«Podemos memorizar muchas cosas, imágenes, melodías, nociones, argumentaciones o poemas, pero hay dos cosas que no podemos memorizar: el dolor y el placer. Podemos a lo más tener el recuerdo de ésas sensaciones, pero no las sensaciones del recuerdo. Si nos fuera posible revivir el placer que nos procuró una mujer o el dolor que nos causó una enfermedad, nuestra vida se volvería imposible. En el primer caso se convertiría en una repetición, en el segundo una tortura. Como somos imperfectos, nuestra memoria es imperfecta, y sólo nos restituye aquello que no puede destruirnos.» (Julio Ramón Ribeyro)
Últimamente está costándome demasiado concentrarme. Supongo que es por el nudo que tengo continuamente y que va viajando entre mi garganta, mi pecho y mi estómago. Estoy segura de que es un nudo de nervios llenos de todos los problemas que mi caprichosa mente quiere hacerme creer que tengo. Así es como se vive, una incesante lucha entre tu mente y tú, de la que no puedes escapar porque eres su prisionera. Y más vale acostumbrarte a ello porque lo vas a ser para siempre.
Cuando el psiquiatra me trataba las primeras veces, e incluso cuando yo indagaba entre artículos científicos para comprobar cuál era la mejor manera de hacer remitir los síntomas que experimentaba, parecía haber un halo de esperanza: los síntomas remiten con la edad. Es decir, cuando fuese más mayor, probablemente me encontraría más estable. Y es cierto, estoy más estable, pero éso no quiere decir que por dentro siga sintiendo dolor. En muchas ocasiones, lo más paradójico es que no hay una fuente de dolor objetiva que me lo esté proporcionando; soy consciente de que debo luchar contra ello, pero hace demasiados meses que no tengo fuerzas para ello. Me dejo vencer, como si no valiese para nada. Posponiendo mi victoria y dejándome caer en la cama cuando me encuentro tan mal que respirar me duele.
No puedo evitar sentirme muchas veces como la única persona que se preocupa por los demás. Esto me lleva a plantearme ciertas cuestiones: ¿soy yo la que se preocupa en exceso por los demás y, en consecuencia, espero que los demás se preocupen en la misma medida por mí, una medida que, irónicamente, es desmedida? Sé que necesito muchos cuidados, que soy una persona extremadamente sensible, pero muchas veces he de parar a meditarlo: ¿estoy esperando demasiado? ¿Tal vez soy demasiado exigente? Es una medida extraña, ¿cómo sabes cuánto es lo que mereces, cuánto es lo que deseas, cuánto es la justa medida?
Es lo que ocurre cuando algún objeto está sometido a muchísima presión durante demasiado tiempo: al final, acaba explotando. Y pueden suceder dos cosas: que explote hacia adentro o hacia afuera. Y en ambos casos parece igual de horrible.
Algunas veces siento dentro de mí el fuego de la rabia, pero ésta vez es diferente. Ésta vez siento un profundo y hueco dolor. Ahora mismo es pequeño, pero sé que existe la posibilidad de que comience a crecer y a ganar territorio a lo largo del día. Puede parecer que exagero respecto a lo que siento por dentro, pero por desgracia, inevitablemente, lo que estoy sintiendo ahora mismo es tal cual lo que estoy describiendo con estas desacertadas palabras. Creo que lo he pensado, y creo que a nadie le podría desear que sintiese algo como lo que llevo yo por dentro.
A veces creo llegar a la conclusión de que lo que necesito es un poco de cariño. Sí, es muy raro decirlo en voz alta, e incluso admitírtelo a ti misma. Llega a ser complicado el hecho de tener la cierta certeza de que una de las mejores cosas que te vendría el 99% de las ocasiones es un poco de cariño; una palabra de afecto, una mirada que te proporcione tranquilidad, una caricia que te haga bajar de nuevo a la Tierra. Volvemos a encontrarnos en la misma tesitura: vuelvo a pensar que en cierta forma, proporciono mucho más de lo que recibo. Pero ¿por qué espero recibir nada a cambio? Se supone que eso debería hacerse desinteresadamente. Lo cierto es que yo también lo necesito, de alguna manera. No es que espere algo a cambio, es que me empiezo a notar en los huesos la necesidad.
Tal vez estoy tan acostumbrada a estallar con mis sentimientos y emociones que, ahora que no lo hago, éstos me estén royendo por dentro. Tal vez mi cuerpo lo que está pidiendo ahora mismo a gritos es estallar, de alguna manera, hacia afuera, sin que nada ni nadie lo paren, sin fármacos que estén todo el rato condicionando mi manera de sentir.
No es que esté mal la forma en que siento las cosas, es que siento que algún día acabará por matarme.
Me resulta excesivamente complicado deshacerme de mis ilusiones y de mi imaginación, puesto que en la actualidad son una de las pocas cosas que me mantienen en pie, pero tengo la sensación de que, si sigo actualizándolas en mi cabeza una y otra vez, acabaré más perjudicada de lo que debería.
I hope you're somewhere prayin', prayin'
I hope your soul is changin', changin'
I hope you find your peace
Falling on your knees, prayin'
~
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