viernes, 22 de noviembre de 2019

Sólo sé soñar en prosa. ¡Huyes, pero de ti!

«Lo único que puede dar la medida del amor es la muerte. Al final del verdadero amor está la muerte, y sólo un amor que termina en muerte es amor.» (Milan Kundera)


Ha sido todo en silencio, nadie se ha dado cuenta de que estoy sufriendo. El dolor se ha recluido en mi cuerpo, dentro de mis ventrículos, dentro de mis dedos, dentro de mis huesos. No se ha manifestado externamente de ninguna manera, todo lo que ha sucedido ha estado aquí por dentro. Como un pequeño cáncer, infestando todas las cavidades de mi cerebro. Mis neuronas propulsando con fuerza impulsos eléctricos hacia todas partes, inutilizando mi lóbulo frontal, haciéndome vulnerable a delirios, alucinaciones, al dolor sin ningún tipo de filtro o medida que lo regulase. Sé que en el pasado hubiese estallado en una especie de apocalipsis de dolor, que se hubiese propagado por casa, hubiese creado un ambiente sombrío y sólo habría ennegrecido más los problemas de la gente de mi alrededor. Con los años he aprendido a acunar mi dolor para mantenerlo en lo más profundo de mi fuero interno; con el fin de que, efectivamente, sólo yo sea partícipe del mismo. Me han vuelto a doler cosas que ya pensaba que estaban muertas, y enterradas. Supongo que hay situaciones de las que no podemos escapar, hay cosas que para siempre estarán impregnando nuestras heridas y nunca nos abandonarán, por mucho empeño y esfuerzo que le pongamos. Hay sensaciones, recuerdos, miradas, que siempre se van a quedar conmigo por dentro. Y el hecho de tener que aprender a vivir con ello se ha convertido en una pesada piedra que a lo largo de los años estoy teniendo que transportar. Como un escarabajo pelotero, tratando de subir una montaña. Pesa el doble que yo y ya ni siquiera cuento con ayuda, mis fuerzas se han resumido al mínimo.

Por un lado, siento cómo mi cuerpo -mi fisiología- está tratando de huir del dolor ofreciéndome mil posibilidades y alternativas medianamente aceptables y realistas. Mudémonos, pidamos ese Erasmus, encontremos un trabajo que nos haga irnos muy lejos de aquí. Pero mi racionalidad está queriendo imponerse, ser capaz de hacerme comprender que, aunque nos marchemos en un vuelo a catorce horas de donde me hallo, de lo que estamos tratando de huir se va a venir con nosotros. Guardado en la maleta. Escondido.


Se llama fuga disociativa, ya lo sé. Querer huir del trauma y empezar fuera y lejos de aquí. Lo he estudiado y comprobado mil veces en ésos documentales que nos ponen una y otra vez en la universidad. Parece fácil comprobarlo desde fuera, cuando nos dan las herramientas necesarias para poder afrontarlo y tratarlo en otras personas, pero ¿cómo se trata en nosotros mismos? ¿Cómo se puede apelar a la racionalidad cuando el dolor, en sí mismo, es de un color absolutamente irracional? Soy perfectamente consciente de que mi mundo se está ralentizando, pero es que tenía que hacerlo. Tenía que seguir huyendo o, al menos, tengo que seguir intentándolo. No puedo seguir abrazándome a ésas posibilidades remotas e imaginarias, porque sé que al final de ser hermosas hadas se irán convirtiendo en horribles monstruos que se pasarán las horas de la noche arañándome las espaldas. Sí, aún lo deseo con todas mis fuerzas, porque no quisiera dejar un sólo mínimo resquicio de duda, sólo quiero susurrar las palabras que salen de mi interior, traducir mis sentimientos, y decirlo. Amo. 

Tres fáciles, sinceras, y peligrosas letras.

Amo, y ése es mi mayor castigo. Porque no sé hacerlo.


Noto cómo las heridas me están cicatrizando en la piel, pero éso no quiere decir, por supuesto, que vayan a desaparecer. Sé que van a sangrarme de vez en cuando y sé que aún me quedan muchas amargas noches por delante. Pero también sé que, con el tiempo, terminarán borrándose en mi memoria ésos acontecimientos que mi cerebro no está preparado aún para procesar. Si cierro los ojos, cada vez soy capaz de ver menos, de procesar menos, de recordar menos. En otro tiempo ésto me hubiese puesto demasiado triste e incluso me hubiese forzado a mí misma a recordar, pero creo que en la actualidad la disociación me impide hacer semejantes esfuerzos. Parece que estoy empezando a cuidarme un poquito a mí misma. 


Y sé que la vida que llevo es un lío,
pero te juro que al verte sonrío.
Como si el mundo estuviera vacío
y fuera tuyo y mío, el fuego y el frío.
~

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El amor es un secreto sagrado y, pase lo que pase, debe permanecer oculto a los ojos de todos.

«Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros; sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.» (Friedrich Nietzsche)


Después de éste tipo de reacciones emocionales bruscas a las que me somete mi cuerpo, me veo sumida en un profundo abismo de oscuridad. Como una ceguera sensorial. Mi cerebro (mis funciones perceptivas, más bien) pasan dificultades para empezar a procesar toda la estimulación que hay a mi alrededor, y los recuerdos se me entremezclan en un cocktail amargo que me deja un sabor de boca absolutamente desagradable. No soy capaz de recordar demasiado, ni sobre el pasado ni sobre lo que ha estado sucediendo estos días. Una fila de hormigas que transportan recuerdos parecen estar llevándoselo todo con parsimonia. Pese a que alguna parte de mí se esfuerza por recuperar ésos pequeños fragmentos de locura, sé que es mejor que no escrute demasiado en los pliegues, surcos y cisuras de mi cerebro. Bueno, sé que mi hipocampo está obviamente dañado, sé que todo es culpa del estrés post-traumático del que por alguna extraña razón no puedo librarme, y también sé que lo más contraproducente que podría hacer ahora mismo es esforzarme en recordar. No quiero volver a caer en el shock, entre otras cosas, porque es jodidamente complicado de disimular cuando estoy acompañada en casa.

Tener que encerrarme en el baño para poder disimular mi respiración agitada, mientras afuera la gente ríe con la televisión, no deja de ser una situación curiosa. Pareciera sacada de una serie de televisión, pero quién me iba a decir a mí que no son solamente los ex-prisioneros de guerra los que experimentan traumas y recuerdos tan dolorosos que les es complicado continuar con sus vidas tal y como las conocieran.

Sí, ya lo sé. Soy perfectamente consciente de que una prolongada exposición al estímulo puede no producir desensibilización, y probablemente sea yo sola la que está agravando sus síntomas. Debería tratar de ser más fuerte, pero tengo una visión sesgada de la situación. Hay dos fuerzas dentro de mis huesos que tiran hacia un lado, y hacia otro.

De mis huesos.



