«Miradme: en mí habita el miedo. Tras éstos ojos serenos, en éste cuerpo que ama: el miedo. El miedo al amanecer porque inevitable el Sol saldrá y he de verlo, cuando atardece porque puede no salir mañana. Vigilo los ruidos misteriosos de ésta casa que se derrumba, ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo. Procuro dormir con la luz encendida y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones. Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel para que de nuevo se adueñe de mí el espanto. Nada me calma ni sosiega: ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor, ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto. Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.» (María Mercedes Carranza.)
Entonces, recuerdo que todo empezó a doler demasiado. Y mirar más allá del dolor es, muchas veces, una tarea imposible. Tengo los ojos llenos de sueño y de lágrimas. De la confirmación de lo que me aterraba. De haber escuchado más de lo que me podría haber permitido. Es una sensación extraña la de que se te está separando la carne de los huesos. Sólo hay polvo en mi garganta, y nudos en mis nudillos. Somos almas atormentadas: lloramos por la noche y durante el día mantenemos silencio para no perturbar el ambiente. Soy un sueño que pide ayuda. La estela de lo que nunca va a pasar. No puedo soportar todo el dolor. Es la tristeza seca, el alma rota, el grito en silencio. (Me noto morir lentamente.) Sé que ésto no va a salir bien. Estoy sola. No, nada, deja de mirarlo esperanzada. Cómo duele tener que fingir una sonrisa ante los demás, a veces incluso noto que se me quiebra la voz cuando estoy intentando escavar en lo más profundo de mi ser para construir una broma que les haga pensar que por dentro no me estoy muriendo.
Volví a la tristeza, de donde nunca debería haber salido. A la inmensidad de mi pequeña habitación, con todos los recovecos llenos de recuerdos. Cierro los ojos y casi puedo encontrarme con alguno de ellos. Ésta enfermedad me ha arrebatado todo lo que amaba en la vida; ahora me alimento de las sobras. Me recuesto en la cama y puedo notar cada uno de los pliegues de las sábanas sobre mi piel. Cuando estoy tan sensible y a la vez tan drogada, soy capaz de sentir que tengo una facilidad increíble para romperme. Como si estuviese hecha de cristal, como si realmente éste mundo fuese demasiado punzante para mí. Así lo describen muchas veces los médicos. Es como vivir todo el tiempo con la piel en carne viva, dicen, y en muchas ocasiones pienso que tienen razón. Antes era capaz de protegerme de una forma más férrea, más consistente, pero creo que con el tiempo y con mis debilidades, me he vuelto más pequeña, más caliente y menos fría, más fácilmente destrozable. No hace falta proponérselo mucho, a veces sólo basta con que no suceda nada.
Las palabras están vacías. No hay ninguna que mínimamente quiera acercarse a lo que quiero expresar. Me miro los dedos patinar sobre el teclado, buscando cuál será la próxima letra, cuál será la próxima frase; por más que leo textos de los adoloridos y atormentados autores que nos ha dado el romanticismo y la novela británica, no lo consigo. Tal vez es porque estoy perdiendo esperanza de que algún día llegue la ayuda. No sé qué tipo de ayuda estoy esperando, no sé siquiera si en realidad es éso lo que necesito. Simplemente estoy esperando. Tal vez una señal que me mantenga con vida, o tal vez una señal que me envíe a la muerte.
De vez en cuando, tomo aire y siento una sensación de opresión extraña en el pecho. Es como si me estuviese dando un infarto. Al principio me asustaba, porque realmente pensaba que mi arteria coronaria se estaba obstruyendo y una parte de mi músculo cardíaco estaba muriendo; pero luego comprendí que sólo sería alguna reacción fisiológica característica de la ansiedad.
Nada nuevo.
¿Cómo era aquel dicho que rezaba que una persona no moría hasta que alguien la olvidaba? ¿Significa éso entonces que estoy muerta?
¿Es éso?
¿Estoy muerta?
