martes, 11 de junio de 2019

La vida es fluir, como estos pensamientos que tratan de huir de una mente acostumbrada a sufrir.

«No sé quién soy en éste momento. Duermo sintiéndome. En la hora calma, mi pensamiento olvida el pensamiento, no tiene alma mi alma. Si existo, es un error saberlo. Si despierto, parece un error mío. Siento que no sé. Nada quiero ni tengo ni recuerdo. No tengo ser ni ley. Lapso de la conciencia entre ilusiones, fantasmas me limitan y me contienen, duerme ignorante de ajenos corazones, un corazón de nadie.» (Fernando Pessoa).


Me duele el alma. Se me sale por las costillas.

A veces parece que va a ser muy sencillo controlar tu propia mente, sobre todo cuando acabas de salir de una crisis. Sales reforzada, te sientes bien, como renovada, como si acabases de sacar todo lo malo que había por dentro y que te estaba quemando. Las consecuencias de las crisis nunca son agradables, pero tengo que admitir que la sensación de purificación que experimento luego es deliciosa. Es un poco complicado de explicar. Sé que obviamente he hecho cosas malas, cosas que no están bien y cosas que me hubiese matado antes de hacer, pero después me siento renovada, como una persona nueva; como si hubiese hecho una catarsis necesaria para poder continuando mi existencia. Una mariposa que sale del capullo en el que ha estado encerrada sufriendo. Y con la fuerza con la que resurge, se cree capaz de realizar de nuevo una metamorfosis.

Me veo capaz de controlar mis propios pensamientos, mis propios impulsos y mis propios deseos, aunque en realidad sé que no es así. Sé que las crisis son algo que van a acompañarme el resto de mi vida y que, por desgracia, voy a tener que aprender a vivir con ellas. Constantemente me siento como si el vaso se estuviese llenando de agua y, conforme cae la última gota, exploto.

Es sencillamente horrible no poder controlarte a ti misma y ver cómo dañas a los demás. Es una sensación de impotencia que te corroe por dentro como si fuese un ácido.

Gracias. Recuerdo que me abrazaba, y que le restaba importancia a lo que había pasado. Me comprendía.



En muchas ocasiones, no puedo evitar pensar que la gente me odia por mis errores. Bueno, entendería que lo hiciesen. Al fin y al cabo, las personas que somos enfermas mentales somos muy complicadas de entender, especialmente cuando no existe ningún tipo de alteración física que recuerde o que justifique el que estamos enfermos. Las enfermedades mentales no se ven, pero sí que se sienten, y de una forma muy intensa. Supongo que aún queda mucho camino por recorrer al respecto, pero de momento, no puedo evitar sentirme incómoda con la gente que ha visto lo más profundo y oscuro de mí. Sé que no es plato de buen gusto de nadie ver cómo hago sufrir a sus seres queridos, pero yo no puedo controlarme. Sé que puede parecer que sí, pero hay algo en mi interior que no me lo permite. Y pensar que hace algunos días pensaba que lo tenía todo y ahora siento que lo estoy perdiendo...

De nuevo me toca luchar contra mi mente, contra los pensamientos derrotistas que quieren tirar de mí hacia abajo y verme caer. No puedo evitar imaginarme cosas, no puedo evitar que mi mente me juegue malas pasadas, pero estoy tratando de luchar contra ello, con uñas y dientes. Como puedo. Anoche traté de deshacerme, de bajar a la Tierra y poner los pies en ella, de decirme a mí misma que lo que pienso no es real. Tal vez sea algún tipo de delirio, no estoy del todo segura, pero lo que sí sé es que no puedo dejar que ésto gane.

Aprendí muchas cosas a lo largo de mi vida y durante el desarrollo de ésta enfermedad, pero sí que sé que, si hay una única persona en el mundo que me quiere, que valora mi esfuerzo, y que al menos trata de comprender lo que sucede, y no solamente me disculpa con dulzura sino que después me calma las heridas, vale la pena estar aquí.



Creo que hay ciertas situaciones que suponen todo un reto para mí; hasta ahora, siempre me había sentido incómoda a la hora de enfrentarme a algo así. Toda mi vida siempre se ha regido por lo mismo, casi siempre he tenido los mismos problemas que se repetían una y otra vez, así que puedo suponer que el miedo que estoy experimentando ahora mismo, en gran parte, puedo considerarlo normal. Tengo que protegerme, éso es lo que me repito todo el tiempo, porque sé que si vuelvo a pasarlo mal de ésa manera en concreto, no podré salir o, al menos, me costará mucho. Así que, hasta el momento, lo único que hago es tratar de contenerme. Intentarlo.

Es lo más difícil del mundo.



A veces me descubro a mí misma odiando. Odiando a ésa persona que está ahí, por el hecho de estar ahí. En medio, en medio de lo mío, tocando mis cosas. Me descubro amenazada, me descubro demasiado incómoda como para soportarlo. Creo que nunca antes me había sentido así, o hacía mucho tiempo que no se me arremolinaban las sensaciones. Es que sencillamente no quiero que esté ahí, pero está. Y al parecer va a estar durante mucho más tiempo del que a mí me gustaría. Bueno, hay quien podría pensar que no es molesto, pero a mí me reconcome de tal manera el cráneo que no sabría encontrar las palabras exactas para definir cuán grande es mi molestia. ¿Por qué? No lo sé. Supongo que por muchas cosas. Pero es algo que sumamente detesto y que, aunque sé que podría llegar a adquirir la calificación de irracional, sobrepasa mis fuerzas. No sé explicar por qué éso me molesta, o más bien no sabría cómo hacer entender que éso me molesta, pero lo hace, y muchísimo; cada vez más.

No quiero tomar decisiones absurdas o precipitadas, porque sé que al cabo de un tiempo a la única a la que repercutirán es a mí, pero ahora mismo estoy tentada de seguir mis impulsos. Hay algo me dice que las cosas van a ir mal y, de nuevo, no sé explicarlo.



Joder, búscate tu propia puta suerte, como tuvimos que hacer todos.



Imagina que te sientes diferente,
que te tratan raro, que hay algo en la gente
que te da reparo, vas contracorriente...
~

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