viernes, 20 de abril de 2018

En dos palabras puedo resumir cuanto he aprendido acerca de la vida: sigue adelante.

«El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente.» (Gustave Flaubert)


Después de estos dos días tan extraños, hoy han venido a mi mente algunos resquicios de la conversación que mantuvimos después de que la asquerosa medicación me hiciese vomitar toda la bilis que estaba cuajada dentro de mí. Es como si nadie me hubiese establecido un filtro, como si las palabras por fin pudiesen fluir en mi interior para desahogarme. Hubiese sido un gran alivio que las hubiese volcado en el blog pero, por alguna extraña razón, experimenté la pulcra necesidad de contárselo todo a él.

En muchas ocasiones he pensado que en mí gobierna algún tipo de magia que me hace necesitar dar pena para que los demás me consideren fuerte, o algo así. No es algo que especialmente me agrade, pero ahora mismo escribo ésto bajo los efectos de mi medicación y considero que he de ser lo más sincera posible. Hay muchos aspectos de mi vida que se encuentran tapados por estiércol, y el hecho de que hayan salido me alegra, pero no hacia otra persona. Sé que puedo contar con él para absolutamente todo, pero en algunas ocasiones desearía que mis problemas no le salpicasen. Al fin y al cabo, a quienes amamos y nos aman son los primeros que se ven salpicados por nuestros problemas; y ¿quién no ha deseado dejar de ser un peso extra para los demás?

Lo conté absolutamente todo y, en cierta medida, se consideró culpable. No puedo buscar culpables a éstas alturas de la película, pero sí puedo buscarme en contar las medidas que puedo o debería tomar para que la situación no se repita y, también, para poder remendar las heridas que llevo perennemente en el alma.

Creo que se las he contagiado.


Como decía anteriormente, he intentado volver a probar la medicación anti-psicótica que el médico me recetó y que no fui capaz de tomar por miedo a engordar; efectivamente, noté un gran aumento en mi necesidad de ingerir comida, pero también he sufrido sus efectos secundarios más profundos: he dormido durante días sin parar. No obstante, la tristeza se ha ido para dejar paso a una pasividad un tanto extraña. Como que nada más me importa. Supongo que ése es uno de sus maravillosos efectos: el que las cosas que se te están enquistando en el alma salgan poco a poco. Lo cual no sabría definir aún como del todo agradable o no ya que, en cierto modo, siento que está mal que sea así. Es bastante ambigua mi opinión respecto a ésto en mi vida.

Lo que sí sé es que gracias a esta medicación, lograré dejar de preocuparles. Y ésa era una de mis prioridades. Me sentía una carga tanto para mis padres, como para mis amigos y mi pareja. Ahora mismo, mi estado de ánimo -estable- creo que camuflará con el tiempo todas mis ganas de morir, y lograré, al fin, dejar de preocupar a los demás. Al fin y al cabo, todos tenemos nuestros problemas como para que vengan los demás y nos carguen con los suyos, ¿no?


En otro orden de cosas, mañana son los exámenes. Creo que hubiese sentido un incremento en mi estado natural de la ansiedad ante ésto, pero sinceramente, ahora mismo soy incapaz de sentir nada más que intensas ganas de que todo termine. He pensado en tomar una semana de vacaciones después, pero mentiría si dijera que ésta semana he estado esforzándome y sacándome callos en las manos para poder aprobar. Confío en que ciertos conocimientos que adquirí el año pasado jueguen a mi favor. Aunque, si he de ser completamente sincera, hay algo en mi interior que hace que me dé absolutamente igual el aprobar o no, y ésto es algo que jamás en mi vida había pasado.

Confío en que se pasen pronto los efectos, porque aunque la tranquilidad se asienta en mi vida, por dentro no sigo para nada tranquila.

~

martes, 17 de abril de 2018

No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.

«Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.» (Bertolt Brecht)


Esta mañana -antes de que se jodiera todo- lo hablábamos. 

Sobre el perdón. 

Sobre la falta que hace para poder continuar caminando hacia adelante. No solamente perdonar los actos de los demás, sino también aprender a perdonarnos a nosotros mismos.


En muchas ocasiones, me he quejado -a mí misma, al viento- de lo muy complicado que es no perdonar a los demás.

