jueves, 10 de mayo de 2018

Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma.

«¿Sabe lo mejor de los corazones rotos? Que sólo pueden romperse de verdad una vez. Lo demás son rasguños.» (Carlos Ruiz Zafón.)


Tristeza seca es todo lo que alcanzo a respirar por casa. No estoy sola, hay gente, de vez en cuando hay más gente, pero no puedo evitar sentirme completa e indignamente sola. Pareciese como si en el silencio se refugiase todo aquello que se cocina a fuego lento dentro de mi cabeza; los malos pensamientos esperan a que me encuentre completamente sola e indefensa para atacarme. Pero ya no solamente se limitan a permanecer dentro de mi cráneo, sino que han aprendido a salir. Se deslizan por todas partes como si fuesen una sombra, me abrazan, me atrapan; me dicen que saben dulces y, aún así, no quiero caer en su juego. Estoy cansada de que me persigan hacia todas partes y el único lugar donde pueda estar tranquila sea en la cama, bajo las sábanas, en los brazos de Morfeo donde todo parece ser mío y de nadie más. Estoy tan hastiada de que el único refugio que encuentre sea mi cama.


En pocas ocasiones el dolor físico ha superado al dolor mental, pero sí he de admitir que son muchas las situaciones en las que el dolor físico se ha traducido literalmente en dolor físico. Es como una especie de bomba candente en mi pecho que se contrae y se relaja continuamente pero que, en cada uno de sus movimientos, expulsa dolor a través de mi torrente sanguíneo en todas direcciones. Algunas veces me deja paralizadas las extremidades, otras ocasiones es tan intenso que incluso se me escapa alguna lágrima. Antes podía controlarlo muchísimo menos, pero actualmente soy bastante capaz de determinar cuándo quiero que me afecte. Podría estar haciendo tantísimas cosas ahora mismo y, sin embargo, no tengo fuerzas para nada. Tengo miedo de que él piense que soy una aburrida, pero ¿acaso no es cierto? Soy una de ésas personas que son lo más parecido a la nada que podrás encontrarte.

No tengo hobbies o aficiones como la mayoría de la gente; poco a poco me he ido anulando de una manera horrible. Cuando tengo tiempo libre, lo único que hago es tumbarme en mi cama para poder dormir y tranquilizar mi mente durante algunas horas -o, al menos, minutos-. Esto es lo que quizás me hace una persona más aburrida que las demás: el hecho de que no tengo aficiones porque esta maldita enfermedad me ha inutilizado tanto que soy incapaz de verme en el espejo y reconocerme.


Quiero decir: antes yo era una niña que hacía de todo. Me encantaba pasarme las tardes viendo anime, jugando a videojuegos o viendo películas. Y ahora, por alguna extraña razón, soy incapaz de sentarme frente a una pantalla y centrar mi atención en algún tipo de espectáculo televisivo. La ansiedad comienza a recorrer enteramente mi cuerpo, como si en cualquier momento fuese a suceder algo que me fuese a dañar. Ni siquiera soy capaz de empezar una nueva serie de televisión. ¿Qué me está sucediendo? No, no soy capaz siquiera de invertir mi tiempo en un hobbie de calidad sin que la ansiedad me invada. Definitivamente, soy una persona deplorable.


Tengo mucho miedo de que la gente se aburra de estar conmigo. Al fin y al cabo, voy poco más allá de un físico ligeramente cuidado. Siento como si todos los demás tuviesen un trasfondo interesante y profundo, del que podrían hablar durante horas mientras yo les escucho atentamente; mientras que, por mi parte, el único trasfondo que hay es negro como una noche sin Luna. No hay nada interesante en mí, nada que poder contar más allá de un par de trucos que he aprendido en algún lugar. Todo el mundo tiene aficiones, todo el mundo tiene algo en lo que ocupa su vida y, a mí, por más que intentan enseñarme y tratarme de hacerme interesar algunos de los temas más actuales, me veo completamente incapaz. La ansiedad me impide todo. Se ha apoderado prácticamente de la totalidad de mi vida. Cada vez que alguien insiste en que tengo que ver algún programa, alguna serie, jugar a algún videojuego o algo por el estilo, mi cuerpo reacciona mal. Enseguida digo que no es para tanto, que está demasiado sobrevalorado, y ataco sin querer.

Porque a mi monstruo no le gustan las personas que tratan de hacer que sea feliz, y por éso continuamente quiere echarlas de mi lado. Cuando cierro los ojos y trato de visualizarlo, se esfuma y desaparece. A él tampoco le gusta que le vea. Simplemente está ahí, a mi lado, como un dragón de la mala suerte apoyado en mi hombro, esperando y disfrutando de cada caída y de cada desastre para poder decirme ésa frase que tanto le gusta repetirme.

Te lo dije, saldría mal.


Estoy intentando luchar contra el desánimo y, en esta guerra, mi madre está ayudándome con todas sus fuerzas. Por una parte, me siento terriblemente bien cuando las palabras de calma de mi madre llegan a mis oídos pero, por otra parte, me siento mal por mostrar continuamente mi lado malo hacia los demás. Tengo miedo de que algún día se cansen como tantas y tantas otras personas se han cansado antes. Trato de pensar que todo el mundo es diferente pero, cuando todos me han demostrado que absolutamente nadie quiere a su lado a una persona triste, siento que el mundo vuelve a volcárseme encima. De verdad que trato de intentar luchar contra la tristeza, pero es un cáncer que se adueña de mi vida y del que no sé cómo desprenderme.

Estoy honestamente cansada. Mucho. De visitar este blog continuamente. Es lo único con lo que puedo desahogarme estas semanas.


Cuando estás lejana,
sueño un horizonte
falto de palabras.
Y yo sé que siempre estás ahí, ahí;
una Luna hecha para mí,
siempre iluminada para mí;
por mí, por mí, por mí...
~

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