«El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente.» (Gustave Flaubert)
Después de estos dos días tan extraños, hoy han venido a mi mente algunos resquicios de la conversación que mantuvimos después de que la asquerosa medicación me hiciese vomitar toda la bilis que estaba cuajada dentro de mí. Es como si nadie me hubiese establecido un filtro, como si las palabras por fin pudiesen fluir en mi interior para desahogarme. Hubiese sido un gran alivio que las hubiese volcado en el blog pero, por alguna extraña razón, experimenté la pulcra necesidad de contárselo todo a él.
En muchas ocasiones he pensado que en mí gobierna algún tipo de magia que me hace necesitar dar pena para que los demás me consideren fuerte, o algo así. No es algo que especialmente me agrade, pero ahora mismo escribo ésto bajo los efectos de mi medicación y considero que he de ser lo más sincera posible. Hay muchos aspectos de mi vida que se encuentran tapados por estiércol, y el hecho de que hayan salido me alegra, pero no hacia otra persona. Sé que puedo contar con él para absolutamente todo, pero en algunas ocasiones desearía que mis problemas no le salpicasen. Al fin y al cabo, a quienes amamos y nos aman son los primeros que se ven salpicados por nuestros problemas; y ¿quién no ha deseado dejar de ser un peso extra para los demás?
Lo conté absolutamente todo y, en cierta medida, se consideró culpable. No puedo buscar culpables a éstas alturas de la película, pero sí puedo buscarme en contar las medidas que puedo o debería tomar para que la situación no se repita y, también, para poder remendar las heridas que llevo perennemente en el alma.
Creo que se las he contagiado.
Como decía anteriormente, he intentado volver a probar la medicación anti-psicótica que el médico me recetó y que no fui capaz de tomar por miedo a engordar; efectivamente, noté un gran aumento en mi necesidad de ingerir comida, pero también he sufrido sus efectos secundarios más profundos: he dormido durante días sin parar. No obstante, la tristeza se ha ido para dejar paso a una pasividad un tanto extraña. Como que nada más me importa. Supongo que ése es uno de sus maravillosos efectos: el que las cosas que se te están enquistando en el alma salgan poco a poco. Lo cual no sabría definir aún como del todo agradable o no ya que, en cierto modo, siento que está mal que sea así. Es bastante ambigua mi opinión respecto a ésto en mi vida.
Lo que sí sé es que gracias a esta medicación, lograré dejar de preocuparles. Y ésa era una de mis prioridades. Me sentía una carga tanto para mis padres, como para mis amigos y mi pareja. Ahora mismo, mi estado de ánimo -estable- creo que camuflará con el tiempo todas mis ganas de morir, y lograré, al fin, dejar de preocupar a los demás. Al fin y al cabo, todos tenemos nuestros problemas como para que vengan los demás y nos carguen con los suyos, ¿no?
En otro orden de cosas, mañana son los exámenes. Creo que hubiese sentido un incremento en mi estado natural de la ansiedad ante ésto, pero sinceramente, ahora mismo soy incapaz de sentir nada más que intensas ganas de que todo termine. He pensado en tomar una semana de vacaciones después, pero mentiría si dijera que ésta semana he estado esforzándome y sacándome callos en las manos para poder aprobar. Confío en que ciertos conocimientos que adquirí el año pasado jueguen a mi favor. Aunque, si he de ser completamente sincera, hay algo en mi interior que hace que me dé absolutamente igual el aprobar o no, y ésto es algo que jamás en mi vida había pasado.
Confío en que se pasen pronto los efectos, porque aunque la tranquilidad se asienta en mi vida, por dentro no sigo para nada tranquila.
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