miércoles, 9 de mayo de 2018

Sigo mal, y seguiré peor, pero voy aprendiendo a estar sola y eso ya es una ventaja y un pequeño triunfo.

«No era bonita. Se veía como si fuera arte, y no se supone que el arte se vea bonito; se supone que debe hacerte sentir algo.» (Eleanor & Park.)


Las paredes de mi casa están impregnadas de tristeza, y se me están cayendo encima. La pantalla del ordenador me absorbe con un magnetismo grotesco y desagradable; y las horas del día se me echan encima, apremiándome, recordándome que he malgastado otro día más en no hacer nada y en lamentarme de mi mal estado anímico, de todo lo que me duele y no tiene explicación, recordándome que debería estar haciendo otra cosa en lugar de quejarme. Que no hay motivos para esta tristeza pero, inevitablemente, permanece fiel a mi lado como nada nunca antes lo había estado. Nada más incondicional que la tristeza, nada más seguro que ella. Y a ella me aferro. Y en ella vivo.

En las últimas semanas, no había visitado tanto el blog como hoy; ésta es la tercera entrada que escribo hoy y espero que sea la última, aunque no estoy completamente segura de ello. Estoy aquí, sentada frente a la pantalla, tratando de escuchar algún tipo de música que logre arrancarme una lágrima y poder desahogarme aunque sea a través de una expresión de tristeza. Cuando te has pasado la mitad de tu vida llorando, empiezas a pensar que las lágrimas no tienen sentido, e incluso tu propia mente ha empezado a machacarte para que te des cuenta de que no logras nada haciéndolo. Lamentándome no se consigue nada, pero siento como si tuviese una mordaza en los labios y unas cuerdas apretándome las muñecas y los tobillos para no poder hacer absolutamente nada que no sea estar con este continuo dolor en el pecho.


Siento cierto dolor en el pecho. Apresionándome contra él. En muchas ocasiones, incluso me impide respirar. Es una especie de dolor seco, pero que se hace agudo conforme las notas de piano de las canciones que escucho suenan en los cascos. Él está enfrente de mí, no imagina nada sobre el festival de dolor que hay por dentro; está tranquilo, apacible. En muchos aspectos le envidio, no imagina nada y cree que esto solamente es pasajero. Se enfada si no le cuento lo que sucede, pero ¿cómo explicarle que no hay motivos para ésta tristeza? Que me siento enjaulada por mis propios pensamientos, que me siento en horrible sintonía con mi alma porque he hecho cosas horribles. Porque este terrible pensamiento de querer volver a auto-lesionarme no se desvanece en mi cabeza. Todas las noches me arropa y me abraza sin saber que está abrazando un asqueroso saco de dolor. No, él no se merece ésto, él merece una sonrisa. Pero yo ahora mismo no puedo sonreír. Me torturo, día sí y día también; ¿qué debería hacer? Nunca nadie ha amado mi oscuridad y nadie ha querido permanecer después de haber visto lo que se cuece por dentro. Él no puede ser diferente, no puede sufrir lo que otros han sufrido, no es mi deseo destrozarle más la vida a nadie; necesito alejarme antes de hacer más daño.


Hace frío por dentro, los huesos me queman como si estuviesen fabricados de hielo. Llevo toda la mañana resistiéndome a tener una crisis, como tratando de tirar de mi persona hacia la cordura, sin éxito. No puedo dejar que mi alrededor vea que estoy mal o se preocuparán; ¡se supone que todo va bien!, ¿por qué no puedo evitar sentir punzadas en el pecho? Siento que en cualquier momento se me va a desencajar y todo va a empezar a doler mucho más. Ni siquiera tengo ganas de comer, llevo dos días sin comer nada y nadie se ha dado cuenta. ¿Y qué? Tengo miedo de adelgazar de nuevo, pero no puedo evitarlo, la comida no me pasa por la garganta y llevo más de seis horas delante de una página tratando de estudiar éstas letras que cada vez tienen menos significado para mí. Me duele la cabeza, estoy débil, nadie puede ayudarme, se me están perdiendo las fuerzas. Empiezan a temblarme las manos y no quiero que nadie se dé cuenta, pero no puedo hacer nada para arreglarlo.

No hay nadie aquí que sepa entender una mínima parte de lo que sucede, y parece que tampoco a nadie le interesa. Se me caen las lágrimas como si mis ojos se hubiesen transformado en dos cascadas. Pierdo la fuerza, pierdo las esperanzas. ¿Y si la vida no es para mí?


Ha pasado algo de tiempo desde entonces. Me he encerrado en el baño y he vuelto a llenar mis brazos de cicatrices. Auto-lesionarme con tijeras es muy complicado, no cortan lo suficiente; pero cuando la rabia que sientes contra ti misma cobra algo de fuerza, incluso te parece poco cuando las primeras gotas de sangre te empiezan a resbalar de los brazos. Es más complicado ocultar tus brazos llenos de cicatrices cuando se acerca el buen tiempo, porque todos comienzan a preguntarte por qué vistes manga larga y pantalones cortos si hacen más de 30ºC. Hace algunos Veranos pude utilizar la excusa de que tenía la depilación láser para justificar mi extraña vestimenta, pero ahora creo que tendré que buscar algo más elaborado.

Dañarme me hace bien. Me calma, me ayuda, me refuerza ligeramente -aunque después acabe con muchas ganas de dormir-, y sobre todo me hace volver a poder respirar. El dolor del pecho desaparece después de haberme infringido algo de dolor físico más fuerte, y en general es una terapia horrible -y que jamás recomendaría a nadie-, pero que funciona.

Les prometí a muchas personas que jamás volvería a odiarme hasta el extremo de volver a hacerme daño de ésta manera. Pero nunca he podido cumplir las promesas que implican mi propia seguridad.


Quiero darme algo de tregua, pero mi mente no puede.

Tengo los pies fríos...



Gonna wear that dress you like, skin-tight
Do my hair up real, real nice
And syncopate my skin to your heart beating
~

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