Él me ha dicho en muchas ocasiones que considera ésto una gran virtud, pero realmente pienso que es un defecto enormemente grande, que debería corregir. Soy incapaz de guardarles rencor a los demás. Inevitable e indefectiblemente, mi mente se sitúa en sus lugares. Trato de meterme en los recovecos de su mente y entender su conducta, tratar de darle algún tipo de explicación a su maldad. Y ésto, obviamente, me ha traído demasiados problemas a lo largo de mi vida. Capaz de perdonar a los demás, pero incapaz de perdonarme a mí misma. ¿Por qué la gente considera que ésto es algo bueno? Me siento mal por no poder guardarles rencor a quienes me hicieron daño deliberadamente. A quienes nos hicieron daño con intención. Les miro, les contemplo, y es que solamente puedo sentir lástima. Lástima porque sus almas están tan podridas que tuvieron que hacerles daño a los demás para poder continuar con su existencia. Porque de otra manera no podrían continuar viviendo tranquilos. 

Hace mucho traté de imponerme a mí misma aquello que mi madre quiso enseñarnos desde siempre a mi hermano y a mí, y que consiste en no tratar a los demás de una manera en que no nos gustaría que nos trataran a nosotros mismos. Y, obviamente, la aplicación de este principio debería terminar cuando empezase nuestra propia integridad. Siempre me había preocupado mi falta de empatía por si resultaba ser una psicópata y ahora observo que de empatía ando más que sobrada.


Perdonar a los demás les concede el poder de hacernos todo el daño que deseemos. Quizás es que he soportado tanto dolor que siento que he tocado techo, y ya soy incapaz de sentir golpes. Soy incapaz de ver maldad, sólo veo dolor por todas partes; en todo lo que escupen, en todo lo que hacen, en todo lo que dicen. Inevitable e irremediablemente. Sólo siento paz hacia los demás. Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, o éso es lo que dicen en la religión cristiana y, bueno, nunca he sido muy religiosa, pero creo que me siento más que identificada con éste mandato. No me corresponde a mí redimir sus actos, he sido la que más se ha equivocado, no debería ser yo quien juzgase a los demás. Me siento capaz de juzgar cosas que yo jamás haría, pero nunca sería capaz de juzgar cosas que yo también he hecho.

Yo también les he hecho daño a los demás. Quizás no con intención, sino todo fruto de mi trastorno; pero sé lo frustrante que es expresar cien veces lo muy arrepentida que estás, dar explicaciones acerca de todo lo que has hecho y por qué, incluso exponer mi integridad física a su merced y, aún así, no recibir ningún tipo de concesión del perdón. Lo cual no solamente me ha destrozado sino que, además, me ha convertido en una persona totalmente diferente.


Perdonarme a mí misma aún es mi asignatura pendiente. Y aunque estoy en proceso de intentar mejorar mi persona -aunque sinceramente, ahora necesito un stop anímico para poder recuperarme de la depresión-, no es fácil. Miro mis actos a través de otra mirilla, mucho más difícil que a la de los demás. Me comporto con más dureza cuando se trata de mí, y mi perfeccionismo, obviamente, me impide caer en ese perdón que con tanta simpleza suelto a los demás.

(Perdonar a los demás es lo sencillo, lo difícil es perdonarme a mí misma.)


(Me quiero morir.)


Ahora me llama...
diciendo que le hago falta en su cama;
sabiendo que eso conmigo no va, ya no va...
~

lunes, 16 de abril de 2018

No sé quién soy ni qué alma tengo.

«En alguna parte, entre el azar y el misterio, se desliza la imaginación, la libertad total del hombre. La imaginación es nuestro primer privilegio, inexplicable como el azar que la provoca. Es la felicidad de lo inesperado.» (Luis Buñuel)


A veces me encuentro como si estuviese completamente fuera de lugar. Como si, al disgregarse mi alma, hubiese perdido una parte muy importante de mi persona. Como si, al dedicarme a otro, estuviese perdiendo completamente mi esencia. Tal vez es que no sepa cómo he de desenvolverme en la vida, quizás haya perdido esa habilidad natural de la que todos disfrutamos. Recuerdo cuando antes pasaba días y días sola, sin la necesidad de hablar o de relacionarme y, ahora, es como un gran peso que cae sobre mis espaldas y, en muchas ocasiones, encima de mi pecho, provocándome dificultad para respirar y hasta pensar con claridad.

Hubiese querido que las cosas fuesen muy diferentes desde un principio. Cuando era pequeña, nunca hubiese podido imaginar una adolescencia así. Era risueña, y me hubiese gustado mantener aquella característica durante mucho más tiempo. ¿En qué preciso instante las cosas empezaron a torcerse? ¿Cuál fue el detonante que hizo que la situación cambiase ciento ochenta grados? Por más que rebusco en los pocos recuerdos que me quedan, sólo encuentro un gran vacío de asfixia opresora del que me alejo por precaución.


