«Esta necesidad de estar solo, de no sentir que te piden nada, que tiran de ti... Este horror de que tengan el mínimo derecho sobre ti, de lo que te hagan sentir... [...] Te vuelves de repente incapaz, te quitas de en medio, te pones tenso, retrocedes. Ya no sabes decir una palabra. Terminas y abandonas.» (Cesare Pavese.)
Hay muchas veces en las que ni yo misma consigo entenderme. Reflexiono y pienso: si ni siquiera yo soy capaz de entenderme, ¿cómo iba a pedir que los demás lo hiciesen?
Todo podría tener una sencilla y reducida explicación; la explicación de éstas subidas y bajadas, ésta inestabilidad, ésta incapacidad para mantenerme quieta y fija, pero tal vez lo que esté buscando no sea una explicación sino más bien una especie de cura. Ya sé que todo podría resolverse desde la racionalidad, pero tengo miedo, tal vez demasiado.
En muchas ocasiones, me siento como si estuviese encerrada en una jaula conmigo misma. Creo que éso es lo peor que le puede pasar a alguien, supongo que soy una de ésas personas un poco difíciles de soportar, no me importa admitirlo. Estoy sometiéndome continuamente a mí misma a una especie de maltrato, que aún no sé por qué. Tal vez hay cosas que no me he perdonado a mí misma, cosas que no me he sabido perdonar o cosas que piense que ni siquiera merecen un perdón; las hice porque en su momento no tenía otra salida, las hice porque en su momento aún no había aprendido una respuesta posible. Imagino que en ésto consiste la vida, en un continuo aprendizaje. Imagino que así es como deberemos pasar el resto de nuestras vidas: con nuevas situaciones y nuevos retos.
Pero es más divertido cuando provienen del exterior y no de los problemas de tu propio interior. Es más divertido cuando los crea una persona que no te conocer y que los hace a medida para nadie, con una dificultad que al fin y al cabo puedes encarar y superar. Yo sólo sé ponerme la zancadilla todo el tiempo, porque me jode el hecho de ganar o la mínima probabilidad de que pueda saborear un poco la felicidad.
Echo de menos cosas que nunca he tenido, ¿cómo es ésto posible? ¿Hay alguna palabra en el diccionario o en el idioma castellano para definir ésta sensación?
Me costaría encontrarla, éso seguro.
Llevo más de cinco o seis años entrando aquí para soltar todo lo que cargo, para que nadie pueda ser consciente del infierno que hay dentro de una mente enferma. Para no preocupar a los de mi alrededor, para poder seguir hacia adelante cuando noto que se me está saliendo todo por la garganta. No, supongo que no hay demasiados motivos en mi vida física como para quejarme; todas mis dolencias se reducen al ámbito psíquico y espiritual, aunque ni siquiera esté del todo convencida de que éste último aspecto exista. ¿Sigue Dios ahí arriba? De estar ahí viéndome, dudo mucho que en algún momento tenga la valentía de bajar y revelarme cuál es el secreto. Todos nos estamos guardando nuestro as bajo la manga.
A veces siento la necesidad física de poner un pie en un avión y marcharme lejos, lo más lejos que pueda, tan lejos de mi persona y de mis pensamientos retorcidos en palabras como me sea posible. Pero sé que tendré que acompañarme. No importa qué. Todo va a seguir siendo igual esté aquí, o a diez mil kilómetros de casa. Sé lo que es estar continuamente cansada y nerviosa al mismo tiempo, y duele. Te juro que duele.
Tengo tantos miedos que se me acaban los dedos cuando los cuento. De ésos miedos que enseguida se te vienen a la mente cuando te hacen una pregunta decisiva. ¿Todos le tenemos miedo a la muerte? Yo tenía miedo a estar sola y ya lo estoy. Me enfrenté a ello a la fuerza. No fui yo la que me animé, me empujaron. Y ahora estoy en un perenne combate con lo que sea que viva en mi cabeza, que no sé cómo afrontar. Joder. ¿Cómo pretendíais que continuase?
Estoy jodida.
En muchas ocasiones, me siento como si estuviese encerrada en una jaula conmigo misma. Creo que éso es lo peor que le puede pasar a alguien, supongo que soy una de ésas personas un poco difíciles de soportar, no me importa admitirlo. Estoy sometiéndome continuamente a mí misma a una especie de maltrato, que aún no sé por qué. Tal vez hay cosas que no me he perdonado a mí misma, cosas que no me he sabido perdonar o cosas que piense que ni siquiera merecen un perdón; las hice porque en su momento no tenía otra salida, las hice porque en su momento aún no había aprendido una respuesta posible. Imagino que en ésto consiste la vida, en un continuo aprendizaje. Imagino que así es como deberemos pasar el resto de nuestras vidas: con nuevas situaciones y nuevos retos.
Pero es más divertido cuando provienen del exterior y no de los problemas de tu propio interior. Es más divertido cuando los crea una persona que no te conocer y que los hace a medida para nadie, con una dificultad que al fin y al cabo puedes encarar y superar. Yo sólo sé ponerme la zancadilla todo el tiempo, porque me jode el hecho de ganar o la mínima probabilidad de que pueda saborear un poco la felicidad.
Echo de menos cosas que nunca he tenido, ¿cómo es ésto posible? ¿Hay alguna palabra en el diccionario o en el idioma castellano para definir ésta sensación?
Me costaría encontrarla, éso seguro.
Llevo más de cinco o seis años entrando aquí para soltar todo lo que cargo, para que nadie pueda ser consciente del infierno que hay dentro de una mente enferma. Para no preocupar a los de mi alrededor, para poder seguir hacia adelante cuando noto que se me está saliendo todo por la garganta. No, supongo que no hay demasiados motivos en mi vida física como para quejarme; todas mis dolencias se reducen al ámbito psíquico y espiritual, aunque ni siquiera esté del todo convencida de que éste último aspecto exista. ¿Sigue Dios ahí arriba? De estar ahí viéndome, dudo mucho que en algún momento tenga la valentía de bajar y revelarme cuál es el secreto. Todos nos estamos guardando nuestro as bajo la manga.
A veces siento la necesidad física de poner un pie en un avión y marcharme lejos, lo más lejos que pueda, tan lejos de mi persona y de mis pensamientos retorcidos en palabras como me sea posible. Pero sé que tendré que acompañarme. No importa qué. Todo va a seguir siendo igual esté aquí, o a diez mil kilómetros de casa. Sé lo que es estar continuamente cansada y nerviosa al mismo tiempo, y duele. Te juro que duele.
Tengo tantos miedos que se me acaban los dedos cuando los cuento. De ésos miedos que enseguida se te vienen a la mente cuando te hacen una pregunta decisiva. ¿Todos le tenemos miedo a la muerte? Yo tenía miedo a estar sola y ya lo estoy. Me enfrenté a ello a la fuerza. No fui yo la que me animé, me empujaron. Y ahora estoy en un perenne combate con lo que sea que viva en mi cabeza, que no sé cómo afrontar. Joder. ¿Cómo pretendíais que continuase?
Estoy jodida.
¿Y qué hago aquí? Mirando al cielo,
a diez mil kilómetros de tus besos,
besando banderas, abriendo fuego,
cavando trincheras, si te echo de menos...
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