miércoles, 26 de junio de 2019

Tengo el cansancio de todas las cosas y el dolor de no servir para nada.

«Digo lo de hace años. El amor pudo haberme salvado. Y no me amó nadie y está bien, digo que está terminado y punto final. Ahora me sobrevivo.» (Alejandra Pizarnik)


Librepensadores, quiero pensar que podría llamarse así. Libresintientes, creo que sería un término muy acertado. No puede haber nada malo en sentir, ni siquiera en sentir demasiado. O sí. Tal vez. No lo sé. Todas las técnicas enfocadas a conseguir mi bienestar se basan en éso, en aprender a sentir de una forma menos intensa, e incluso a sentir menos. Como alguien a quien le vienen balazos por todas partes y no puede esquivarlos porque es muy torpe. Sólo puede quedarse mirando sus heridas, sintiéndolas, pero sin poder curarse. Personas que sentimos mucho, personas que sentimos demasiado profundo. ¿Es éso lo que somos? ¿Personas con una sensibilidad especial? ¿Personas con unas capacidades diferentes? ¿Personas deficientes que no poseen el filtro de lo racional? 

Pudiese parecer a simple vista que el hecho de sentir las cosas más profundamente que los demás constituye incluso algo positivo, pero a lo largo del bagaje de toda mi vida he podido aprender de mí misma que no es una ventaja el hecho de sentir. Antes incluso me frustraba a mí misma el hecho de que una situación o una persona no me causasen ningún tipo de sensación o pensamiento, pero ahora lo veo de una forma muy distinta. No está mal el hecho de sentir, pero a veces tus propios sentimientos y pensamientos te acosan de una forma horrible, y no encuentras manera humana de callarlos o, al menos, de apartarlos por un tiempo. Puede parecer algo bonito. Algo poético.

Podemos sentir más profundamente que el resto de los seres humanos. Somos capaces de experimentar el amor más puro en nuestras carnes, la alegría más limpia, el placer infinito.

Pero también somos capaces de hundirnos en el más oscuro de los dolores. Somos capaces de hacer el más hiriente de los daños. Somos capaces de destruirnos de la forma más terrible que se pueda imaginar.


Había ocasiones en las que la música conseguía apaciguar el remolino de pensamientos que se atragantaban dentro de mi cráneo, pero empiezo a pensar que ahora no son suficientes unas cuantas nota para calmarme. Lo que hay por dentro es demasiado fuerte y, aunque en cierto modo podría considerarse hasta hermoso, sé que no lo es. Sé que sólo es el resquicio de lo que queda de mí. De todas las veces que creí que podría ser feliz pero al final quedó en nada. Hay veces que hay heridas que nos marcan. Para bien o para mal. Pero se puede conseguir aprender a vivir con ellas. 

Aunque estén reabriéndose todo el rato.

(Yo también quería todo éso.)


Los hay que no sabemos entender el término intermedio. No sabemos amar a medias. No sabemos que nos duela a medias. No sabemos de la felicidad a medias. Creo que hay pocas cosas que puedan asustarme tanto como yo misma cuando estoy sintiendo. A veces, ésta capacidad es abrumadora. Incluso logra sobrecogerme a mí misma, así que supongo que también a los demás. A lo largo de mi vida, me he cruzado en muchas ocasiones con personas que nunca llegaron a comprenderlo. Nadie sabía captar el sentido que tenía lo que hacía, lo que decía, lo que pensaba. Con el paso de los años, he sabido operativizarlo y conseguir transmitirlo a aquellas personas que me quieren. Para que no sea tan doloroso para ellos. Para que después de las crisis siempre haya un abrazo. 

Son una de las peores cosas que experimento. 

Hay cosas que no pueden describirse.


(Me das ganas de vivir.)

Siento cómo el pecho se me constriñe cuando pienso e imagino. Sé que las imágenes que se dibujan y desdibujan en mi cabeza no son más que meras ilusiones, fruto del deseo de alcanzar algún tipo de estado mental tranquilo relacionado con la felicidad, pero a veces me es completamente inevitable pensarlas. Supongo que son una pequeña motivación para continuar hacia adelante momentáneamente que desaparecerá tan rápido como han venido. Sé que no debería hacerlo, que son perjudiciales a la larga y que no se corresponden con el camino de la vida que escogí, pero a veces no es malo sucumbir un poco a la disonancia cognitiva. Paso muy malas noches últimamente, ideando e idealizando cosas que no han sucedido y que, muy probablemente, tampoco sucederán. Me imagino y veo en el futuro y a veces duele. Un rayo pequeño en el corazón que parece que va a partirte por la mitad pero que un segundo después, desaparece. Y la nada. Trato de arrancarme mis deseos y pensamientos. Unas veces lo consigo.

