martes, 23 de julio de 2019

Sobrevivir. ¿Es ésto lo que queríamos? Queríamos vivir, no sobrevivir.

«La vida es triste... Dolores, desilusiones, y la nada al final como resultado de tanta inquietud. Pero los hombres pasan junto a la muerte sin fijarse en ella, y aunque no sabemos por qué estamos aquí ni a qué nos conduce nuestra vida, la humanidad grita rabiosamente: "¡quiero vivir!", y éste deseo la engaña y la sostiene. La vida a toda costa, sea como sea; por el placer de vivirla, por el gusto de existir, por la satisfacción de haber nacido.» (Vicente Blasco Ibáñez)


Necesito tranquilidad. Allí afuera todas las cosas están revueltas. No tienen sentido, ni orden. Todo se mueve muy deprisa, a una velocidad que yo me veo incapaz de tomar también. Me es complicado de comprender y explicar, porque lo que yo entendería como echar mortalmente de menos en términos profesionales se conoce como estrés post-traumático. Bueno, después de haber leído mucho sobre el tema, me niego a dar credibilidad a éste diagnóstico. Es cierto que pienso mucho y que a veces llego a la conclusión de que tal vez sea éste el motivo por el cual estoy atormentándome un poco por dentro. Pero sé que todos sabemos en cierta medida que es complicado mantener nuestros pensamientos al margen cuando se trata de cuestiones emocionales. Especialmente si tienes una disfunción que te impide poder controlarlo todo bien.

Yo no sé amar a medias, supongo que ése es el problema. Amo siempre. Amo mucho. Sin medida, sin control, sin ataduras, sin hambre, sin cielo, sin nubes.


Éste es mi pequeño lugar. Creo que si pudiese definirlo, si pudiese transformarlo en una habitación para mí misma, sería una estancia gigantesca, con muchísimos cojines enormes en el suelo, algunas cortinas, y un enorme ventanal en el que entraría aire fresco moviendo las ventanas con suavidad. Las vistas serían a un frondoso bosque con un lago en lo más profundo. Todo en calma, todo en paz. Algunas veces, por las noches, algunas tormentas sacudirían las copas de los árboles, y yo cerraría los ventanales para sentarme en el alféizar de la ventana con un libro, un cuaderno y un bolígrafo entre las manos. Si me diesen a elegir, siempre iría en pijama; uno calentito para cuando las tormentas estuviesen azotando las ventanas, y uno de ésos camisones larguísimos y blanquísimos para cuando el Sol picase a través de las cortinas. Me encantaría poder tumbarme en ésa cama gigantesca mientras escucho tranquilidad a mi alrededor. De ése tipo de relajación que sólo se consigue cuando duermes en el pecho de otra persona y tienes la certeza de que cuando despegues los párpados seguirá allí. Ése tipo de tranquilidad que pocas personas pueden proporcionarte o, más bien, tal vez sólo una. Me gustaría caer en la suposición, tal vez un poco pretenciosa, de que recibiré alguna visita por las noches. Cuando menos me lo espere; cuando más me vea necesitada.


En muchas ocasiones, lo recuerdo. Es probable que, en pro de mi protección y mi propia seguridad, mi cerebro haya decidido abandonar o dejar de lastrar algunos recuerdos que podrían significar un gran peligro para mí, pero hay otros tantos que, al parecer, se ha negado a abandonar. Supongo que a él también le hacen un poco feliz; aunque cueste admitirlo en voz alta. Siempre volvemos a ésos lugares donde fuimos felices, aunque sea simplemente durante unos segundos y aunque sepamos que tendremos que regresar abruptamente a la realidad. Vivir en la continua imaginación es algo que desgasta, supongo que ésa es una de las razones por las que me encuentro cansada últimamente. Desear y esperar son dos actos demasiado valientes, demasiado presuntuosos, demasiado arriesgados. Caemos en el peligro de ser víctimas de nosotros mismos.

Nadie como nosotros para conseguir hacernos el máximo daño posible, porque sabemos exacta y precisamente dónde nos duele.


En honor a la verdad, nunca se me dio bien escribir. Tal vez hubiese una época en mi juventud en la que conseguía hacerme más amiga de las metáforas y todos los recursos literarios que tanto me gustaban, pero llega un momento en el que la mente se estanca. Puedo haber sacado tantísimo de mí que ahora lo único que hago es repetirme en bucle, continuamente, esperando que ésto sea de algún tipo de ayuda cuando, efectivamente, no es así. Quiero dejar de creer en la magia, en las posibilidades, en la ley de la atracción cuando me repito a mí misma continuamente un imposible.

Venir aquí es como vaciarme. Creo que me quedo un poquito sin fuerzas, el cansancio y el sueño me van venciendo y se me cierran los párpados poco a poco. Suelo darme golpecitos en la frente como si éstos me fuesen a arrastrar hacia la realidad, hacia el momento presente, pero desde luego no en todos los casos funcionan.

Bueno, nuevamente parece que debo aprender un poco más de mí misma.


¿Recibiré alguna visita hoy?


Oh my God, I feel it in the air
Telephone wires above
Are sizzlin' like a snare
Honey I'm on fire, I feel it everywhere
Nothin' scares me anymore
~

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Debo morir de esta lamentable locura.

« ¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder sopo...