A veces se hunden debajo de mi piel las miradas de desaprobación. Estás más delgada. Cierro los ojos. Bueno, no me es fácil comer. Los ataques de pánico merman mis ganas de comer, me cierran el estómago y probar un sólo bocado del desayuno esta mañana ha sido todo un reto. Apenas he podido besar la taza cuando mi cerebro ha decidido que un trago de café es más que suficiente para afrontar una mañana de estudio. Pero ¿cómo se enfrenta una mañana así, si lo único que hay en mi cuerpo es confusión y algo de dolor residual? Me siento como si fuese la mañana siguiente de un accidente de tráfico. (No te has ido y ya mi cuerpo a ti te extraña.) Me encantan las voces quejumbrosas, supongo que aún estoy un poco drogada después de lo de ayer. Espero que no se vaya demasiado pronto el efecto del Orfidal; sé que no tienes mala intención, pero estoy atrapada en un cuerpo que me somete, una y otra vez, a éste tipo de torturas impías. Como si estuviese en una sala de cine, con celo pegado a los ojos para que no se me ocurra cerrarlos, y una y otra vez la misma película reproduciéndose. No puedo pararla. Me acosa.



Sé que volveré a recordar, es sólo cuestión de tiempo. Tratar de taparlo, tratar de descargar tierra sobre ello, no solucionará nada. Con el tiempo volverá a emerger, me atrapará y todo lo que podré hacer será pasarme las manos una y otra vez por la cara, tratando de convertirme en una especie de goma de borrar. Intentando llevarme mis demonios. Pero no se van a ir nunca. Estoy condenada a revivir lo mismo, una y otra vez. Mi mente así lo decide. Aunque mi voluntad quiera ser férrea. No te estreses, es normal que suceda, sólo trata de tranquilizarte; sucederá más veces. No sé qué clase de consuelo es ése. ¿Más ansiolíticos? Tienes estrés post-traumático, no es para tomártelo a broma. Nadie me advirtió en aquel momento que hay situaciones que marcan un antes y un después. Si pudiese volver caminando hacia atrás, como creo que estoy haciendo en éstos instantes, lo hubiese impedido todo.

A veces quiero imaginarme a mí misma montada en una máquina del tiempo, regresando a aquel preciso momento en el que decidí que iba a ser buena idea vencer la timidez, para advertirme de todo ésto. De que, desde aquel día, iban a ser pocas las noches que iba a conseguir dormir con tranquilidad. De que a partir de ese día iba a conocer lo que era el maldito dolor mental traduciéndose a dolor físico. Si me veo con perspectiva, veo a una niña irresponsable. O demasiado atrevida. Si me veo con perspectiva, sin lugar a duda alguna, hubiese impedido todo aquello.

Todo. 



Cada vez que he intentado escapar, algo sucede que me vuelve a arrastrar. En muchas ocasiones eres tú, pero en otras tantas muchas es mi ansia de volver a sentir mi felicidad. Llegan algunos meses en los que mi cuerpo está tan destrozado, y mi alma tan cansada, que me rindo a la dulzura del pensamiento. La proyección en el futuro, el deseo de haber cambiado las cosas, la breve, leve, poco intensa esperanza de que algo repentino suceda y cambie mi suerte; aunque sepa que nada parecido sucederá. Me envuelvo a mí misma en un velo suave que no me haga daño cuando roce mis heridas, y me someto a su voluntad.



Estoy tan confusa y tan adolorida que no sé qué hacer.




Me dijo que la besara, que la besara lento.
Como si el mundo se acabara, y se acabó, por cierto.
Me dijo que me callara, que las palabras se las lleva el viento.
Me dijo que la esperara, como si me sobrara el tiempo.
~

martes, 19 de noviembre de 2019

Detrás de cada cosa hermosa, hay cierto tipo de dolor.

«Estoy herido por un ser y sé que su herida es hermana de la mía. Sólo puedo esperar y subsistir sin cuidarlo, pues yo soy su veneno. No podremos ya nunca liberarnos de una amenaza absurda que nos une. Yo soy amor y hago surgir su odio, y si yo fuera odio él también lo sería. Con este malvivir tengo que contentarme y buscar mi socorro en las palabras, esperar, esperar y guardar mi tristeza como un impedimento a mi ardiente suicidio.» (Robert Sabatier)


Quiero llorar, cojones. Ni una sola lágrima estoy consiguiendo arrancar de mis ojos. Ni una sola. En el pasado hubiese sido capaz de llorar hasta deshidratarme, y ahora lo único que puedo hacer es tratar de respirar hondo mientras siento el sudor frío acariciándome las sienes. ¿Es ésto el miedo? ¿Este es el estado de shock que hemos estado tratando tantas veces en la consulta? Ya sé que tengo estrés post-traumático, cojones, lo único que quiero es poder drenar lo que me duele. La amnesia es parcial, no me ha hecho olvidar ciertas cosas que preferiría no conservar en mi cráneo. Si volviera hacia atrás, lo evitaría. Evitaría todo. Si volviese hacia atrás, me hubiese agarrado del pelo y hubiese tirado hacia atrás de mí. Hubiese procurado que me quedase quieta. Que no hubiese movido un sólo dedo. Si pudiese volver hacia atrás lo borraría todo. Para que no me persiga ahora.

Sin duda alguna, si pudiese volver atrás, hubiese hecho todo lo que pudiese para evitar que las cosas hubieran sucedido. Evitaría cruzar una mirada, lo evitaría todo. No evitaría lo malo. No evitaría el dolor.

Lo evitaría todo.



En estos momentos es cuando prefiriese diez mil veces más que estuviese él agarrándome del cuello mientras me insulta y tiemblo. El dolor físico es mil veces más deseable que el emocional que siento ahora. Ahora no me importan las bofetadas. Ahora no me importan los insultos, el acoso, las humillaciones, los moratones ocultos para que nadie me pregunte más de dos veces sobre "mi torpeza". Esto es un cáncer. Preferiría cientos de veces más estar sujeta mientras pataleo y grito para que me suelten. Lo preferiría a ésto. Lo preferiría a las manchas de recuerdos fugaces, a la opresión en el pecho, a las dificultades para respirar, a las noches que no terminan. ¿Qué cojones hago, cómo me libro de ésto? Prefiero mil veces que me volviera a dar una patada, así al menos podría sentir algo y llorar porque me duele. Porque ahora parece que no estoy sintiendo una puta mierda, solamente porque no se me caen las lágrimas. Sólo tiemblo.

Como una estúpida.

Arrinconada en la pared, agarrando mis rodillas y apretándolas contra mi pecho mientras parece que hay algo por dentro que está llevándose todo el aire que intenta visitar mis pulmones. Recuerdo aquellas noches oscuras en mi habitación en las que lo que más miedo me daba era que llegase la luz del día. No más días es lo único que pedía en aquel momento. La cama deshecha, las sábanas hechas un ovillo y llenas de sudor; yo temblorosa en una esquina con los ojos tan hinchados de llorar que apenas si podía distinguir mi propia figura en el espejo. En ésos momentos yo pensaba que me moría, pero no tenía nada que ver con lo que siento ahora.



