lo malo aparece. Tengo los brazos cansados de intentar continuar hacia adelante, pero algo en el interior de mi persona está continuamente me dice que se puede caminar. Hay miedo a la muerte. A la oscuridad. Al vacío, aunque sea todo lo que necesito. Cierro los ojos. Es complicado.


Cuando se me atosigan las emociones intensas, no puedo pensar con demasiada claridad. Pero al menos he aprendido a no despegar los labios cuando sé que mis palabras no van a ser dulces. Siento que se me van a atragantar tarde o temprano, y concretamente hoy tengo el autoestima tan por los suelos que no sé en qué dirección caminar. Normalmente, cuando estoy herida lo único que necesito es estar un buen rato tumbada, tratando de desviar mis pensamientos hacia otro lugar que no sea la herida que me está sangrando en ése momento, tratando por todos los medios de no perder los estribos porque sé que puedo atentar contra mí misma y que eso no será beneficioso para nadie. Hace algún tiempo que decidí que mis emociones y mis problemas sólo debían afectarme a mí, pero esconderlos a los demás me es complicado, y ésto no es por su intensidad sino porque aún no me he acostumbrado a fingir.

He conocido a muchas personas a lo largo de mi vida cuyos verdaderos sentimientos y sensaciones no he conseguido descifrar muy bien. Porque eran unos verdaderos expertos en esconderlos a los demás, en actuar, en fingir que no pasaba nada. Parece que yo aún soy algo torpe en éste sentido, quizás porque nunca he estado acostumbrada o nunca me he entrenado lo suficiente. Por una parte, siento que ésto es positivo, pero por otra parte también siento que decir lo que me ocurre, aunque pueda traer cosas positivas, también traerá cosas negativas. Estoy un poco confusa en ése aspecto.


Por desgracia, además, creo que están volviendo los problemas alimenticios. Realmente no puedo decir que algún día se fueron y dejé de preocuparme por mi peso, pero es que concretamente ahora me miro al espejo y no veo nada que ame. Antes estaba bastante orgullosa de las cosas que había conseguido en el sentido físico, pero en la actualidad gracias a un batiburrillo de muchas cosas que no quisiese enumerar ahora, no me veo yo.

Tal vez es que no lo soy.


Recuerdo que al llegar ni me miraste,
fui sólo una más de cientos
y, sin embargo, fueron tuyos
los primeros voleteos...
~

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