lunes, 20 de mayo de 2019

No me remuerde la conciencia, sino estar consciente.

«Tenía frío y no pedía fuego, tenía sed y no pedía agua; pedía libros, horizontes, es decir, escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, dura poco, muy poco; pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.» (Federico García Lorca)


Sigo escribiendo como si tuviese la estúpida esperanza de que éso fuese a cambiar algo. Es como si todo el tiempo hubiese una fuerza sobre mi cabeza, que ejerce presión y que quiere tirarme hacia abajo. Me enfado continuamente conmigo misma porque estoy tan cansada que me es imposible lograr la concentración. Creo que conforme más avanza el día, más van mermándome las fuerzas o las ganas. Siento cómo se me escapan de entre los dedos.

(Coño, yo soy la palmera que se dobla pero aguanta el huracán.)


Es extraño lo que experimento de vez en cuando. No sabría cómo definir este fenómeno y actualmente me hallo rebuscando entre la literatura científica para tratar de darle algo de significado. Supongo que podría considerarse como algo positivo, aunque aún no sé muy bien cuáles son sus efectos secundarios, si ha sido la propia producción de mi cuerpo, o si simplemente es algo que viene de la mano de la medicación. Desde luego, si este fenómeno es natural, sería una buena premisa epistemológica sobre la que partir.

El bambú es una planta muy flexible. Pero cuando la sometes a cierta presión, se parte. Y no sana. No vuelve a pegarse. No tiene forma de regeneración posible cuando se divide en dos ramas. Siento como si tuviese una rama de bambú incrustada en la garganta y, tras doblarse y doblarse y doblarse por la presión, ha acabado partiéndose. Y he tenido la extraña sensación de que mi cerebro ha empezado a segregar algún tipo de péptido opioide que he percibido enseguida. Endorfina, encefalina o dinorfina, no sé aún muy bien cuál. Pero literalmente creo que he podido sentir cómo mi cerebro las había segregado y, de repente, el dolor intenso ha desaparecido.

Una de las funciones analgésicas de mi cuerpo que más rápido he visto actuar. Y aún no sé cómo ha sucedido.


De repente, el nudo en la garganta es menos intenso. He sentido como una especie de relajación muscular -o éso, o directamente mis nocireceptores han dejado de percibir lo muy tensos que se encuentran/encontraban mis músculos...- y ahora no puedo explicar cómo me siento. Es una especie de sopor muy extraño, como si de repente hubiese descansado en un segundo todo lo que necesitaba descansar desde hace semanas. No puedo decir que esté contenta o feliz, simplemente es una especie de relajación... que ni siquiera me atrevería a describir como tal. Tampoco me hallo relajada.

Es como una aceptación del dolor. Imagino que haber ejercido tanta presión en el bambú, al final descansa porque se ha partido.


Es paz ante el dolor. Es aceptación del dolor. Como un enfermo de cáncer que se encuentra tranquilo en su casa. Sabe que dentro las cosas duelen y están yendo mal, pero aún así, trata de descansar. Como si mi mente hubiese segregado tantísimo dolor que se hubiese tomado un leve descanso para hacérmelo digerir, mientras fabrica más. (Porque soy perfectamente consciente de que la horrible sensación volverá y es muy probable que me atropelle estando sola. Sola. Tal como últimamente estoy teniendo que acostumbrarme a estar.)

Tanto dolor que ha dolido tantísimo, que ahora de repente ha tenido que disminuir su intensidad. Es mi propio cuerpo combatiendo contra mi propio cuerpo en una lucha eterna que, al parecer, va a acompañarme toda mi vida.


Oh, you can't hear me cry
See my dreams all die
From where you're standing
On your own
It's so quiet here
And I feel so cold
This house no longer
Feels like home
~

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