sábado, 15 de junio de 2019

Somos tan pequeños como nuestra dicha... sí, pero somos tan grandes como nuestro dolor.

«Afrontar los dolores corporales cuando duran mucho tiempo es seguramente una de las cosas más difíciles. Las naturalezas heroicas se rebelan contra el dolor, intentan negarlo y aprietan los dientes al modo de los estoicos romanos, pero por muy hermosa que sea ésa actitud, nos inclinamos a dudar de la autenticidad de la superación del dolor. Por mi parte, cuando mejor he afrontado los dolores fuertes ha sido intentando no oponerme a ellos, sino abandonándome en sus brazos como se abandona uno a la embriaguez o a la aventura.» (Hermann Hesse).


Bueno, no sé, es que hace mucho tiempo que estoy teniendo experiencias muy raras conmigo misma. Supongo, quiero suponer, que todo tiene que ver un poco con mi salud mental; pero a veces es tan desagradable sentir lo que siento que no sé siquiera como expresarlo. Recuerdo que antes era capaz de escribir mucho. Muchos textos, poemas, muchas frases que me identificaban al cien por cien y que, una vez que salían de entre mis manos, me aliviaba un poco. Era como si hubiese conseguido soltar aquello que me estaba oprimiendo, porque había sabido dar con el clavo exacto, con las palabras más adecuadas. La traducción perfecta. Sin embargo, siento que ahora, por mucho que escribo, nunca me quedo satisfecha. Es como si todo el tiempo estuviese usando tabúes incluso cuando me hablo a mí misma, con quien debiera ser sincera en mi totalidad. Quizás es que hace muchos años decidí vivir una mentira y desde entonces no puedo parar de mentir. Mentirme a mí misma, mentir a los demás. Todo está bien es la mentira que me repito una y otra vez. Que no pasa nada y no hay problemas; tal vez es que está empezando a flojear.


Creo que no sé por qué, no puedo verme a mí misma. Es una experiencia muy desagradable, desde luego, pero como tampoco sé explicarla, no sé dónde se encuentra exactamente el agobio. Es como si yo, mi propia persona, no existiera. Hace poco tenía que estudiar para mis exámenes lo que era la identificación de una persona dependiendo de la cultura, y cómo éste concepto variaba dependiendo de si nos encontrábamos en Oriente o en Occidente. Y realmente ésto me daba que pensar. Quién soy yo, qué tengo, qué me hace distintiva, qué me gusta y qué no. Son preguntas que hace tiempo dejé de saber contestar. Ya no sólo a los demás, sino a mí misma.

Es como si estuviese atada dentro de un cuerpo que no me corresponde y tuviese que estar continuamente tratando de salir. Pero el capullo no se rompe, y no puedo hacerlo.


No sé quién soy, no sé lo que me gusta, no sé lo que me disgusta. Creo que hace tiempo que sólo puedo experimentar un conglomerado de sensaciones aversivas y estrés. Mucho estrés. Imagino que es por haberme expuesto a tantos acontecimientos traumáticos, trato de racionalizarlo puesto que ahora puedo contar con otra perspectiva más profesional, pero en lo más profundo de mí, sé que hay cosas contra las que no puedo luchar. Contra esta desidia, la poca energía, las pocas fuerzas que parecen quedarme en el cuerpo después de luchar batallas difíciles. Es como si no solamente mi cuerpo estuviese cansado, sino también mi cabeza, mi alma. Enfrascada en un cuerpo que no se mueve o que no puede moverse -aún lo desconozco exactamente-. 

Es paradójico y complicado estar continuamente en un estado de estrés, nerviosismo y ansiedad, pero al mismo tiempo cansancio. Antes pensaba que encontrar algún tipo de apoyo podía estar bien y me podía ayudar a conseguir una mejor calidad de vida, pero desde hace algunos meses, pienso que a veces es mejor no abusar. No contarle a nadie tus problemas. Porque siempre habrá alguien que tenga problemas más grandes. Más graves. Que empequeñecerán los tuyos y que los relativizarán. Hasta el punto de que te hagan pensar que, realmente, no hay motivos para preocuparse.

Tal vez lo único que necesito es un poco de compañía y cariño, nada más.


Le escribo a la nada, a la vida, al cansancio, a la apatía. Escribo con las pocas fuerzas que me quedan, con las escasas ganas que puedo rascar dentro de mi cuerpo. Hago todo lo que puedo para tratar de purgar el dolor que me está reconcomiendo por dentro, pero por mucho que me esfuerzo, parece imposible. Incluso después de estar un rato escribiendo, tratando de ahondar en las palabras que más se ajustarían a la realidad subjetiva que estoy viviendo, me quedo insatisfecha. Creo que no lo he dicho todo o que no he dicho nada. Y me frustro aún más, e incluso llego a enfadarme conmigo misma, porque hace unos años no era tan torpe. No era tan lenta; yo hace unos años era completamente diferente, era una persona, había algo por dentro de mí y era capaz de hacer cosas que ahora se me hacen todo un mundo.

¿Qué es lo que ha cambiado durante todos éstos años? ¿Realmente todas las influencias, todos los golpes y todo el bagaje son capaces de cambiar a una persona de una forma tan radical? Hay acontecimientos que jamás dejarán de sorprenderme. Cómo se moldea la mente humana sin que te des cuenta. Cómo la vida va cambiando, se va modificando, se va haciendo diferente, y tú no eres la misma persona que eres ayer, pero tampoco vas a ser la misma persona que lo serás mañana.

He cambiado, sí. Pero no creo que haya sido un cambio en un sentido positivo, si tengo que referirme a la salud mental interior. A la que no se ve.

Desearía que hubiesen cosas que jamás hubiesen sucedido.


¿Quién me abraza con amor?
Veo prados alrededor.
Ésa gente tan feliz
son sombras para mí...
~

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Debo morir de esta lamentable locura.

« ¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder sopo...