Recuerdo que por aquel entonces tenía los brazos llenos de heridas. Encontraba cualquier tipo de objeto punzante y, cuando ya no tenía más fuerzas para seguir llorando, el ver la sangre brotar de las heridas era reconfortante. Lloraba un poco más. Yo nunca me perdoné a mí misma porque antes de la visita ya estaba prácticamente rota, lo único que ocurrió es que corté a la gente con mis propios cortes. Hace escasos minutos he vuelto del cuarto de baño, y he vuelto a ver la sangre brotar. 

No ha sido hipnótico, ni placentero, ni siquiera ha conseguido hacerme llorar. Antes incluso sentía un pequeño escozor cuando la cuchilla me cortaba, y ahora no he sido capaz de advertir esa pequeña punzada. Me he quedado quieta, mirándolo, como si estuviese esperando a que el dolor físico hiciese su magia y me trajese al presente. ¿Eso significa que si ahora recibiese una patada en la cabeza, tampoco lloraría? ¿Me quedaría quieta, sin sentir ningún tipo de daño, simplemente, parada mirando hacia la nada? Se agotan las vías de escape. Hacía tiempo que no sentía que las conductas de escape no me servían de nada. 

Me oigo desandar.



Está jodido volver a sentir aire en mis pulmones.



I guess you didn't care
And I guess I liked that
And when I fell hard
You took a step back
Without me, without me, without me
~

También mueren los lugares donde fuimos felices.

«Dejé que tu mente entrara en mí por culpa de la soledad. Fui un hogar para tu visión, pero no podría serlo dos veces. No pises tu sombra, ni pises mi escoba. Yo mantendré tu sombra limpia.» (Leonard Cohen)


Bueno, supongo que ya puedo desahogarme con cierta libertad de nuevo. Quiero pensar que últimamente me encuentro tan tensa porque es Septiembre y se me están juntando más cosas de las que podría soportar en un nivel de estrés que roce la normalidad dentro de mí. Tengo exámenes, tengo también la presión de tener visita en casa y no tener toda la intimidad que me gustaría y, además, tengo la presión de estar nuevamente sufriendo una crisis de identidad que parece ser que no hago más que acrecentar. Ah y, por supuesto, también como se puede comprobar, no hago más que machacarme a mí misma y machacarme porque me machaco. Sí, un sinsentido todo.


Lo que ocurre ahora mismo es que tengo una sensación de malestar en el cuerpo. No sabría muy bien cómo expresarla, porque siempre me ocurre lo mismo al tratar de buscar las palabras correctas o más acertadas para poder verbalizar lo que me ocurre. Y de veras que me gusta hacerlo, porque creo que se logra un mejor entendimiento con mis seres queridos, pero ésto es muy extraño.

Repentinamente me es difícil respirar, mis movimientos se vuelven rápidos y espasmódicos y mis pensamientos se conducen mucho más deprisa a través de mi cerebro. Es como si poco a poco estuviese perdiendo el control sobre mi cuerpo, pero sé que no es una crisis sino que se trata de algún tipo de síntoma relacionado con la disociación. He de agradecer en lo más profundo de mi fuero interno que mi psicóloga me revelase que efectivamente, lo que me sucede es ésto, porque me ha ayudado a entender muchas más cosas sobre mí misma -y sobre mis dolencias, por supuesto-. El caso es que, pese a que sé qué es ésto y cómo se manifiesta, lo cierto es que no he sido capaz de conocer cómo debo combatirlo. Cuando se lo pregunté a mi psicóloga, de hecho, lo único que hizo fue esbozar una sonrisa y encogerse de hombros. «Ojalá lo supiera» es todo lo que me dijo. Esto me desesperanzó. Si tuviese al menos unas cuantas respuestas más, tal vez sabría la dirección en la que debería caminar para deshacerme de ésta odiosa y angustiante sensación.

Parece que voy a tener que seguir buscando.


¿A quién le escribo exactamente? A la nada, al recuerdo, a los fantasmas, a los demonios. Me crujen los huesos de la espalda como si tuviese dos alas heridas replegándose contra mí. Tomo aire, estoy intentando recomponerme y comprenderlo todo. Si cierro los ojos, ahora soy un poco más capaz de poder identificar el problema; ésta mañana la resaca emocional era brutal. Los ansiolíticos casi siempre logran dejarme baldada, pero me cuesta recordar la última vez que me desperté con fuerzas tras tener que haberme medicado. Sólo ha sido media pastilla. Cada día me molesta más mi mente, cada día me canso un poco más de las horribles torturas a las que me somete, ya basta pero yo no soy su dueña, más bien al revés. Debería pensar a la inversa, pero ¿cómo lo digo, cómo lo hago? No quiero recordar. ¿Es ésta la sensación que experimentan las personas que se sumen en el alcohol y en las drogas con tal de no volver a recordar jamás los pensamientos que les atormentan? 

Estoy sentada frente a ella, me he encogido en la silla y me abrazo a través de la ropa porque hace mucho tiempo que no siento mi propia piel. Si me pregunta qué es lo que recuerdo, me invade una sensación extraña. Escalofríos hacen carreras en mi espalda, en mis brazos. No comes, ¿verdad? Bueno, hace algunos días que no pruebo bocado porque los fantasmas me invaden la casa. Se ponen a caminar y me quedo mirándoles los pies, incapaz de mirarles a los ojos.

Ya lo sé, ya sé que el problema está en mí.



No, las palabras no van a cambiar nada. Tan sólo quisiera mirar y que no haya nada. Sumirme en la oscuridad, saber poder enfrentar éste tipo de situaciones sin que el nudo de mi garganta sea cada vez más duro. 



I'm here without you baby
But you're still on my lonely mind
I think about you baby
And I dream about you all the time
I'm here without you baby
But you're still with me in my dreams
And tonight girl, it's only you and me
~

lunes, 18 de noviembre de 2019

Lo único que puede dar la medida del amor es la muerte.

«Estoy tocando fondo en mi demencia. Las alucinaciones se multiplican, ahora con miedo: qué haré cuando me sumerja en mis mundos fantásticos y no pueda ascender. Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré, siquiera, que hay un "saber volver".» (Alejandra Pizarnik & León Ostrov)


Cuando menos me doy cuenta, he vuelto a caer en la misma dinámica de la que pensé que había salido. Es bastante desagradable. Al principio no. Al principio de todo parece como un baño dulce que recorre todo tu cuerpo, es una sensación absolutamente deliciosa. Como una droga, éso es. Me siento invencible, me siento capaz de todo y una alegría profunda me invade el cuerpo. Se me hinchan los pulmones, e incluso diría que segrego serotonina a litros. Si cierro los ojos, lo único que hace mi pensamiento es imaginar. Posibles alternativas, posibles mundos distintos a éste, posibles formas de que sucedan las cosas que ¿quiero? que sucedan. Mi pensamiento se divaga pero, por un breve instante, me siento bien por dentro. Como si todo volviese a estar en calma. En el fondo, sé que no es así y que todo ésto sólo es producto de un híbrido entre mi imaginación y mis más profundos ¿deseos? Conforme pasan los días, se hace menos intenso y se me vuelve a formar ése nudo en el estómago que me dice que he estado pensando como una ilusa idiota, y empiezo a culpabilizarme. ¿Qué hay de malo en soñar con otras cosas? Bueno, sí que tiene muchos matices malos, aunque no me centro demasiado en ellos porque parece que de un tiempo hacia atrás me sienta mal restregarme cosas en la cara. Vuelvo a presionarme a mí misma y tengo que salir de ése bucle degradante en el que me ha metido mi propia cabeza. No es ni mucho menos sencillo, y tengo miedo de contárselo a alguien. Tengo miedo de ser juzgada, como siempre lo he tenido. Enseñarme a mí misma a mantener los labios pegados.