Otras, no.



Lo cierto es que mentiría si dijera que no amo la manera en la que se presentan todas y cada una de ésas posibilidades. Siempre nos encontramos soñando con un mundo mejor. Y ésas ensoñaciones, en ocasiones, consiguen hacerme mucho daño. Incluso de una forma física. Como me es imposible controlarlas o modificarlas, e incluso dirigirlas hacia otro tipo de impulsos, es normal que llegue a estar días y días prácticamente sin nada más en lo que pensar. Suelen cortárseme incluso las ganas de comer, como en éste momento. Todo el mundo dice que estoy muy delgada, y supongo que no les falta razón; mi yo del pasado con un trastorno de la alimentación estaría muy orgullosa de mí en éstos momentos, pero yo sólo veo un conjunto de huesos blanquecinos cuando me miro al espejo, y pienso que el monstruo de dentro está intentando comerme. 

Bueno, yo no creo que nadie realmente sea capaz de mimetizarse e integrarse al cien por cien con lo que sucede; antes me frustraba saber que nadie iba a poder comprenderme y perdonarme en las situaciones que realmente lo necesitase, ahora simplemente trato de alejarme de todas aquellas situaciones en las que pueda dañar a alguien. No siempre lo consigo, porque no siempre es fácil. Me sale una inclinación extraña a necesitar una caricia a veces. No es malo, pero sin querer puedo llevarme por delante a alguien. Es lo último que quiero. Hacer más daño.

Pero no lo puedo evitar. Es mi naturaleza. Supongo que he de amarme como tal.



Seguiré esperando siempre; toda la vida si es necesario.



Kiss me hard before you go
Summertime sadness
I just wanted you to know
That baby you're the best
~

martes, 25 de junio de 2019

Destruyéndonos. Así hemos vivido.

«Hoy no ha venido nadie a preguntar; ni me han pedido en ésta tarde nada. No he visto ni una flor de cementerio en tan alegre procesión de luces. Perdóname, Señor: ¡qué poco he muerto!» (César Vallejo.)


(Cuando te fuiste, y se fue él, os llevasteis todo con vosotros.)


Es como si dentro de mí hubiese una bestia horrible. Atrapada dentro de la carne. Todo el tiempo está intentando salir, continuamente arañándome las paredes del pecho. Pero no puede porque hay algo químico que se lo impide. Mientras está por dentro, está causando horribles destrozos. Sus palabras son hirientes, afiladas como cuchillos. A veces creo que me agarra de la tráquea y aprieta todo lo que puede, como si estuviese deseando asesinarme por no dejarle salir. No es culpa mía que no pueda salir, así lo han querido. Me duele todo el cuerpo de intentar contenerla en mi interior. Estoy cansada de luchar. (Y aunque lo supiera, no te lo iba a decir.) Me desestabilizas. No consigo encontrarme a mí misma si de alguna manera estás cerca. Es complicado de explicar, pero es aún más complicado de entender. No, no es nada, está vacío, pero aún así consigue tambalear mi cuerpo como si se tratase de un seísmo. Supongo que debería acostumbrarme a que haya situaciones o personas que signifiquen mi propio infierno personal. (Acércate, por favor.) Mi mente ahora mismo es un conglomerado de imágenes y pensamientos inconexos y sin sentido. Si no puedo dominarla a ella, ¿cómo voy a poder con todo lo demás? (Pues sí, estoy pudiendo.)


Algún día debería tomar una decisión en pro de mi propia estabilidad, pero a quién le gusta estar estable cuando lo contrario siempre está ahí tentándole. Hay cosas que nunca se van a ir. Y conforme se van, vuelven. Como un boomerang. Es que la puta felicidad es adictiva aunque el 90% de mi tiempo consista en estar triste. Momentos, sucesión rápida de ráfagas de recuerdos todo el tiempo bombardeando mi cerebro. Qué estupidez, ¿no? Cualquiera diría que estoy traumada. 

Ahora mismo es que estoy muy enfadada conmigo misma por estar triste por cosas que se suponen que no tienen ningún tipo de relevancia en mi vida, pero cuando se quiere a alguien tanto como yo lo hago, es inevitable que de vez en cuando ése amor se transforme en dolor dentro del cuerpo. De ése dolor se alimenta la bestia que trato de contener. Por éso siempre he tenido tanto miedo de enamorarme. Mi cerebro no sabe poner un límite. No sabe marcar una especie de parámetro que no podamos traspasar a la hora de amar a alguien. No sé querer de otra manera. Y cómo me gustaría aprender a controlar el amor que me sale a borbotones por el cuerpo. Por los ojos, por la garganta, por los dedos, por la cabeza. Todo en una misma dirección.