Cierro los ojos y trato de arrancar por todos los medios un futuro de la parte fronto-cortical de mi cerebro, pero seguidamente empiezo a encontrarme mal por desear algo que no debería desear. Bueno, soy consciente de que hay cosas en la vida que jamás podré tener, pero no puedo evitar desearlo de alguna manera. Oh, por favor, ¿en serio pretendo hacerme creer a mí misma que soy importante? ¿De verdad hay alguna parte de mi encéfalo que alberga la posible y remota probabilidad de que importo? Me muerdo la carne que hay por dentro de mi boca. Me odio. Si sigo así de tensa, creo que lo próximo que haré será ir en busca de la cuchilla. No puedo. Ya he tomado demasiada medicación y ni aún así consigo relajarme. ¿Será el calor?
Me quiero morir, joder. A la mierda el pecado.
Volví a la tristeza, de donde nunca debería haber salido. A la inmensidad de mi pequeña habitación, con todos los recovecos llenos de recuerdos. Cierro los ojos y casi puedo encontrarme con alguno de ellos. Ésta enfermedad me ha arrebatado todo lo que amaba en la vida; ahora me alimento de las sobras. Me recuesto en la cama y puedo notar cada uno de los pliegues de las sábanas sobre mi piel. Cuando estoy tan sensible y a la vez tan drogada, soy capaz de sentir que tengo una facilidad increíble para romperme. Como si estuviese hecha de cristal, como si realmente éste mundo fuese demasiado punzante para mí. Así lo describen muchas veces los médicos. Es como vivir todo el tiempo con la piel en carne viva, dicen, y en muchas ocasiones pienso que tienen razón. Antes era capaz de protegerme de una forma más férrea, más consistente, pero creo que con el tiempo y con mis debilidades, me he vuelto más pequeña, más caliente y menos fría, más fácilmente destrozable. No hace falta proponérselo mucho, a veces sólo basta con que no suceda nada.
Las palabras están vacías. No hay ninguna que mínimamente quiera acercarse a lo que quiero expresar. Me miro los dedos patinar sobre el teclado, buscando cuál será la próxima letra, cuál será la próxima frase; por más que leo textos de los adoloridos y atormentados autores que nos ha dado el romanticismo y la novela británica, no lo consigo. Tal vez es porque estoy perdiendo esperanza de que algún día llegue la ayuda. No sé qué tipo de ayuda estoy esperando, no sé siquiera si en realidad es éso lo que necesito. Simplemente estoy esperando. Tal vez una señal que me mantenga con vida, o tal vez una señal que me envíe a la muerte.
De vez en cuando, tomo aire y siento una sensación de opresión extraña en el pecho. Es como si me estuviese dando un infarto. Al principio me asustaba, porque realmente pensaba que mi arteria coronaria se estaba obstruyendo y una parte de mi músculo cardíaco estaba muriendo; pero luego comprendí que sólo sería alguna reacción fisiológica característica de la ansiedad.
Nada nuevo.
¿Cómo era aquel dicho que rezaba que una persona no moría hasta que alguien la olvidaba? ¿Significa éso entonces que estoy muerta?
¿Es éso?
¿Estoy muerta?
Cierro los ojos y trato de arrancar por todos los medios un futuro de la parte fronto-cortical de mi cerebro, pero seguidamente empiezo a encontrarme mal por desear algo que no debería desear. Bueno, soy consciente de que hay cosas en la vida que jamás podré tener, pero no puedo evitar desearlo de alguna manera. Oh, por favor, ¿en serio pretendo hacerme creer a mí misma que soy importante? ¿De verdad hay alguna parte de mi encéfalo que alberga la posible y remota probabilidad de que importo? Me muerdo la carne que hay por dentro de mi boca. Me odio. Si sigo así de tensa, creo que lo próximo que haré será ir en busca de la cuchilla. No puedo. Ya he tomado demasiada medicación y ni aún así consigo relajarme. ¿Será el calor?
Me quiero morir, joder. A la mierda el pecado.
I've been running through the jungle
I've been running with the wolves
To get to you, to get to you
I've been down the darkest alleys
Saw the dark side of the moon
To get to you, to get to you
I've looked for love in every stranger
Took too much to ease the anger
All for you, yeah, all for you
I've been running through the jungle
I've been crying with the wolves
To get to you, to get to you
~
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