«Digo lo de hace años. El amor pudo haberme salvado. Y no me amó nadie y está bien, digo que está terminado y punto final. Ahora me sobrevivo.» (Alejandra Pizarnik)
Librepensadores, quiero pensar que podría llamarse así. Libresintientes, creo que sería un término muy acertado. No puede haber nada malo en sentir, ni siquiera en sentir demasiado. O sí. Tal vez. No lo sé. Todas las técnicas enfocadas a conseguir mi bienestar se basan en éso, en aprender a sentir de una forma menos intensa, e incluso a sentir menos. Como alguien a quien le vienen balazos por todas partes y no puede esquivarlos porque es muy torpe. Sólo puede quedarse mirando sus heridas, sintiéndolas, pero sin poder curarse. Personas que sentimos mucho, personas que sentimos demasiado profundo. ¿Es éso lo que somos? ¿Personas con una sensibilidad especial? ¿Personas con unas capacidades diferentes? ¿Personas deficientes que no poseen el filtro de lo racional?
Pudiese parecer a simple vista que el hecho de sentir las cosas más profundamente que los demás constituye incluso algo positivo, pero a lo largo del bagaje de toda mi vida he podido aprender de mí misma que no es una ventaja el hecho de sentir. Antes incluso me frustraba a mí misma el hecho de que una situación o una persona no me causasen ningún tipo de sensación o pensamiento, pero ahora lo veo de una forma muy distinta. No está mal el hecho de sentir, pero a veces tus propios sentimientos y pensamientos te acosan de una forma horrible, y no encuentras manera humana de callarlos o, al menos, de apartarlos por un tiempo. Puede parecer algo bonito. Algo poético.
Podemos sentir más profundamente que el resto de los seres humanos. Somos capaces de experimentar el amor más puro en nuestras carnes, la alegría más limpia, el placer infinito.
Pero también somos capaces de hundirnos en el más oscuro de los dolores. Somos capaces de hacer el más hiriente de los daños. Somos capaces de destruirnos de la forma más terrible que se pueda imaginar.
Había ocasiones en las que la música conseguía apaciguar el remolino de pensamientos que se atragantaban dentro de mi cráneo, pero empiezo a pensar que ahora no son suficientes unas cuantas nota para calmarme. Lo que hay por dentro es demasiado fuerte y, aunque en cierto modo podría considerarse hasta hermoso, sé que no lo es. Sé que sólo es el resquicio de lo que queda de mí. De todas las veces que creí que podría ser feliz pero al final quedó en nada. Hay veces que hay heridas que nos marcan. Para bien o para mal. Pero se puede conseguir aprender a vivir con ellas.
Aunque estén reabriéndose todo el rato.
(Yo también quería todo éso.)
Los hay que no sabemos entender el término intermedio. No sabemos amar a medias. No sabemos que nos duela a medias. No sabemos de la felicidad a medias. Creo que hay pocas cosas que puedan asustarme tanto como yo misma cuando estoy sintiendo. A veces, ésta capacidad es abrumadora. Incluso logra sobrecogerme a mí misma, así que supongo que también a los demás. A lo largo de mi vida, me he cruzado en muchas ocasiones con personas que nunca llegaron a comprenderlo. Nadie sabía captar el sentido que tenía lo que hacía, lo que decía, lo que pensaba. Con el paso de los años, he sabido operativizarlo y conseguir transmitirlo a aquellas personas que me quieren. Para que no sea tan doloroso para ellos. Para que después de las crisis siempre haya un abrazo.
Son una de las peores cosas que experimento.
Hay cosas que no pueden describirse.
(Me das ganas de vivir.)
Siento cómo el pecho se me constriñe cuando pienso e imagino. Sé que las imágenes que se dibujan y desdibujan en mi cabeza no son más que meras ilusiones, fruto del deseo de alcanzar algún tipo de estado mental tranquilo relacionado con la felicidad, pero a veces me es completamente inevitable pensarlas. Supongo que son una pequeña motivación para continuar hacia adelante momentáneamente que desaparecerá tan rápido como han venido. Sé que no debería hacerlo, que son perjudiciales a la larga y que no se corresponden con el camino de la vida que escogí, pero a veces no es malo sucumbir un poco a la disonancia cognitiva. Paso muy malas noches últimamente, ideando e idealizando cosas que no han sucedido y que, muy probablemente, tampoco sucederán. Me imagino y veo en el futuro y a veces duele. Un rayo pequeño en el corazón que parece que va a partirte por la mitad pero que un segundo después, desaparece. Y la nada. Trato de arrancarme mis deseos y pensamientos. Unas veces lo consigo.
Otras, no.
Lo cierto es que mentiría si dijera que no amo la manera en la que se presentan todas y cada una de ésas posibilidades. Siempre nos encontramos soñando con un mundo mejor. Y ésas ensoñaciones, en ocasiones, consiguen hacerme mucho daño. Incluso de una forma física. Como me es imposible controlarlas o modificarlas, e incluso dirigirlas hacia otro tipo de impulsos, es normal que llegue a estar días y días prácticamente sin nada más en lo que pensar. Suelen cortárseme incluso las ganas de comer, como en éste momento. Todo el mundo dice que estoy muy delgada, y supongo que no les falta razón; mi yo del pasado con un trastorno de la alimentación estaría muy orgullosa de mí en éstos momentos, pero yo sólo veo un conjunto de huesos blanquecinos cuando me miro al espejo, y pienso que el monstruo de dentro está intentando comerme.
Bueno, yo no creo que nadie realmente sea capaz de mimetizarse e integrarse al cien por cien con lo que sucede; antes me frustraba saber que nadie iba a poder comprenderme y perdonarme en las situaciones que realmente lo necesitase, ahora simplemente trato de alejarme de todas aquellas situaciones en las que pueda dañar a alguien. No siempre lo consigo, porque no siempre es fácil. Me sale una inclinación extraña a necesitar una caricia a veces. No es malo, pero sin querer puedo llevarme por delante a alguien. Es lo último que quiero. Hacer más daño.
Pero no lo puedo evitar. Es mi naturaleza. Supongo que he de amarme como tal.
Seguiré esperando siempre; toda la vida si es necesario.
Kiss me hard before you go
Summertime sadness
I just wanted you to know
That baby you're the best
~
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