Más de una vez y dos he dicho que, el día de mañana, cuando ejerza, me darían ganas de prohibir a la gente amar. Al menos a la gente con problemas emocionales. Creo que sus vidas serían mucho más sencillas. Convivir con el dolor como si fuese fibromialgia. Duele constantemente y sin motivo.


Estoy empezando a creer en el puto significado de los sueños porque no paran de traicionarme. Mi propia cabeza conspira en mi contra. Acepté ese no, joder. Mi enfermedad me ha costado demasiado, y lo peor de todo es que tengo que hacerme responsable de actos que yo no he cometido. De cosas que dije y no sentía. De cosas que hice y tampoco quería. Y así me pasaré, toda la vida, tratando de enmendar los errores cometidos y asumiendo las consecuencias de algo que yo no hice. A veces pienso que quiero morir, pero en realidad no es lo que quiero. Lo que quiero es que se muera lo que llevo dentro. Lo único que ha hecho ha sido arrebatarme las cosas que quería. Y ahora yo, en la actualidad, debo cargar con los hechos. No, en ningún momento quise alejar a nadie de mí. Amé a todas y cada una de las personas que mi enfermedad me arrebató, pero ellos no van a volver nunca más. Porque mi monstruo les echó. Cómo me odio por ello.


Joder, y si me paro a pensar en aún todas las personas que me quedan por perder por culpa de ésta puta enfermedad, me entran escalofríos. No, coño, yo nunca quise perderos; yo nunca quise dañaros. Pero lo hice, y lo peor de todo es que no fui yo. Es que simplemente me odio.


If you go I'll stay
You come back I'll be right here
Like a barge at sea
In the storm I stay clear
~

lunes, 24 de junio de 2019

Ya no puedo recibir de éstas soledades trágicas nada más que un poco de pureza vacía.

«Esta necesidad de estar solo, de no sentir que te piden nada, que tiran de ti... Este horror de que tengan el mínimo derecho sobre ti, de lo que te hagan sentir... [...] Te vuelves de repente incapaz, te quitas de en medio, te pones tenso, retrocedes. Ya no sabes decir una palabra. Terminas y abandonas.» (Cesare Pavese.)


Hay muchas veces en las que ni yo misma consigo entenderme. Reflexiono y pienso: si ni siquiera yo soy capaz de entenderme, ¿cómo iba a pedir que los demás lo hiciesen?

Todo podría tener una sencilla y reducida explicación; la explicación de éstas subidas y bajadas, ésta inestabilidad, ésta incapacidad para mantenerme quieta y fija, pero tal vez lo que esté buscando no sea una explicación sino más bien una especie de cura. Ya sé que todo podría resolverse desde la racionalidad, pero tengo miedo, tal vez demasiado. 



En muchas ocasiones, me siento como si estuviese encerrada en una jaula conmigo misma. Creo que éso es lo peor que le puede pasar a alguien, supongo que soy una de ésas personas un poco difíciles de soportar, no me importa admitirlo. Estoy sometiéndome continuamente a mí misma a una especie de maltrato, que aún no sé por qué. Tal vez hay cosas que no me he perdonado a mí misma, cosas que no me he sabido perdonar o cosas que piense que ni siquiera merecen un perdón; las hice porque en su momento no tenía otra salida, las hice porque en su momento aún no había aprendido una respuesta posible. Imagino que en ésto consiste la vida, en un continuo aprendizaje. Imagino que así es como deberemos pasar el resto de nuestras vidas: con nuevas situaciones y nuevos retos.

Pero es más divertido cuando provienen del exterior y no de los problemas de tu propio interior. Es más divertido cuando los crea una persona que no te conocer y que los hace a medida para nadie, con una dificultad que al fin y al cabo puedes encarar y superar. Yo sólo sé ponerme la zancadilla todo el tiempo, porque me jode el hecho de ganar o la mínima probabilidad de que pueda saborear un poco la felicidad.

Echo de menos cosas que nunca he tenido, ¿cómo es ésto posible? ¿Hay alguna palabra en el diccionario o en el idioma castellano para definir ésta sensación?

Me costaría encontrarla, éso seguro.



Llevo más de cinco o seis años entrando aquí para soltar todo lo que cargo, para que nadie pueda ser consciente del infierno que hay dentro de una mente enferma. Para no preocupar a los de mi alrededor, para poder seguir hacia adelante cuando noto que se me está saliendo todo por la garganta. No, supongo que no hay demasiados motivos en mi vida física como para quejarme; todas mis dolencias se reducen al ámbito psíquico y espiritual, aunque ni siquiera esté del todo convencida de que éste último aspecto exista. ¿Sigue Dios ahí arriba? De estar ahí viéndome, dudo mucho que en algún momento tenga la valentía de bajar y revelarme cuál es el secreto. Todos nos estamos guardando nuestro as bajo la manga.