Tengo la ansiedad basal muy elevada. Ésto no es nada nuevo, ya me lo han dicho muchas veces, pero parece que últimamente están juntándoseme todos los problemas posibles dentro del cráneo. No es tan sencillo como parece deshacerse de ellos, al menos de manera natural. No siempre se dispone de las herramientas necesarias para ello, o no siempre se sabe qué hacer aunque las tengas. Ya sé que he recibido muchísimas pautas de elaboración o de reacción, pero ésto no quita que en los momentos en los que mi cabeza está nublada y llena de pensamientos, sepa cómo tengo que organizarlos y jerarquizarlos, apartar lo que es basura de lo que es realmente importante. Es como una mezcla de recuerdos, sueños, preocupaciones, que lo único que hacen es oprimirme más por dentro. Sin contar la estimulación externa que, por supuesto, también colabora a que mi intranquilidad se haga más dura a cada instante.

No sé qué es lo que quiero, tal vez un poco de paz. Algún lugar en el mundo en el que poder notar cómo mi mente se calla sin necesidad de tener que medicarme. 

Esperando que algo pase y nunca pasa nada. Pero no sé por qué soy capaz de tirar la toalla o de mantener firmes mis pies en el suelo.

Me agobia hasta escribir.


¿Quién dice que sólo se puede escribir el dolor desde el desgarramiento de una canción triste? Yo también lo hago desde las canciones alegres. Yo también sé hundir los dedos en la carne del corazón que canta con alegría. Creo que si se me preguntara ahora mismo, en este preciso instante, saltaría a la yugular sin pensármelo dos veces. Como si fuera una bestia herida, como si estuviesen todo el tiempo hundiendo los dedos en la herida. Es algo así en realidad. Trato de estar cosiendo los extremos todo el tiempo pero cuando menos lo espero, se abre. Joder, cómo duele, pero tengo que callarme y afrontarlo como buenamente pueda. Algún día seré lo suficientemente fuerte, lo suficientemente valiente como para decir que he llegado hasta aquí, que valgo más que todo ésto, que mi estado de ánimo depende de mí, que soy la dueña de mi cuerpo, de mis pensamientos, de mi vida. Pero sé que todo esto lo estoy escribiendo desde la fuerza que me otorga éste estado de inconsciencia. ¿Así como estoy ahora? Inconsciente. Me duele sentir, así que mejor dejar de sentir. No sé cómo se hace. Soy la prueba vida de que una persona puede seguir viva no importa cuántas veces la destrocen.

Sigo en pie por algún extraño motivo, supongo que por ése principio de supervivencia que empuja a tantos y tantos seres humanos día a día. Desconocía que yo también lo poseía después de tanto tiempo. Me aferro a la vida con uñas y dientes. Aún sufriendo, aún con mis heridas calientes por todo el cuerpo, aún sabiendo que van a venir más jirones abriéndome la piel.

Es el equivalente a que me estén rajando con cuchillos candentes.



Y si no me acuerdo, no pasó.

En realidad no tengo demasiados detalles de... prácticamente nada, pero los que conservo de vez en cuando consiguen atormentarme durante varios días. Ya desconozco de quién es la puta culpa, sólo sé que estoy cargando yo con las consecuencias. Como siempre. Debía haber un chivo expiatorio y tenía que ser yo, ¿verdad?



Pero no me acuerdo, no me acuerdo,
y si no me acuerdo, no pasó...
Éso no pasó.
Yo no me acuerdo, no me acuerdo,
y si no me acuerdo, no pasó...
Eso no pasó.
~

viernes, 15 de noviembre de 2019

Llegará el día, a pesar del dolor, en el que seremos ligeros, felices y verdaderos.

«No debería dedicarle tanto tiempo al pasado. Ya es suficiente con que tengamos que dedicarle tanto tiempo en contra de nuestra voluntad.» (Milan Kundera)


En situaciones como ésta es cuando me siento un poco ridícula. Quiero decir, tal vez ésto es por mi ansia de querer abordar los problemas de raíz y, para éso, tengo que encontrarlos: me paso horas devanándome los sesos para focalizar la raíz de los mismos cuando lo más probable es que ni siquiera los haya. ¿Tal vez sea ésto una simple condición humana más y ya está? Bueno, la utilización del lenguaje abstracto todavía me resulta algo complicada. Pero no sé cómo explicarlo de manera que no se entienda y que, al mismo tiempo, resulte entendible. 



La disociación es un fenómeno difícil de sobrellevar. Sé que lo óptimo sería que me dejase llevar y que no me revolviese contra ella, pero en más de una ocasión me resulta complicado, porque no sé muy bien qué es lo que está sucediendo, y mi cerebro se vuelve un poco loco. No son pocas las ocasiones en las que me doy cuenta de que hay rostros que ya no puedo recordar, aunque pensaba que iban a quedárseme grabados en lo más profundo de mi fuero interno. Ahora están borrosos y sumamente difusos. Por desgracia, no solamente están relacionados con mi pasado sino también con mi entorno más cercano. Si cierro los ojos y trato de imaginar, me cuesta mucho trabajo volver a recomponer todos los aspectos: mandíbula, ojos, nariz, boca, mejillas. Me paso la mano una y otra vez por delante de los ojos, tratando de convencerme de que es algo pasajero, es algo que me está ayudando, significativamente, a sobrevivir. Es por éste mecanismo que sigo viva, así que más o menos debiera estar disfrutando del mismo. Supongo que la parte de mí más anclada a la realidad sigue tirando hacia el suelo de mi cuerpo. Si cierro los ojos, se me complica todo. Cuento con ayuda de la medicación, pero no son pocas las ocasiones en las que siento que no es suficiente. Y me entra ése miedo paralizante a engancharme a un medicamento, a creer que en una pequeña cápsula o píldora está mi salvación, aquella magia invisible que me ayudará a deshacerme de mis pensamientos oscuros. Ésto no es cierto, ya lo sé, pero a veces huele dulce y me resulta irresistible.