Me agobio con desternillante facilidad y poco a poco, día tras día, voy perdiendo la capacidad para poder sentarme frente a los apuntes y poder traducir a la coherencia las frases que he de aprenderme para ser una buena profesional el día de mañana. Conforme más me empeño en leer, más me doy cuenta de lo muy difícil que es. Antes no era así, antes todo era completamente distinto y yo tenía ganas de estudiar, de comer, de vivir. Ahora, una nube negra parece estar ciñéndose sobre mi cabeza pese a que realmente no existan motivos convincentes para ello. No me la puedo quitar de encima.  «¿Has pensado en...?». Sí. He pensado en todas las posibilidades posibles para intentar escapar de lo que me aterra. Y ninguna de ellas ha sido suficiente, o ninguna de ellas ha logrado convencerme del todo.

Supongo que es porque soy una cobarde. Porque ya no solamente me da miedo la gente sino que, además, a mi jocosa lista de fobias se habrán sumado algunas más. Es algo paradójico que nunca te des cuenta de lo que te está sucediendo, de las limitaciones que tu mente te impone con el único objetivo de «protegerse». ¿Protegerse? ¿De qué? No lo entiendo, y eso es lo que me frustra cada día más.



He dejado de hacerlo y supongo que éso podría indicar cierta peligrosidad en el asunto. Nunca se me ha dado bien ocultar mis sentimientos, un torrente de ellos fluye continuamente en mi cuerpo y se me hace bastante difícil disimular las llamas del incendio. Pero si te paras a pensarlo, al fin y al cabo, todo el mundo disfruta de sus propios problemas, y no veo motivos por los que yo no pudiese hacer lo mismo que hacen ellos: tragar y callar. Siempre se me ha asemejado muy difícil, pero poco a poco me acostumbro a que nadie tenga soluciones, a que apenas nadie sepa o pueda prestarme ayuda, y en éso es en lo que me he de refugiar cuando las cosas vayan especialmente mal, supongo.

Si haces una visión panorámica de mi vida, nada me falta o nada me es necesario hasta el punto en que tenga que ponerme a meditar sobre que debo cambiarlo. Presupongo que ésto es fruto de mis continuas quejas. La insatisfacción personal continua en la que me muevo sí o sí. El no darme tregua porque creo que no me lo merezco o, más bien, porque durante todos éstos años han habido muchas personas empeñadas en hacérmelo pensar.



Estoy empezando a cansarme de vivir en un continuo estado de ansiedad.



But I know once in a while we will find
The sound of your heart beats with mine
And when it’s time, I’ll leave the ocean behind
~

domingo, 15 de abril de 2018

¿Sufre más aquél que espera siempre que aquél que nunca esperó a nadie?

«Ojalá coincidamos en otras vidas, ya no tan tercos, ya no tan jóvenes, ya no tan ciegos ni testarudos, ya sin razones sino pasiones, ya sin orgullo ni pretensiones.» (Charles Bukowski)


Habitualmente se define la fobia como un miedo irracional. Aquel que no tiene explicación. Aquel cuyo origen aún es desconocido.

Después de padecer mucho tiempo las fobias en mi cuerpo, ha empezado a parecerme una palabra horrible.


No podría decir que los días son malos, pero sí podría describirlos como completamente vacíos. Ese sentimiento de notar que nada te llena, que nada te hace querer mejorar, que no hay nada por lo que verdaderamente desees luchar. El sentirte sola pese a estar en una casa rodeada de gente; el sentir que, por muchas veces que expliques lo que sucede y pidas ayuda, nadie puede ayudarte. Supongo que lo más grave de éste asunto redunda en que la gente no puede ayudarme de ninguna manera, y esto quizás sea porque carezco de la habilidad para expresarme correctamente. Me apenaría que la gente empezase a darse cuenta de todo ésto cuando ya sea demasiado tarde como para arrepentirse, cuando las cosas estén tan mal que ni yo misma sea capaz de expresar qué pasa.

Un momento.

Creo que éso es justamente lo que está sucediendo ahora mismo, ¿no?


Siento que las palabras carecen de significado. Siento que, por mucho que trate de expresar cómo me siento por dentro, al final estaré diciendo nada. Palabras vacías. Que se las lleva el viento, que nadie recoge o simplemente que no están cargadas del significado suficiente. Pienso que la gente se está acostumbrando a verme los cortes en los brazos, la mirada llena de tristeza o el expresar cientos de veces que deseo morir numerosas veces al día.