A veces siento la necesidad física de poner un pie en un avión y marcharme lejos, lo más lejos que pueda, tan lejos de mi persona y de mis pensamientos retorcidos en palabras como me sea posible. Pero sé que tendré que acompañarme. No importa qué. Todo va a seguir siendo igual esté aquí, o a diez mil kilómetros de casa. Sé lo que es estar continuamente cansada y nerviosa al mismo tiempo, y duele. Te juro que duele.



Tengo tantos miedos que se me acaban los dedos cuando los cuento. De ésos miedos que enseguida se te vienen a la mente cuando te hacen una pregunta decisiva. ¿Todos le tenemos miedo a la muerte? Yo tenía miedo a estar sola y ya lo estoy. Me enfrenté a ello a la fuerza. No fui yo la que me animé, me empujaron. Y ahora estoy en un perenne combate con lo que sea que viva en mi cabeza, que no sé cómo afrontar. Joder. ¿Cómo pretendíais que continuase?



Estoy jodida.



¿Y qué hago aquí? Mirando al cielo,
a diez mil kilómetros de tus besos,
besando banderas, abriendo fuego,
cavando trincheras, si te echo de menos...
~

jueves, 20 de junio de 2019

Perdóname por haberte ayudado a entender que no estás hecha sólo de palabras.

«Miradme: en mí habita el miedo. Tras éstos ojos serenos, en éste cuerpo que ama: el miedo. El miedo al amanecer porque inevitable el Sol saldrá y he de verlo, cuando atardece porque puede no salir mañana. Vigilo los ruidos misteriosos de ésta casa que se derrumba, ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo. Procuro dormir con la luz encendida y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones. Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel para que de nuevo se adueñe de mí el espanto. Nada me calma ni sosiega: ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor, ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto. Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.» (María Mercedes Carranza.)


Entonces, recuerdo que todo empezó a doler demasiado. Y mirar más allá del dolor es, muchas veces, una tarea imposible. Tengo los ojos llenos de sueño y de lágrimas. De la confirmación de lo que me aterraba. De haber escuchado más de lo que me podría haber permitido. Es una sensación extraña la de que se te está separando la carne de los huesos. Sólo hay polvo en mi garganta, y nudos en mis nudillos. Somos almas atormentadas: lloramos por la noche y durante el día mantenemos silencio para no perturbar el ambiente. Soy un sueño que pide ayuda. La estela de lo que nunca va a pasar. No puedo soportar todo el dolor. Es la tristeza seca, el alma rota, el grito en silencio. (Me noto morir lentamente.) Sé que ésto no va a salir bien. Estoy sola. No, nada, deja de mirarlo esperanzada. Cómo duele tener que fingir una sonrisa ante los demás, a veces incluso noto que se me quiebra la voz cuando estoy intentando escavar en lo más profundo de mi ser para construir una broma que les haga pensar que por dentro no me estoy muriendo.



Volví a la tristeza, de donde nunca debería haber salido. A la inmensidad de mi pequeña habitación, con todos los recovecos llenos de recuerdos. Cierro los ojos y casi puedo encontrarme con alguno de ellos. Ésta enfermedad me ha arrebatado todo lo que amaba en la vida; ahora me alimento de las sobras. Me recuesto en la cama y puedo notar cada uno de los pliegues de las sábanas sobre mi piel. Cuando estoy tan sensible y a la vez tan drogada, soy capaz de sentir que tengo una facilidad increíble para romperme. Como si estuviese hecha de cristal, como si realmente éste mundo fuese demasiado punzante para mí. Así lo describen muchas veces los médicos. Es como vivir todo el tiempo con la piel en carne viva, dicen, y en muchas ocasiones pienso que tienen razón. Antes era capaz de protegerme de una forma más férrea, más consistente, pero creo que con el tiempo y con mis debilidades, me he vuelto más pequeña, más caliente y menos fría, más fácilmente destrozable. No hace falta proponérselo mucho, a veces sólo basta con que no suceda nada.



Las palabras están vacías. No hay ninguna que mínimamente quiera acercarse a lo que quiero expresar. Me miro los dedos patinar sobre el teclado, buscando cuál será la próxima letra, cuál será la próxima frase; por más que leo textos de los adoloridos y atormentados autores que nos ha dado el romanticismo y la novela británica, no lo consigo. Tal vez es porque estoy perdiendo esperanza de que algún día llegue la ayuda. No sé qué tipo de ayuda estoy esperando, no sé siquiera si en realidad es éso lo que necesito. Simplemente estoy esperando. Tal vez una señal que me mantenga con vida, o tal vez una señal que me envíe a la muerte.