Me paso gran parte de mi tiempo estudiando cómo absolutamente todos los pequeños acontecimientos de nuestras vidas nos marcan, nos hacen cambiar nuestra perspectiva, nos hacen evolucionar o incluso nos hacen enfermar. Pero sin lugar a dudas, creo que es mucho más complicado auto-observarnos y darnos cuenta de que también nos sucede a nosotros. No es un fenómeno aislado, lo que ocurre forma parte de lo que he estudiado, es un proceso normal aunque parezca que quiero permanecer impertérrita, como si a mí no me afectara y únicamente fuese una entidad que puedo observar desde lejos. No, yo también estoy sufriendo de alguna manera aunque ahora mismo sea incapaz de caminar tres o cuatro pasos hacia atrás para tener una visión más amplia de lo que sucede. Si fuese mi terapeuta, me diría que me relajara, pero ésas palabras siempre salen de los labios de quien está convencido de saber la situación del otro. Cada una es diferente. Ponerse en el lugar del otro es muy complicado. Y aunque lo estemos logrando, resulta muy complicado también hacerle comprender a la otra persona que, de verdad, le entiendes porque has pasado por algo parecido. No somos las únicas personas que han pasado por baches en la vida. Caerme está entre las opciones aunque yo no quiera verlo, aunque mi orgullo me niegue ver que soy una persona humana y que, de vez en cuando, y tal vez más que otras personas, tengo que comer tierra.

Desconozco realmente lo que va a suceder mañana, sólo sé que podría cambiar los resultados de alguna forma, está en mis manos. Pero también siento que, por mucho que me esfuerce, será igual. Siento que por mucho que luche, hay causas que estarán perdidas. Hablo como si hubiese estado fallando todas y cada una de las pruebas pero sé por dentro que no es cierto, que sólo es mi lado derrotista tratando de hacerme pensar que voy a caerme otra vez. No pasaría nada, ya lo sé, pero ¿tan difícil soy de entender?



A veces me vienen a la mente pequeños fragmentos, pequeños pasajes, algunos flashbacks de los que mi cerebro parece querer deshacerse. Ya sé que es algo normal después de haber sobrevivido a algunas cosas, pero no deja de ser desagradable para mí. Es como acordarse de un sueño muy lejano, uno que tuve hace mucho tiempo y que fue tan real que no sabría discernir si fue real. Son cosas tan lejanas que yo misma he creado un campo de protección para evitar volver a pensarlas o a recordarlas, pero a veces, pequeñas esquirlas de ésos acontecimientos logran cruzar la barrera y molestarme. Y entonces, me doy cuenta de que he estado reprimiéndolas todo este tiempo. Me estoy protegiendo a mí misma de alguna manera, y cuando entro en crisis, no son pocas las ocasiones en las que me doy cuenta de que vuelvo a esa realidad. Al dolor tan inexplicable que llegaron a sentir mis cisuras. Cierro los ojos. Quisiera que no hubiese sucedido nunca, pero forma parte de mi historia autobiográfica y he de aprender a convivir con ello. Aunque no se lo cuento a nadie, lo guardo por dentro. Aunque no me lo cuente, ni siquiera, a mí misma.

Exactamente, ¿de qué creo que me estoy protegiendo? Bueno, se supone que no hay amenazas visibles o reales ahora mismo en mi entorno, así que ¿qué es lo que me duele? ¿Cuál de esos recuerdos es el que me está molestando ahora mismo? ¿Quién fue el responsable de ese antes y después? ¿Yo misma, o los demás? ¿Fue mi propia enfermedad?



Ahora mismo me vería incapaz de entrar en una crisis aunque sé que debo tener cuidado con mis palabras. Simplemente, ahora mismo el sentimiento que corre por mis venas no es de enfado, sino de tristeza. Y hacía mucho tiempo que no me encontraba triste. No, es enfado contra mi propia tristeza, vivo enfadada conmigo misma. ¿Por qué? No lo entiendo. Tal vez por los mecanismos propios de mi mente, tal vez porque estoy tratando de protegerme, o tal vez porque sigo culpándome por haberlo fastidiado todo. Espera, ¿qué he fastidiado? Sólo estoy enferma y nada más. Me paso la vida luchando contra los estigmas que joden a la comunidad de enfermos mentales, así que ¿por qué me juzgo? Y, sobre todo, ¿por qué parece que me justifico ante los demás, pero ante mí lo único que hago es destrozarme como lo han hecho ellos? Tengo que evolucionar, aún me queda un poco de camino aunque me haya vuelto a desparramar en la misma zanja. Yo creo que hay personas de las que no podemos salir nunca. Cierro los ojos y se me cae una lágrima. Esto ya lo he hecho mil y una veces, no sé por qué estoy sorprendiéndome.

Porque me siento atrapada, me siento como si los tentáculos de un horrible monstruo me estuviesen abrazando una y otra vez, sucesivamente, sin descanso, como si no hubiese forma de escapar. Es como una enorme masa gelatinosa de petróleo repleta de palabras, de miradas, de gestos, que trata de hundirme hacia abajo. Estoy intentando salir de un trauma y aún no me acostumbro a ésa palabra, cada vez que mi psicóloga la dice, me entra un pequeño escalofrío. Todavía me cuesta entender que yo fui la víctima. Espera, ¿no lo fueron los demás? ¿Y si estoy obsesionada? Ya, pero es que éso no lo controlo yo. No puedo controlar mi mente porque, de ser así, haría mucho tiempo que ya estaría encerrada bajo llave.



Volumen a la música y una pastilla de valeriana otra vez entre los dientes. Tampoco soy capaz de encontrar ésa música que consigue calmarme, que es suave y hace que se me encoja un poco menos el pecho. Sé que mi auto-exigencia está sobrepasándome y que, de seguir así, lo único que conseguiré es disociarme más.

Lo estoy intentando, ¿vale?



The second someone mentioned you were all alone

I could feel the trouble coursing through your veins
Now I know, it's got a hold
Just a phone called left unanswered, had me sparking up
These cigarettes won't stop me wondering where you are
Don't let go, keep a hold
~

viernes, 4 de octubre de 2019

Se necesita una considerable dosis de inconsciencia para entregarse sin reservas a cualquier cosa.

«Antes había estado en tu casa, Clara, y te había dicho adiós. Iba a decirte: "no me abandones". Pero te dije adiós. No sabía qué hacer...» (Eduardo Galeano)


La disociación es un fenómeno complejo. Es una de esas dolencias silenciosas, de la que no puedes darte cuenta hasta que alguien más lo percibe. Es como estar y, al mismo tiempo, no estar para nada. Es una forma que tiene mi mente de defenderse; supongo que he hecho bien al tratar de revolverme contra mi inminente destino, pero no puedo decir que no haya sido doloroso en absoluto. Estoy pasando un trámite constante de dolor en el cuerpo que no sé cómo gestionar. No me voy a volver loca, y el mundo tampoco; va a seguir girando allí afuera y no voy a poder hacer nada para evitarlo. Tal vez me gustaría que el mundo se volviese un poco loco, como yo, pero sé que no es el caso, y sé que tampoco debiera desearlo. Ya he estado sumida en el caos más absoluto y sé que no es bueno. Ni para mí, ni para nadie a mi alrededor. Pero a veces siento tantas ganas de romperme por dentro que es inevitable echarlo de menos. No puedo tirarme al suelo y llorar, tampoco puedo abusar de la medicación y mucho menos puedo retroceder un par de pasos que tanto me ha costado dar. Esta vez he sido yo la que ha tomado la decisión de abandonarme, pero éso no quiere decir absolutamente nada. No soy más fuerte, es que me he empujado a serlo, he obligado a mi mente a hacerlo. No fue fácil, pero nada en esta vida lo es para mí.