Supongo que éso es lo que habrá hecho que deje de ser importante el hecho de que una persona diga lo mucho que le apetece morir.

¿Por qué nunca nos damos cuenta de la gravedad de la situación hasta que es demasiado tarde para arreglarlo? ¿Por qué nunca valoramos realmente las cosas cuando debemos valorarlas? Desgraciadamente en éste saco debo incluirme, pues soy la primera que comete ésos pecados. Demasiado obcecada en mis problemas como para darme cuenta de que no estoy sola. De que no soy inmarescible. De que hay mucha gente a mi alrededor que también sufre, de una manera u otra.

Pero es que veo que, por mucho que trate de intentar ayudarles, no voy a poder hacer nada por ello. Siento la impotencia en mis carnes, el peso de verles sufrir y no poder sosegarles de alguna manera. Mi presencia, en cierta manera, tampoco es tranquilizadora. ¿Qué puedo hacer? Siento que nadie confía en mí, y no les culpo, yo tampoco lo hago.


No sé hasta qué punto puedo seguir echándole de menos. Ya apenas conseguía acordarme de lo muy difícil que es tener a la persona que amas lejos de ti. El dormir por las noches y no tener su cuerpo para acurrucarte o, simplemente, cuando sus brazos están tan lejos que ya no pueden ser utilizados para el refugio. El murmullo cálido por las mañanas, el café que ya no es tan sólo, las sonrisa tonta que se te dobla en la cara cuando le ves agachar la cabeza y todo lo que hay dentro de ti es un sentimiento... muy parecido al que sucede cuando te da un abrazo. Nunca me habían gustado los abrazos hasta que me rodearon los suyos. La mejor medicina.

Pero ahora se ha convertido en un gran peso. En éso que me hace estar sola por las noches. En éso que me hace sentirle distante en ocasiones, cuando siento que no tiene tiempo para mí. Al mismo tiempo, sin poder evitarlo, siento la culpabilidad en mis hombros, por hacerme creer a mí misma que una persona ha de estar siempre dedicada a otra. Hace muchos años me hice comprobar que ésto no era así. Y nadie sabe cuánto me alegro de que mi relación, ahora, no se base en la posesión.

Le quiero. Pero desconozco si ésto es suficiente. Amar cuando se está lejos es realmente duro.


No han cambiado demasiado las cosas. Relativos problemas que califico continuamente de nimios para poder seguir caminando un día más.

Y una enorme necesidad de dormir a su lado para que los latidos de mi corazón dejen de acelerarse.

(Amo su sencillez.)



It's dangerous
To fall in love, but I
Wanna burn with you tonight
Hurt me
There's two of us
We're certain with desire
The pleasure's pain and fire
Burn me
~

viernes, 13 de abril de 2018

Me gustaría parecer fuerte, pero me derrumbo por todas partes

«Estás sola. Estoy solo. A veces, la soledad puede ser una llama.» (Mario Benedetti)


El estrés me consume.

No es ése típico estrés que te invade cuando ves que llega la hora de salir y no estás lista. No es ése típico estrés antes de realizar una presentación delante de mucha gente. Tampoco es ese típico estrés que sientes cuando has comido de más y te sientes culpable por haber cogido un donut más.

Se trata de ésa angustia que sientes cuando ves que estás haciendo las cosas mal, pero no puedes hacer nada más por arreglarlo. Es ése desajuste que experimentas cuando ves que estás dándolo todo por algo y que, aún así, no es suficiente. Las cosas saldrán mal y tú no puedes hacer algo por solucionarlo. El vaso de agua se cae al suelo y se rompe, y tú tienes que preocuparte por recoger los pedazos, limpiar el agua que se ha caído, llenar un nuevo vaso.

Y mientras, no puedes parar de llorar porque sabes que estás haciendo las cosas mal.


¿Cómo puedo ser lo suficientemente valiente como para hacerle frente a la tristeza que me invade cada vez que me siento una inútil? Suelen decirme que no importa nada más que el esfuerzo que vierta en mi empeño, pero es que ya tantas otras veces me han dicho que el esfuerzo no es únicamente lo importante, que también tengo que obtener resultados, que si verdaderamente fuese fuerte y suficiente, las cosas saldrían bien. La vida está llena de los mensajes contradictorios que me hicieron enfermar, realmente soy incapaz de comprenderlos demasiado bien. ¿Soy suficiente, o no lo soy? ¿Estaré esforzándome al máximo? ¿Sucederá que todo va a irse al traste porque no estoy empeñándome lo suficiente en algo que se supone que debería estar totalmente concentrada? ¿Por qué miro alrededor y veo a gente que está segura de lo que hace y de cómo lo hace? ¿Por qué ellos son capaces de tener recuerdos y memoria, y a mí se me ha negado ésa capacidad? ¿Vendrá alguien a ayudarme