De vez en cuando, tomo aire y siento una sensación de opresión extraña en el pecho. Es como si me estuviese dando un infarto. Al principio me asustaba, porque realmente pensaba que mi arteria coronaria se estaba obstruyendo y una parte de mi músculo cardíaco estaba muriendo; pero luego comprendí que sólo sería alguna reacción fisiológica característica de la ansiedad.

Nada nuevo.



¿Cómo era aquel dicho que rezaba que una persona no moría hasta que alguien la olvidaba? ¿Significa éso entonces que estoy muerta?

¿Es éso?

¿Estoy muerta?



Cierro los ojos y trato de arrancar por todos los medios un futuro de la parte fronto-cortical de mi cerebro, pero seguidamente empiezo a encontrarme mal por desear algo que no debería desear. Bueno, soy consciente de que hay cosas en la vida que jamás podré tener, pero no puedo evitar desearlo de alguna manera. Oh, por favor, ¿en serio pretendo hacerme creer a mí misma que soy importante? ¿De verdad hay alguna parte de mi encéfalo que alberga la posible y remota probabilidad de que importo? Me muerdo la carne que hay por dentro de mi boca. Me odio. Si sigo así de tensa, creo que lo próximo que haré será ir en busca de la cuchilla. No puedo. Ya he tomado demasiada medicación y ni aún así consigo relajarme. ¿Será el calor?



Me quiero morir, joder. A la mierda el pecado.



I've been running through the jungle
I've been running with the wolves
To get to you, to get to you
I've been down the darkest alleys
Saw the dark side of the moon
To get to you, to get to you
I've looked for love in every stranger
Took too much to ease the anger
All for you, yeah, all for you
I've been running through the jungle
I've been crying with the wolves
To get to you, to get to you
~

martes, 18 de junio de 2019

Siempre acabamos llegando adonde nos esperan.

«Cuando me siento desdichado, pienso en la muerte. Es el consuelo que tengo: saber que no voy a seguir siendo, pensar que voy a dejar de ser.» (Jorge Luis Borges.)


Lo recuerdo absolutamente todo, hasta las más ínfimas esquinas de la más pequeña astilla del dolor. Recuerdo cómo tenía el cuerpo entumecido, la manera de moverse que tenían mis huesos, despacio, como si estuviesen teniendo que sostener el más pesado de los bloques de cemento. Recuerdo también que odiaba permanecer despierta, que cada segundo de consciencia de la realidad era como recibir una puñalada en el estómago. Necesitaba permanecer tan drogada todo el tiempo que era prácticamente imposible mantener una vida consciente y responsible de mí misma. Recuerdo el desasosiego, la desesperanza, las irremediables e irrefrenables ganas de morir todo el tiempo; el desgarro de mi familia, las pocas fuerzas que teníamos todos para continuar con una situación así. Todo estaba literalmente destrozándome, haciéndome pedazos de la forma más literal y estremecedora que hubiese podido imaginar.

Siempre he escuchado que hay personas que se hacen inmunes a sus propios sentimientos. Hay personas que se sitúan una coraza a su alrededor con el fin de protegerse del dolor; he de confesar que les envidio. Soy una persona tan expuesta al dolor que creo que debería aceptarlo como si fuese un apéndice de mi propio cuerpo. Mis propias emociones están matándome poco a poco, condenándome a un extraño vacío del que me veo incapaz de salir del todo. Siempre vuelvo ahí. Es como el útero que mantiene caliente y protegido al bebé. Lo único cierto. Lo único no incierto.


Todos tenemos ésos acontecimientos en nuestras vidas que marcan un antes y un después. Ésos sucesos que recordaremos para toda la vida. Ésas espinitas que se clavan en lo más profundo de nuestro corazón y que, por mucho que lo deseemos, siempre van a estar ahí. Todos tenemos a alguien a quien amaremos siempre, independientemente de las circunstancias. Todos llevamos por dentro nuestro pasado oscuro, lastrando nuestros errores, tragando nuestros sacrificios. Nunca sabremos lo que la otra persona está cargando dentro de sus costillas, nunca aprenderemos del todo a ver a través de los huesos de los demás. Y éso es tan triste. La escasa o nula empatía, el vacío al que nos sometemos los propios seres humanos, la desgana, la apatía, la pesadumbre. ¿Características de la sociedad en la que nos entremezclamos? La cultura del egoísmo, la cultura del débil, en la que no queremos entender, sólo queremos que las cosas cambien a nuestro rumbo rápida y fácilmente. Esforzarnos por nada, ¿para qué? Es más fácil cambiar nuestro camino que luchar por mantener vivo el que hemos tomado.