No me estoy arrepintiendo días después de una decisión tomada con poca deliberación, lo cual es extrañamente raro. ¿Tal vez mi fisiología sabía de alguna forma que era lo que necesito para tratar de recuperarme un poco? A lo mejor mi cuerpo está agradeciéndomelo. Pudiendo volver a dormir, pudiendo volver a siquiera descansar ligeramente. Lo que necesitaba era que todos ésos malos recuerdos se fuesen y, quizás en cierta medida, lo han hecho. Se han ido un poco. No sé si volverán, pero no pienso correr hacia ellos de nuevo. Me ha costado muchísimo.

Muchísimo.


Creo que aún es demasiado pronto como para decir si concretamente, el acto me ha resultado sencillo o complicado. Creo que he creado una disociación a partir de otra disociación, que no soy consciente aún de lo que he hecho. Pero creo que tampoco quiero serlo, creo que esto es lo que debiera haber hecho hace mucho tiempo, pero no podía. ¿Porque estaba más débil? ¿Porque era más frágil? ¿Porque me gustaba agarrarme a un clavo ardiendo? Pues aún no sabría acotarlo muy bien. No sé por qué lo había hecho. Supongo que quería auto-convencerme de que pudiese haber otras salidas, de que realmente las intenciones eran otras o bueno, a saber cuál era la manera que tenía mi mente de engañarme para permanecer. Creo que se requiere un poco de fuerza para levantarse e irse. Estás sentada y te estás abrasando el trasero, la espalda y las manos, pero ahí sigues porque siempre he sido una adicta al dolor. Como quien se engancha a la cocaína, a la heroína o a las benzodiacepinas, ahí sigo yo. ¿Me gusta el dolor y el delirio? Pues lo parece.


Ahora mismo, en estos instantes, si me busco a mí misma, no pudiese decir que me encuentre. Se entremezclan el estrés y la ansiedad, la incapacidad para pensar ordenadamente y la mano que me aprieta el pecho para que no pueda respirar. A veces quiero tomar una gran bocanada de aire y me es imposible porque una especie de fuerza sobrenatural está apretándome la tráquea. Nunca me había sucedido antes. No sé si es una cuestión fisiológica, pero la cefalea intensa durante los días ha desaparecido. ¿Y si es el dolor físico que sentía lo que me ha empujado literalmente a ser más fuerte de lo que soy? ¿Era ésto lo que necesitaba? Pero si antes también me había dolido el cuerpo de ésta manera... Cierro los ojos y no hay nada. Trato de respirar por todos los medios y ordenar lo que quiero decir, decirme a mí misma.

Es evidente y obvio que ha sucedido un progreso, que no soy la misma que hace algunos años y que perfectamente puedo continuar caminando hacia adelante. Quizá porque ahora que creo que no tengo nada, me pesa menos el equipaje. He escuchado muchas veces que las personas más peligrosas son las que no le tienen miedo a nada, las que no tienen nada que perder. Me pregunto si seré una de ésas personas peligrosas ahora.


En cualquier caso, pienso continuar. No es que no quiera caerme, es que quiero hacer todo lo posible por evitarlo. Es la primera vez que he sido egoísta, que he pensado en mi salud y que he podido ser lo suficientemente fuerte como para mantenerme en una decisión así, aunque haya momentos en los que quiera tambalearme y no piense en otra cosa.

Desearía poder librarme aunque sea algunos días de los tediosos flashbacks, pero me es complicado porque aparecen sin avisar. Son como un rayo en el pecho, como una dolorosa certeza, éso pasó y sigue ahí. Me dejan quieta unos segundos y, a veces, meneo la cabeza tratando de desparramarlos por ahí. Sé que no soy la única a la que puede que le duela, pero desde luego, soy la única que se preocupa porque le duele.


Oh, I hope some day I'll make it out of here
Even if it takes all night or a hundred years
Need a place to hide, but I can't find one near
Wanna feel alive, outside I can fight my fear
~

miércoles, 2 de octubre de 2019

Tengo que volver a aprender a pensar, tengo que volver a aprender a olvidar...

«Se nos ha enseñado tanto a aferrarnos a las cosas que cuando queremos liberarnos de ellas no sabemos cómo hacerlo. Y si la muerte no viniera a ayudarnos, nuestra terquedad por subsistir nos haría encontrar una fórmula de existencia más allá del desgaste, más allá de la misma senilidad.» (Emil Cioran)


Quién iba a decirme que la paz iba a encontrarse aquí, justo donde estoy hallándola en estos momentos. Bueno, he de reconocer que a veces he disfrutado de la zozobra emocional, incluso yo misma me he sorprendido buscándola como si en la inestabilidad pudiese lograr ver un atisbo de felicidad. Igual era mi cerebro engañándome, o igual las personas como yo nunca estuvimos hechas para quedarnos quietas en un punto fijo.

Los recuerdos siguen invadiéndome la mente de vez en cuando y no es ni mucho menos sencillo luchar contra las garrapatas cognitivas. El estrés y otros problemas del día a día dificultan la guerra que continuamente está librándose dentro de mis meninges. Quién iba a decirme que huir de lo que algún día anhelé y deseé tanto iba a poder aportarme ésa línea en blanco que mi cerebro ansiaba. ¿En mi interior deseo que ésto continúe, deseo volver a experimentar las mismas sensaciones? No lo sé, pero desde luego necesitaba escapar de ti. Ahora es cuando pienso que nunca fue bueno lo que sentí. Tal vez fue sincero, tal vez fue desinteresado y tal vez fue puro, pero desde luego, nunca fue sano para mí. Hay puertas que tienen que cerrarse.

Para no volver a abrirse nunca jamás.

¿Nunca jamás? La felicidad nunca fue mi estilo de vida.


Tengo que agregar que en ningún momento ha sido una decisión, una obra sencilla. Sé que mis demonios terminarán arrastrándome hasta lo más profundo y no puedo garantizar que esto se termina aquí. Pero desde luego sí que puedo prometerme a mí misma que haré todo lo que pueda por escapar de ti. Todo lo que humanamente esté entre mis dedos será puesto en combate para guerrear como llevo tantos años haciéndolo. ¿Quién iba a decir que iba a ser yo quien sacase entereza de donde realmente no la había? Enfádate o moléstate o trátame de enferma, porque supongo que éso es lo que puedo estar desprendiendo ahora mismo. Pero hay algo de lo que estoy segura ahora mismo, y es que estoy muy orgullosa de mí misma. Sentada detrás de la puerta del baño, en el suelo, mientras las lágrimas estaban corriendo por mis mejillas, sintiendo un dolor tan profundo que estaba perforándome las costillas, supe que había hecho lo correcto. Porque no podía seguir soportando las idas y venidas. Demasiado para mi cuerpo frágil.