Siento que irremediablemente fallaré y decepcionaré a todo el mundo, incluso habiéndome concedido a mí misma una tregua. Mis propios pensamientos me acosan y me abducen como si pretendiesen robarme toda la energía vital. Trato por todos los medios de deshacerme de lo negativo, pues considero que ya he estado demasiado tiempo bajo su apego, pero siempre vuelve. Como un mal sueño, como un mal recuerdo de algo que jamás he experimentado en mis carnes. Las experiencias parecen lejanas y distantes y, por un momento, extrañamente mi mente parece echar de menos algo de zozobra emocional a lo que achacarle la culpa de mi desequilibrio.

Pero no. Todo está bien. Absolutamente todos los aspectos de mi vida parecen estar cubiertos excepcionando ciertos sectores, pero aún así, no puedo evitar estar estresada como si el fin del mundo dependiese de mis manos y yo fuese a cortar el cable rojo sin querer. No puedo decir que estuviese muchísimo mejor hace algunos años, cuando las cosas iban tan mal que solamente quería estar encerrada bajo la cama, pero realmente necesito ayuda; una ayuda que nadie parece saber prestarme. Quizás es porque debería haber elegido mi camino hace muchos años y ya es demasiado tarde para mí.

(Este pensamiento es fruto de mi desconsuelo también en muchas ocasiones. El pensar que ya no hay salvación para mí.)


He estado pensando en realizar algún tipo de viaje. ¿Dónde? Aún ni siquiera lo sé. Mi propio cuerpo está cansado y está pidiéndome con insistencia que abandone éste lugar y vayamos a otro. Sé que no podría empezar de cero aunque me lo propusiese cien veces, sé que hay recuerdos que jamás podré abandonar y también sé que hay un dolor en el pecho demasiado grande como para poder ignorarlo. Tratar de hacerlo solamente lo haría aún más difícil.

Pero es que me duele tantísimo no ser capaz de leer una frase concentrándome. Echo tantísimo de menos poder centrarme. Tal vez sea porque el estudio ya no es mi clavo ardiendo y me he acomodado en la felicidad, y ya no puedo crecer. Tal vez es porque me he dado por vencida y solamente estoy esperando a que la muerte decida visitarme.

Lo he repetido demasiadas veces; tantas, que ha perdido casi el sabor amargo para mí: no sé qué hacer. Pero, sin duda, lo más devastador es saber que nadie tiene la respuesta para esa pregunta. Nadie puede ayudarme.

Estoy sola.


Your faith was strong but you needed proof
You saw her bathing on the roof
Her beauty and the moonlight overthrew you
She tied you to a kitchen chair
She broke your throne, she cut your hair
And from your lips she drew the Hallelujah
~

La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata

«Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.» (Sergio Pitol)


La necesidad de escribir últimamente es acuciante para mí. Quizás porque ha llegado un punto en el que siento que las palabras no son suficientes, o quizás porque entiendo que debe de ser un fastidio para la gente de mi alrededor tener que escucharme día tras día quejándome de mi poca suerte. Imagino que no ha de ser agradable para nadie el tener a su lado a una persona que continuamente ha de estar lidiando con la parte oscura de su personalidad... o quizás soy yo, que estaría dispuesta a dar cosas por los demás que ellos no estarían dispuestos a dar por mí; aunque exactamente no sé muy bien por qué digo ésto, si realmente tengo a mi lado gente maravillosa que hace todo lo posible por tratarme bien y porque me encuentre a gusto conmigo misma y con ellos.

Entonces, ¿por qué no puedo evitar sentirme terriblemente sola? Hay un vacío en mi interior que, de alguna manera u otra, siento que no puede llenarse con nada. Absolutamente todo lo que trate de encajar allí, se saldrá al poco tiempo. Es como si aún no hubiese decidido el camino que tomar y ésto estuviese astillándoseme en el cuerpo. Me pregunto cómo hubiese sido mi vida si yo también hubiese tenido la capacidad y la oportunidad de decidir; si mi cerebro no me hubiese tendido una trampa en la que estoy continuamente cayendo con una torpeza que me sorprende hasta a mí misma.

¿Por qué soy incapaz de aprender de mis propios errores? Parece que padezco algún tipo de tendencia auto-destructiva que me hace amar lo que me destroza. Tal vez es porque aún pienso que, de alguna manera, no merezco ser feliz. La despreocupación, o más bien, que piensen que soy despreocupada y que en realidad no me importa nada, es lo que realmente me mata.