Me incluyo en ésta primera personal del plural porque yo también he sido así. Yo también fui de ésas personas que cuando el más mínimo factor se modificaba, tiraba la toalla. Cambiaba de objetivo, de miras, de perspectivas; creo que ahora he despertado un poco y éste mareo característico de cuando te levantas demasiado deprisa está agitándome. Yo no sé amar a medias, yo te lo voy a dar todo y voy a esperar lo mismo de ti. Supongo que ésta manera de sentir las cosas -por supuesto, enfermiza- no es compartida con nadie o, al menos, con pocas personas. No soy de las que se da por vencida enseguida. Tengo la capacidad de aguantar, de permanecer, de soportar, de seguir amando sin importar el qué. Por mucho tiempo que pase, sigo ahí. De una manera irremediable. De una manera enfermiza.


Las cosas no son fáciles. Y es más, puede que la psique humana sea una de las cosas más complicadas con las que me he encontrado en la vida; pero sé que si hay algo que se desea muchísimo y se trabaja en ello, finalmente se termina consiguiendo. Lo recuerdo absolutamente todo, recuerdo cada una de las palabras, que se me clavaban como balas dentro del pecho. Recuerdo con precisión milimétrica las miradas, el tacto, las manos, la manera de mirarme. Tal vez sea éso lo que está acabando conmigo.

Recordarlo, sin querer, absolutamente todo. Que no haya forma humana de deshacerse de ello. Supongo que es la forma que se tiene de amar a mi manera. El hecho de que, con una exactitud pasmosa, sea capaz de recordar absolutamente todo. Me aprieto la cabeza, tenso las manos, aprieto también los dientes; como si de alguna manera pudiese presionar a mi propio cuerpo para parir las cosas que están haciéndome mal por dentro. Joder, es imposible. ¿Por qué sigo recordando? Caminando, de la nada, emerge un recuerdo nuevo que creía plenamente muerto y sepultado. Coño, no es tan complicado todo, ¿no?


Coño, ¿qué mierda de forma de amar es ésta?


I'm fucked up, I'm faded
I'm so complicated
Those things that I said
They were so overrated
But I-I-I-I-I-I, yeah, I meant it
Oh yeah, I-I-I-I-I-I, really fucking meant it
~

sábado, 15 de junio de 2019

Somos tan pequeños como nuestra dicha... sí, pero somos tan grandes como nuestro dolor.

«Afrontar los dolores corporales cuando duran mucho tiempo es seguramente una de las cosas más difíciles. Las naturalezas heroicas se rebelan contra el dolor, intentan negarlo y aprietan los dientes al modo de los estoicos romanos, pero por muy hermosa que sea ésa actitud, nos inclinamos a dudar de la autenticidad de la superación del dolor. Por mi parte, cuando mejor he afrontado los dolores fuertes ha sido intentando no oponerme a ellos, sino abandonándome en sus brazos como se abandona uno a la embriaguez o a la aventura.» (Hermann Hesse).


Bueno, no sé, es que hace mucho tiempo que estoy teniendo experiencias muy raras conmigo misma. Supongo, quiero suponer, que todo tiene que ver un poco con mi salud mental; pero a veces es tan desagradable sentir lo que siento que no sé siquiera como expresarlo. Recuerdo que antes era capaz de escribir mucho. Muchos textos, poemas, muchas frases que me identificaban al cien por cien y que, una vez que salían de entre mis manos, me aliviaba un poco. Era como si hubiese conseguido soltar aquello que me estaba oprimiendo, porque había sabido dar con el clavo exacto, con las palabras más adecuadas. La traducción perfecta. Sin embargo, siento que ahora, por mucho que escribo, nunca me quedo satisfecha. Es como si todo el tiempo estuviese usando tabúes incluso cuando me hablo a mí misma, con quien debiera ser sincera en mi totalidad. Quizás es que hace muchos años decidí vivir una mentira y desde entonces no puedo parar de mentir. Mentirme a mí misma, mentir a los demás. Todo está bien es la mentira que me repito una y otra vez. Que no pasa nada y no hay problemas; tal vez es que está empezando a flojear.


Creo que no sé por qué, no puedo verme a mí misma. Es una experiencia muy desagradable, desde luego, pero como tampoco sé explicarla, no sé dónde se encuentra exactamente el agobio. Es como si yo, mi propia persona, no existiera. Hace poco tenía que estudiar para mis exámenes lo que era la identificación de una persona dependiendo de la cultura, y cómo éste concepto variaba dependiendo de si nos encontrábamos en Oriente o en Occidente. Y realmente ésto me daba que pensar. Quién soy yo, qué tengo, qué me hace distintiva, qué me gusta y qué no. Son preguntas que hace tiempo dejé de saber contestar. Ya no sólo a los demás, sino a mí misma.