Ya lo dejé todo aparte, lo puse todo en una pequeña maleta. ¿Será que mi mente es ahora cuando está empezando a reaccionar y a querer tapiar una puerta para que todo el dolor no vuelva a colarse? Ha tardado demasiados años. Pero estabas convirtiendo mi casa en un lugar donde estaba acumulándose la desidia, el dolor, la frustración y la incapacidad para continuar viva. Literalmente creo que estabas aspirándome por dentro, robándome todo lo que era mío y queriendo controlar los mandos de mi cuerpo. Dejar que eso continuase pasando era abocarme hacia el fracaso. Era consciente, pero hasta ahora no había logrado ser capaz de sacar fuerzas de la flaqueza. Es algo que seguramente tendré que mantener en secreto, guardar en lo más profundo de mi mente, y que creo jamás podré confesarle a nadie. No sé tampoco si alguien llegase a comprender la magnitud de la decisión que he tomado, pero creo que con saberlo yo misma, basta, y es suficiente.

No sé qué pasará en el futuro, no sé si esto acabará pesándome en el futuro; supongo que deberé enfrentarme a muchos más momentos de flaqueza, pero no quiero que sean más causados por ésto. No puedo permitírmelo a mí misma. Me siento como si acabase de escapar de unas garras negras y afiladas que me mantenían presa. Como una especie de síndrome de Estocolmo. La libertad es dulce pero al mismo tiempo deseo la seguridad de ésos dedos.


No, ya no quiero eso durante mucho más. Voy a intentarlo con muchísimas ganas aunque no pueda prometerme nada. Si cierro los ojos, me veo.


You get ready, you get all dressed up
To go nowhere in particular
Back to work or the coffee shop
Doesn't matter 'cause it's enough
To be young and in love
~

lunes, 30 de septiembre de 2019

El silencio está lleno de ruidos —me digo— y no lo oyes, no lo oyes de verdad. Oyes al silencio.

«Si se pudiera romper y tirar el pasado como el borrador de una carta o de un libro. Pero ahí queda siempre manchando la copia en limpio, y yo creo que éso es el verdadero futuro.» (Julio Cortázar)


Si cierro los ojos, creo que no puedo ver la calma. No han sido pocas las ocasiones en las que he creído que alguien se la llevó hace tiempo. Pensamientos que se cruzan hacia aquí y hacia allí incesantemente; sin dejarme un segundo de descanso, sin ofrecerme un poco de tregua. Echo de menos la neutralidad, el estar en un punto intermedio que permita a mis neuronas dejar de descargar electricidad continuamente. Creo que antes podía conseguirlo de una manera más efectiva mediante la medicación, pero estos últimos días parece que me ha sido insuficiente. A veces me dan ganas de abrirme el cráneo para comprobar qué es lo que está mal y tratar de repararlo. Tratar de respirar al compás, siguiendo un patrón, con tranquilidad, se ha convertido en todo un reto.

Una de las peores cosas que puedo estar gestionando es el hecho de continuamente estar dando información acerca de mi comportamiento, de cómo me comporto, de por qué lo hago, y que la gente no llegue a comprenderlo o ni siquiera quiera ponerse ligeramente en mi posición. Soy una persona enferma mental. Pero como no me falta ningún brazo, no tengo ninguna deformidad o, en definitiva, no es visible, a la gente se le olvida. Frunzo el ceño. Yo siempre estoy tratando de vigilar mis palabras para no herir a nadie porque sé lo que duele. Nadie hace lo mismo de vuelta. O a lo mejor a mí me duele más, ¡razón de más para ser cuidadosos con la otra persona!


Llevo algunas noches soñando con aquellas personas de mi vida que en algún momento me hicieron demasiado daño. No sé por qué siguen recorriendo mi mente de vez en cuando. Se supone que, cuando una persona te hiere, tiendes a odiarle. Tiende a dolerte tantísimo lo que te ha causado que, en definitivas cuentas, no eres capaz de empatizar con el hecho de que te haya dañado. No siempre te hieren con intención; en la mayoría de ocasiones, el daño emocional no tiene intención. Si cierras fuerte los ojos, incluso puedes llegar a verlo. Se colorea. Es como una serpiente nadando entre los pliegues y cisuras de tu cerebro. Parece sencillo pero vivo en una nube, en una burbuja, en un lugar que está aquí pero lejos de aquí donde las cosas duelen mucho menos. La gente sabe expresarse a través del arte, de la música, de la escritura. Necesitamos drenar ese dolor. Y tú me hiciste tantas heridas por todo el cuerpo que aún a día de hoy siguen supurando. Se les caen las costras, sale dolor. Cuando decides dejar de tomar el control y gritar, todo deja de ser poético. El dolor se transfigura como si fuese una mariposa saliendo de su capullo y se transforma en lo físico. En lo tangible.


Abandonarlo todo a su suerte y simplemente depender de unas cuantas capsulitas de compuestos químicos se vuelve una tentación demasiado fuerte. Cuando me abandonaste, confié mi sino a cinco Orfidales al día. No era sencillo, ni siquiera era placentero, pero conseguía dormir el suficiente tiempo como para olvidarme algunas horas de mi dolor. Recuerdo que cuando despertaba, volvía a salir a raudales. Era una marea gigante que me abrasaba y me envolvía todo el cuerpo. Pantalla de nuevo. Nunca hubo compasión ni conmiseración conmigo, es verdad. La crueldad que sacudía mi cuerpo ni siquiera era digna de ser humana. Recuerdo que fui feliz, fueron las últimas veces que recuerdo haber sido feliz de verdad. Mi enfermedad me sentenció. Pero los demás también lo hicieron. 

Nunca se me dio bien gestionar y lidiar con el dolor. Para mí siempre había sido abrumador. Siempre he dependido de alguien. Porque si tuviese que encontrarme continuamente tratándome a mí misma, sería sencillamente agotador, y hubiese acabado abriéndome las venas en canal hace muchísimos años. 

Todo duele demasiado. Ya no me lees.