Pero ¿cómo puedo cambiar ésto?


Me esfuerzo realmente todos los días en luchar contra los pensamientos negativos que asolan mi mente, pero nunca soy capaz de vencer contra mí misma. ¿Es luchar contra mis propios demonios lo que está matándome? ¿O quizás el grado de desconocimiento de lo que me aterra es lo que esté acabando conmigo? Tengo la sensación de que en poco tiempo perderé el control sobre mis estribos, me echaré a llorar y a temblar, y entonces habrá empezado nuevamente el ciclo en el que me desconozco completamente.

Quisiera ganar la guerra por una vez. Quisiera llenar el hueco de mi pecho.


En algunas ocasiones he llegado a sentirme tan desapegada de la realidad que no sabía muy bien nada acerca de mí misma. Mi nombre incluso se me olvidaba, y no lograba reconocerme en el espejo. Los estímulos que me mantenían agarrada al suelo parecían querer desvanecerse también y, aunque mis esfuerzos por no desordenarme ahora mismo son frenéticos, la serpiente en mi interior también se mueve fuerte. Tengo la sensación de que la siguiente fase en mi vida será encerrarme en mi habitación, bajo mis sábanas, como solía hacer cuando la tristeza me acosaba antes, y dejarme llevar por todos los pensamientos derrotistas.

Pero no. Ésta vez tengo ganas de vivir.

Y es que cómo puede cambiar la vida de una persona con solamente regalarle una sonrisa. Si todas las personas que han avasallado mi mente con anterioridad simplemente hubiesen decidido tenderme una mano, ahora todo sería tan sencillo...

Pero hay algo que no olvido.


Quizás solamente necesite estar lejos de todo. Abandonar para siempre estas cuatro paredes que durante tanto tiempo me hicieron sufrir; que fueron refugio pero a la vez también cárcel de los sentimientos postergados más agridulces que he sentido jamás. Quizás verdaderamente el lugar no se encuentre en un sitio sino más bien en un refugio cálido donde sientes que todo está bien, donde piensas que la simpleza se ha simplificado aún más.

Sentimientos confusos dentro de mí. A qué, a quién, por qué, cómo.

Cierro los ojos y apareces.

(Aparece.)


Hello from the other side
I must have called a thousand times
To tell you I'm sorry for everything that I've done
But when I call you never seem to be home
~

Y no hay nada peor que un «demasiado tarde».

«Por supuesto que te haré daño. Por supuesto que me harás daño. Por supuesto que nos haremos daño el uno al otro. Pero esta es la condición misma de la existencia. Para llegar a ser Primavera, significa aceptar el riesgo de ser Invierno.» (El Principito)


Porque cuando dices «me dan miedo las arañas», todo el mundo lo entiende; mientras que cuando dices «me da miedo la gente», a veces todo lo que recibes es un «tú lo que tienes es mucha tontería».



Cuando me dieron el último diagnóstico médico, me quedé mirando aquellos papeles en blanco que mi psiquiatra había tardado tanto en redactar. A veces se llevaba las manos a la cabeza, otras veces negaba y chasqueaba los labios como si realmente le estuviese costando muchísimo decidirse entre cuál de las fobias iba a encasillarme. No correspondía con unas ni con otras, a veces padecía comorbilidad entre varias y, en muchas ocasiones, lo que salía de su boca es: «tienes mucho estrés, y es probable que todo ésto venga causado por algún tipo de trauma en tu pasado; ten paciencia». Miraba sus manos teclear en el ordenador, en aquella especie de programa informático en el que guarda todo mi historial; absolutamente toda mi vida está guardada en una especie de sitio donde haces clic y accedes.

Incluso cosas de las que yo ya no me acuerdo están guardadas allí. «¿Por qué no tengo memoria?» es lo que pregunto una y otra vez, pero siempre obtengo la misma respuesta desesperante: «tienes mucho estrés, y es probable que todo ésto venga causado por algún tipo de trauma en tu pasado; ten paciencia». Resoplo. No puedo saber el qué si no me lo dices, pero cree que ya lo sé. No puedo relacionarme con los demás como he hecho hasta ahora. Sí, todos han contribuido un poquito al desarrollo de mis enfermedades mentales. Pero a todos les ha sido mucho más sencillo darme la espalda y seguir con sus vidas, antes que responsabilizarse de sus acciones.