Es como si estuviese atada dentro de un cuerpo que no me corresponde y tuviese que estar continuamente tratando de salir. Pero el capullo no se rompe, y no puedo hacerlo.


No sé quién soy, no sé lo que me gusta, no sé lo que me disgusta. Creo que hace tiempo que sólo puedo experimentar un conglomerado de sensaciones aversivas y estrés. Mucho estrés. Imagino que es por haberme expuesto a tantos acontecimientos traumáticos, trato de racionalizarlo puesto que ahora puedo contar con otra perspectiva más profesional, pero en lo más profundo de mí, sé que hay cosas contra las que no puedo luchar. Contra esta desidia, la poca energía, las pocas fuerzas que parecen quedarme en el cuerpo después de luchar batallas difíciles. Es como si no solamente mi cuerpo estuviese cansado, sino también mi cabeza, mi alma. Enfrascada en un cuerpo que no se mueve o que no puede moverse -aún lo desconozco exactamente-. 

Es paradójico y complicado estar continuamente en un estado de estrés, nerviosismo y ansiedad, pero al mismo tiempo cansancio. Antes pensaba que encontrar algún tipo de apoyo podía estar bien y me podía ayudar a conseguir una mejor calidad de vida, pero desde hace algunos meses, pienso que a veces es mejor no abusar. No contarle a nadie tus problemas. Porque siempre habrá alguien que tenga problemas más grandes. Más graves. Que empequeñecerán los tuyos y que los relativizarán. Hasta el punto de que te hagan pensar que, realmente, no hay motivos para preocuparse.

Tal vez lo único que necesito es un poco de compañía y cariño, nada más.


Le escribo a la nada, a la vida, al cansancio, a la apatía. Escribo con las pocas fuerzas que me quedan, con las escasas ganas que puedo rascar dentro de mi cuerpo. Hago todo lo que puedo para tratar de purgar el dolor que me está reconcomiendo por dentro, pero por mucho que me esfuerzo, parece imposible. Incluso después de estar un rato escribiendo, tratando de ahondar en las palabras que más se ajustarían a la realidad subjetiva que estoy viviendo, me quedo insatisfecha. Creo que no lo he dicho todo o que no he dicho nada. Y me frustro aún más, e incluso llego a enfadarme conmigo misma, porque hace unos años no era tan torpe. No era tan lenta; yo hace unos años era completamente diferente, era una persona, había algo por dentro de mí y era capaz de hacer cosas que ahora se me hacen todo un mundo.

¿Qué es lo que ha cambiado durante todos éstos años? ¿Realmente todas las influencias, todos los golpes y todo el bagaje son capaces de cambiar a una persona de una forma tan radical? Hay acontecimientos que jamás dejarán de sorprenderme. Cómo se moldea la mente humana sin que te des cuenta. Cómo la vida va cambiando, se va modificando, se va haciendo diferente, y tú no eres la misma persona que eres ayer, pero tampoco vas a ser la misma persona que lo serás mañana.

He cambiado, sí. Pero no creo que haya sido un cambio en un sentido positivo, si tengo que referirme a la salud mental interior. A la que no se ve.

Desearía que hubiesen cosas que jamás hubiesen sucedido.


¿Quién me abraza con amor?
Veo prados alrededor.
Ésa gente tan feliz
son sombras para mí...
~

martes, 11 de junio de 2019

La vida es fluir, como estos pensamientos que tratan de huir de una mente acostumbrada a sufrir.

«No sé quién soy en éste momento. Duermo sintiéndome. En la hora calma, mi pensamiento olvida el pensamiento, no tiene alma mi alma. Si existo, es un error saberlo. Si despierto, parece un error mío. Siento que no sé. Nada quiero ni tengo ni recuerdo. No tengo ser ni ley. Lapso de la conciencia entre ilusiones, fantasmas me limitan y me contienen, duerme ignorante de ajenos corazones, un corazón de nadie.» (Fernando Pessoa).


Me duele el alma. Se me sale por las costillas.

A veces parece que va a ser muy sencillo controlar tu propia mente, sobre todo cuando acabas de salir de una crisis. Sales reforzada, te sientes bien, como renovada, como si acabases de sacar todo lo malo que había por dentro y que te estaba quemando. Las consecuencias de las crisis nunca son agradables, pero tengo que admitir que la sensación de purificación que experimento luego es deliciosa. Es un poco complicado de explicar. Sé que obviamente he hecho cosas malas, cosas que no están bien y cosas que me hubiese matado antes de hacer, pero después me siento renovada, como una persona nueva; como si hubiese hecho una catarsis necesaria para poder continuando mi existencia. Una mariposa que sale del capullo en el que ha estado encerrada sufriendo. Y con la fuerza con la que resurge, se cree capaz de realizar de nuevo una metamorfosis.