Estoy en regresión y creo que el dolor que padezco es tan fuerte que me está arrastrando de los tobillos hacia atrás. Me encuentro de nuevo en Enero, en Marzo, en Mayo, tratando por todos los medios de quitarme el pelo de la cara y luchar contra el cansancio, contra el hastío; guerra permanente en la que no sirve de nada que se alce la bandera blanca. Si cierro los ojos lo único que me explota en la cara es el dolor, estoy manchada de dolor. Daría todo porque te hubieses ido sin más. El asesino siempre vuelve al lugar del crimen. Si fuese valiente y no te quisiese, no seguiría aquí. Pero permanezco un poco de pie todavía, porque la esperanza es lo último que abandona el cuerpo de los seres humanos cuando están muertos. No es el alma. No son los gusanos. Es la esperanza. Vuelvo a echarme el pelo hacia atrás, ahora me molesta. Quiero quebrarme en cien pedazos, volver a caerme por aquellas escaleras, volver a mirar las paredes blancas desesperada, buscando figuras en el gotelé, sabiendo que me da igual si entra alguien. Me da igual la suerte que corra porque ya estoy muerta. ¿Acaso hay dos muertes? ¿Acaso existe algo más fuerte, más potente, más doloroso?

He luchado mucho. Tal vez de alguna manera sigo luchando. Como los patos que mueven rápidamente las patas debajo del agua, bajo su plumaje blanco. Si cierras los ojos, patalea. No, es que ya no puedo más. Sólo vuelve, joder. Oh, mierda, no debería haber dicho eso. Pero es que lo necesito, te necesito.


Ahora mismo no sé qué es lo que he dicho, porque es el nudo de mi garganta quien está hablando aunque sepa que luego no me arrepentiré.

Vas a verme caer de nuevo y te va a gustar.


Say something, I'm giving up on you
I'm sorry that I couldn't get to you
Anywhere, I would've followed you
Say something, I'm giving up on you
~

sábado, 10 de agosto de 2019

La destrucción es trágica, triste y hermosa al mismo tiempo.

«¿Sabes por qué advierto que estoy envejeciendo? Por este motivo: porque ahora me esfuerzo en hacer más intensas mis sensaciones alegres y atenuar las tristes, mientras que cuando era joven hacía justamente lo contrario. Solía llevar conmigo la tristeza como un tesoro y me avergonzaba de mis ráfagas de alegría.» (Iván Turguéniev)


Cierro los ojos y la música suena muy lento en mi cabeza. Una y otra vez la misma frase, se me hunde el pecho de una manera que hasta ahora no había reconocido; un poco complicado de explicar. En realidad esta sensación dura apenas unos segundos, pero es lo suficientemente intensa como para que me dé cuenta de que está ahí. Sucede cuando se juntan muchas cosas en poco tiempo y me atacan la cabeza con fuerza. La estabilidad nunca estuvo hecha para mí, supongo, y es inevitable que de vez en cuando meta la pata por alguna estupidez. Bueno, tal vez yo no me haya dado cuenta de lo que he hecho; puede que no tenga la capacidad ahora mismo de ser muy consciente o de sobreponerme a lo que me sucede, pero incluso creo que estoy recibiendo alguna que otra presión para siquiera no entrar en crisis. Como si ésto fuese algo que yo pudiese sujetar, quiero decir. Todavía no he visto a nadie pedirle a una persona que tiene un tumor que deje de producir células insanas, pero día tras día veo cómo me quieren enseñar a lidiar con lo que llevo dentro. A lo mejor es que no soy yo. A lo mejor es que hay dentro de mí algo cancerígeno. Vuelvo a tener ése conocido nudo en la garganta y quisiese poder razonar de una forma más pausada, pero las emociones se me atropellan dentro del cuerpo y no sabría muy bien cómo expresarlas sin que arrastren todo lo que observen a su paso. Cuando me encuentro más presionada y estoy cerrando con fuerza el tapón para que no salgan y provocar una bomba atómica, entonces viene alguien que se empeña en empujarlas más hacia afuera. El tapón termina por romperse, y todos mis esfuerzos han sido en vano. Me miro las manos avergonzada, triste por haber intentado todo lo que podía con todos los medios de los que disponía y, aún así, ser insuficiente. ¿De quién es la culpa? ¿Es mía, por el desconocimiento? ¿Es de los demás, porque no saben tener cuidado?


Es inevitable que, a lo largo del día, durante al menos en unas cuatro o cinco ocasiones, termine pensando que la vida no está hecha para mí. O, al menos, para alguien como yo. Cuando las cosas se me hacen cuesta arriba, me es complicado adaptarme a la inclinación del camino, y acabo viéndome a mí misma caminando a gatas, arrastrándome entre piedras y peñones que de vez en cuando se sueltan y me golpean el cuerpo. Todo el mundo está ciego, y nadie lo ve. Por muchas veces que mi voz se transforma en palabras, nadie puede entenderlo. Como si estuviese encerrada en una pequeña cajita de cristal fina. Se regenera con el tiempo, y permite que los golpes entren. Si cierro los ojos, todo lo malo aparece. Tengo los brazos cansados de intentar continuar hacia adelante, pero algo en el interior de mi persona está continuamente me dice que se puede caminar. Hay miedo a la muerte. A la oscuridad. Al vacío, aunque sea todo lo que necesito. Cierro los ojos. Es complicado.


Cuando se me atosigan las emociones intensas, no puedo pensar con demasiada claridad. Pero al menos he aprendido a no despegar los labios cuando sé que mis palabras no van a ser dulces. Siento que se me van a atragantar tarde o temprano, y concretamente hoy tengo el autoestima tan por los suelos que no sé en qué dirección caminar. Normalmente, cuando estoy herida lo único que necesito es estar un buen rato tumbada, tratando de desviar mis pensamientos hacia otro lugar que no sea la herida que me está sangrando en ése momento, tratando por todos los medios de no perder los estribos porque sé que puedo atentar contra mí misma y que eso no será beneficioso para nadie. Hace algún tiempo que decidí que mis emociones y mis problemas sólo debían afectarme a mí, pero esconderlos a los demás me es complicado, y ésto no es por su intensidad sino porque aún no me he acostumbrado a fingir.

He conocido a muchas personas a lo largo de mi vida cuyos verdaderos sentimientos y sensaciones no he conseguido descifrar muy bien. Porque eran unos verdaderos expertos en esconderlos a los demás, en actuar, en fingir que no pasaba nada. Parece que yo aún soy algo torpe en éste sentido, quizás porque nunca he estado acostumbrada o nunca me he entrenado lo suficiente. Por una parte, siento que ésto es positivo, pero por otra parte también siento que decir lo que me ocurre, aunque pueda traer cosas positivas, también traerá cosas negativas. Estoy un poco confusa en ése aspecto.


Por desgracia, además, creo que están volviendo los problemas alimenticios. Realmente no puedo decir que algún día se fueron y dejé de preocuparme por mi peso, pero es que concretamente ahora me miro al espejo y no veo nada que ame. Antes estaba bastante orgullosa de las cosas que había conseguido en el sentido físico, pero en la actualidad gracias a un batiburrillo de muchas cosas que no quisiese enumerar ahora, no me veo yo.

Tal vez es que no lo soy.


Recuerdo que al llegar ni me miraste,
fui sólo una más de cientos
y, sin embargo, fueron tuyos
los primeros voleteos...
~

Debo morir de esta lamentable locura.

« ¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder sopo...