En parte, les entiendo. Muchas veces yo también actúo infiriendo daño a los demás sin querer, y se me olvida preguntarles cómo están, qué piensan o qué están sintiendo en ésos precisos momentos en los que mis palabras pueden haber atravesado su coraza.

Nunca me ha gustado esa palabra. Inaccesible.



No podría cuantificar cuándo comenzó todo ésto. Sólo sé que poco a poco fue adueñándose de mi vida y comenzó a impedirme hacer ciertas cosas. Quedar con mis amigos de toda la vida se convirtió en una verdadera Odisea, cada vez que ponía un pie fuera de casa me asaltaban las dudas acerca de si alguien comentaría algo sobre mi aspecto, mi pelo de colores o mi maquillaje oscuro. Pronto, visitar a mis familiares también se convirtió en una tarea complicada. Me sentía una verdadera deshonra para la familia: yo no era como los demás. Tenía un montón de problemas mentales que me hacían desequilibrarme, venir arriba y abajo; no estaba en disposición de ningún título que me habilitase a trabajar o dijese que era válida para realizar algún tipo de trabajo en concreto, al contrario que los demás. Tampoco vestía como los familiares de mi edad, me encantaba estar sola, las flores, la música que te dejaba los oídos tiritando, y hacer bromas que a nadie le hacían realmente gracia.

Todo lo que recibía cuando visitaba a mis familiares era alguna mirada de condescendencia y de lástima, que habitualmente se seguía de algunas palabras de cortesía como «estudia y esfuérzate». Ya, éso intento, abuela, pero es que a veces me comen los nervios y se me hace muy complicado. «¿tú qué estás estudiando?, haz como tus primas, sácate una carrera». Lo sé, abuela, estoy estudiando lo mismo que la prima. «No les hagas demasiado caso a los abuelos, realmente están muy mayores y no saben lo que dicen». Ya, pero ¿realmente ése motivo esgrime a los demás? ¿O es mi exacerbada sensibilidad lo que me hace percibirlo de una forma desagradable? No, no tienen la culpa. Soy toda yo, que estoy mal.


    
La familia pronto dejó de interesarme o, más bien, dejó de interesarme realizar algún tipo de esfuerzo porque no me afectasen sus -inocentes- críticas. Me sentía inferior, me sentía poco realizada y, lo que era peor, no podía hacer nada para cambiarlo. Todos con sus prometedoras carreras profesionales, todos se bañaban en lujos y comodidades y yo chupaba del bote porque mi estado anímico no me permitía hacer mucho más que permanecer en la cama hasta altas horas leyendo. Cualquier cosa era buena con tal de distraer mi mente de los pensamientos más negativos que provocaban mis ganas de ir a buscar de nuevo un objeto punzante para abrirme las venas. No, tampoco era una persona fuerte. Pero ¿de dónde iba yo a sacar las fuerzas?



Lejos de aquellas personas que sin querer estaban empezando a minar mi auto-estima, quise centrarme en mis estudios. Socializar poco o nada me interesaba; todas las personas parecían idénticas, copias los unos de los otros, más interesados en drogarse y alcoholizarse que en alguna actividad enriquecedora para el alma. Si supiesen las consecuencias que traen las drogas, estoy segura de que mirarían con más cuidado lo que hacen. Sólo tenía que compartir un par de horas a la semana con ellos, pero aún así no podía evitar sentirme asqueada cuando cruzaba la puerta de clase. Todos ellos eran infantiles, no poseían vocación, parecían disfrutar de un capacitismo apabullante y a pocas personas vi demasiado interesadas en hacer algo por mejorar el panorama clínico. En raras ocasiones cruzaba alguna que otra palabra con ellos, pues la mayoría de las chicas lo único que hacían eran molestarme o preguntarme el por qué de mi aspecto, por qué no salía de mi casa, y otro tipo de preguntas totalmente fuera de contexto.

Estar lejos de mi grupo de amigos era realmente devastador. Encerrada en casa prácticamente todos los días sin poder salir o compartir mi tiempo libre con nadie, centré mi entusiasmo en otro tipo de tareas. Cuando caía la noche, todo se tornaba como una mala pesadilla: la soledad en casa, la necesidad de estar junto a mi familia y mi mascota, y un sinfín de preocupaciones realmente triviales me atascaban el cerebro. Ya era incapaz de controlarme y dentro de poco tendría que pasar seis horas al día encerrada con aquellas personas que tanto me habían juzgado.

Los profesores ni siquiera entendían lo que me pasaba, a pesar de tratarse de un riguroso grupo de expertos profesionales en su materia. Pasaron por alto mis necesidades y me hicieron darme cuenta de que yo era irrelevante.

