«Lo único que puede dar la medida del amor es la muerte. Al final del verdadero amor está la muerte, y sólo un amor que termina en muerte es amor.» (Milan Kundera)
Ha sido todo en silencio, nadie se ha dado cuenta de que estoy sufriendo. El dolor se ha recluido en mi cuerpo, dentro de mis ventrículos, dentro de mis dedos, dentro de mis huesos. No se ha manifestado externamente de ninguna manera, todo lo que ha sucedido ha estado aquí por dentro. Como un pequeño cáncer, infestando todas las cavidades de mi cerebro. Mis neuronas propulsando con fuerza impulsos eléctricos hacia todas partes, inutilizando mi lóbulo frontal, haciéndome vulnerable a delirios, alucinaciones, al dolor sin ningún tipo de filtro o medida que lo regulase. Sé que en el pasado hubiese estallado en una especie de apocalipsis de dolor, que se hubiese propagado por casa, hubiese creado un ambiente sombrío y sólo habría ennegrecido más los problemas de la gente de mi alrededor. Con los años he aprendido a acunar mi dolor para mantenerlo en lo más profundo de mi fuero interno; con el fin de que, efectivamente, sólo yo sea partícipe del mismo. Me han vuelto a doler cosas que ya pensaba que estaban muertas, y enterradas. Supongo que hay situaciones de las que no podemos escapar, hay cosas que para siempre estarán impregnando nuestras heridas y nunca nos abandonarán, por mucho empeño y esfuerzo que le pongamos. Hay sensaciones, recuerdos, miradas, que siempre se van a quedar conmigo por dentro. Y el hecho de tener que aprender a vivir con ello se ha convertido en una pesada piedra que a lo largo de los años estoy teniendo que transportar. Como un escarabajo pelotero, tratando de subir una montaña. Pesa el doble que yo y ya ni siquiera cuento con ayuda, mis fuerzas se han resumido al mínimo.
Por un lado, siento cómo mi cuerpo -mi fisiología- está tratando de huir del dolor ofreciéndome mil posibilidades y alternativas medianamente aceptables y realistas. Mudémonos, pidamos ese Erasmus, encontremos un trabajo que nos haga irnos muy lejos de aquí. Pero mi racionalidad está queriendo imponerse, ser capaz de hacerme comprender que, aunque nos marchemos en un vuelo a catorce horas de donde me hallo, de lo que estamos tratando de huir se va a venir con nosotros. Guardado en la maleta. Escondido.
Se llama fuga disociativa, ya lo sé. Querer huir del trauma y empezar fuera y lejos de aquí. Lo he estudiado y comprobado mil veces en ésos documentales que nos ponen una y otra vez en la universidad. Parece fácil comprobarlo desde fuera, cuando nos dan las herramientas necesarias para poder afrontarlo y tratarlo en otras personas, pero ¿cómo se trata en nosotros mismos? ¿Cómo se puede apelar a la racionalidad cuando el dolor, en sí mismo, es de un color absolutamente irracional? Soy perfectamente consciente de que mi mundo se está ralentizando, pero es que tenía que hacerlo. Tenía que seguir huyendo o, al menos, tengo que seguir intentándolo. No puedo seguir abrazándome a ésas posibilidades remotas e imaginarias, porque sé que al final de ser hermosas hadas se irán convirtiendo en horribles monstruos que se pasarán las horas de la noche arañándome las espaldas. Sí, aún lo deseo con todas mis fuerzas, porque no quisiera dejar un sólo mínimo resquicio de duda, sólo quiero susurrar las palabras que salen de mi interior, traducir mis sentimientos, y decirlo. Amo.
Tres fáciles, sinceras, y peligrosas letras.
Amo, y ése es mi mayor castigo. Porque no sé hacerlo.
Noto cómo las heridas me están cicatrizando en la piel, pero éso no quiere decir, por supuesto, que vayan a desaparecer. Sé que van a sangrarme de vez en cuando y sé que aún me quedan muchas amargas noches por delante. Pero también sé que, con el tiempo, terminarán borrándose en mi memoria ésos acontecimientos que mi cerebro no está preparado aún para procesar. Si cierro los ojos, cada vez soy capaz de ver menos, de procesar menos, de recordar menos. En otro tiempo ésto me hubiese puesto demasiado triste e incluso me hubiese forzado a mí misma a recordar, pero creo que en la actualidad la disociación me impide hacer semejantes esfuerzos. Parece que estoy empezando a cuidarme un poquito a mí misma.
Y sé que la vida que llevo es un lío,
pero te juro que al verte sonrío.
Como si el mundo estuviera vacío
y fuera tuyo y mío, el fuego y el frío.
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