Me veo capaz de controlar mis propios pensamientos, mis propios impulsos y mis propios deseos, aunque en realidad sé que no es así. Sé que las crisis son algo que van a acompañarme el resto de mi vida y que, por desgracia, voy a tener que aprender a vivir con ellas. Constantemente me siento como si el vaso se estuviese llenando de agua y, conforme cae la última gota, exploto.

Es sencillamente horrible no poder controlarte a ti misma y ver cómo dañas a los demás. Es una sensación de impotencia que te corroe por dentro como si fuese un ácido.

Gracias. Recuerdo que me abrazaba, y que le restaba importancia a lo que había pasado. Me comprendía.



En muchas ocasiones, no puedo evitar pensar que la gente me odia por mis errores. Bueno, entendería que lo hiciesen. Al fin y al cabo, las personas que somos enfermas mentales somos muy complicadas de entender, especialmente cuando no existe ningún tipo de alteración física que recuerde o que justifique el que estamos enfermos. Las enfermedades mentales no se ven, pero sí que se sienten, y de una forma muy intensa. Supongo que aún queda mucho camino por recorrer al respecto, pero de momento, no puedo evitar sentirme incómoda con la gente que ha visto lo más profundo y oscuro de mí. Sé que no es plato de buen gusto de nadie ver cómo hago sufrir a sus seres queridos, pero yo no puedo controlarme. Sé que puede parecer que sí, pero hay algo en mi interior que no me lo permite. Y pensar que hace algunos días pensaba que lo tenía todo y ahora siento que lo estoy perdiendo...

De nuevo me toca luchar contra mi mente, contra los pensamientos derrotistas que quieren tirar de mí hacia abajo y verme caer. No puedo evitar imaginarme cosas, no puedo evitar que mi mente me juegue malas pasadas, pero estoy tratando de luchar contra ello, con uñas y dientes. Como puedo. Anoche traté de deshacerme, de bajar a la Tierra y poner los pies en ella, de decirme a mí misma que lo que pienso no es real. Tal vez sea algún tipo de delirio, no estoy del todo segura, pero lo que sí sé es que no puedo dejar que ésto gane.

Aprendí muchas cosas a lo largo de mi vida y durante el desarrollo de ésta enfermedad, pero sí que sé que, si hay una única persona en el mundo que me quiere, que valora mi esfuerzo, y que al menos trata de comprender lo que sucede, y no solamente me disculpa con dulzura sino que después me calma las heridas, vale la pena estar aquí.



Creo que hay ciertas situaciones que suponen todo un reto para mí; hasta ahora, siempre me había sentido incómoda a la hora de enfrentarme a algo así. Toda mi vida siempre se ha regido por lo mismo, casi siempre he tenido los mismos problemas que se repetían una y otra vez, así que puedo suponer que el miedo que estoy experimentando ahora mismo, en gran parte, puedo considerarlo normal. Tengo que protegerme, éso es lo que me repito todo el tiempo, porque sé que si vuelvo a pasarlo mal de ésa manera en concreto, no podré salir o, al menos, me costará mucho. Así que, hasta el momento, lo único que hago es tratar de contenerme. Intentarlo.

Es lo más difícil del mundo.



A veces me descubro a mí misma odiando. Odiando a ésa persona que está ahí, por el hecho de estar ahí. En medio, en medio de lo mío, tocando mis cosas. Me descubro amenazada, me descubro demasiado incómoda como para soportarlo. Creo que nunca antes me había sentido así, o hacía mucho tiempo que no se me arremolinaban las sensaciones. Es que sencillamente no quiero que esté ahí, pero está. Y al parecer va a estar durante mucho más tiempo del que a mí me gustaría. Bueno, hay quien podría pensar que no es molesto, pero a mí me reconcome de tal manera el cráneo que no sabría encontrar las palabras exactas para definir cuán grande es mi molestia. ¿Por qué? No lo sé. Supongo que por muchas cosas. Pero es algo que sumamente detesto y que, aunque sé que podría llegar a adquirir la calificación de irracional, sobrepasa mis fuerzas. No sé explicar por qué éso me molesta, o más bien no sabría cómo hacer entender que éso me molesta, pero lo hace, y muchísimo; cada vez más.

No quiero tomar decisiones absurdas o precipitadas, porque sé que al cabo de un tiempo a la única a la que repercutirán es a mí, pero ahora mismo estoy tentada de seguir mis impulsos. Hay algo me dice que las cosas van a ir mal y, de nuevo, no sé explicarlo.



Joder, búscate tu propia puta suerte, como tuvimos que hacer todos.



Imagina que te sientes diferente,
que te tratan raro, que hay algo en la gente
que te da reparo, vas contracorriente...
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Debo morir de esta lamentable locura.

« ¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder sopo...