Así que después de aquella tarde haciendo yoga en la que una nueva crisis se sucedió en mi vida, decidí dejarlo todo atrás.



Cuando me trasladé más cerca de mis amigos, las cosas se pusieron aún más difíciles.

Salir a la calle era todo un reto para mí. Quedar con mucha gente me ponía muy nerviosa y, en más de una ocasión, él tuvo que ayudarme a salir porque el estrés se me acumulaba en el pecho y me hacía vomitar. Incluso mis amigas de toda la vida me provocaban ansiedad. Tenía miedo de una mala respuesta, de que me pusiesen en ridículo, o de que dijese algo inapropiado para el momento, de no tener los mismos gustos, de no tener las mismas aspiraciones. Socializar era un infierno y me pasaba los días encerrada. Tuve -tengo- la gran suerte de que él me comprendía y me ayudaba en todo lo que podía. Y esto era realmente impresionante: ¿quién, hasta ahora, se había preocupado por mi bienestar de una forma tan acérrima y dulce? Quisiera pagarle con la misma moneda.

La situación se torcía cada vez más; me era imposible realizar tareas sencillas como hablar por WhatsApp con la gente, y me veía en la obligación de estar varias horas seguidas sin tocar el teléfono, a fin de que mi ritmo cardíaco se desacelerara y pudiese volver a la tranquilidad para así no caer en otra crisis cuando compartiese mi tiempo con otras personas.



Sí, la fobia social sólo fue otra de las muchas secuelas que los demás decidieron dejar en mí.

Sólo espero no haber dejado yo ninguna huella tan horrible en los demás.



Can we pretend that airplanes in the night sky are like shootin' stars?

I could really use a wish right now, wish right now, wish right now
Can we pretend that airplanes in the night sky are like shootin' stars?
I could really use a wish right now, wish right now, wish right now
~

jueves, 12 de abril de 2018

Soy un sueño que entreteje en el sueño y la vigilia.

«Las tardes que serán
y las que han sido
son una sola, inconcebiblemente.
Son un claro cristal, solo y doliente,
inaccesible al tiempo y al olvido.
Son los espejos de esa tarde eterna
que en un cielo secreto se atesora.»
(Jorge Luis Borges)


¿Qué ha cambiado, real y objetivamente, de ayer a hoy?

Ayer a éstas mismas horas me hallaba tumbada en mi cama, llorando como una Magdalena, sin saber muy bien a qué atenerme para poder hacer frente a todo el desastre que me venía encima. Inevitablemente iba a suspender algunas asignaturas -por no decir, y río con amargura, que todas-. Exactamente, ¿qué engranaje en mi cerebro es el que se ha movido para, concretamente, que todo se haya dado la vuelta completamente? ¿Se darán cuenta los demás de éste desequilibrio? ¿Les resultará muy pesado sostenerme incluso cuando estoy cayéndome? ¿Estará él ya aburrido de que le sostenga en la pantalla contando todo lo que me duele? ¿Le dolerá a él también que a mí me duela? Sí, por supuesto, ¡claro que le duele!, ojalá pudiese hacer que le doliese mucho menos de lo necesario.


Mi padre tenía razón en aquello que decía que somos dueños de lo que hacemos, que somos nosotros los que podemos cambiar los entresijos de lo que nos puede suceder. A veces acuden a nosotros vendavales que no sabemos sostener, pero realmente sólo podemos hacer como las hojas del viento: fluir. Porque la vida, al fin y al cabo, llegará un momento en el que sólo sean momentos a recordar, y todo lo que nos quedarán serán las viejas memorias de las sonrisas que se nos han escapado mientras nos veíamos caminar sin que nos importase nada más.

A algunos más que a otros. 

Me pregunto si el paso del tiempo se comportará bien conmigo. Si de verdad hay algún tipo de justicia cósmica o ser celestial que esté allí arriba vigilándolo todo para, algún día, compensarme por todos los castigos que he recibido y los que, probablemente, aún me queden por recibir.

Hoy ha sido un día muy raro.

Raro, y complicado.


Siempre he detestado la metáfora de que mis emociones son como una montaña rusa, incontrolables e impredecibles, porque inherentemente a mi trastorno, éso es lo que he de soportar; pero verdaderamente no habría nada más acertado para describirlas. Hoy estoy arriba del todo y mañana, probablemente, estaré hundida en la miseria. Si hay algo que me ha enseñado el no poder controlar cómo me tomo las cosas, es el hecho de que hay que dejarlo estar. 

Toda mi vida me enseñaron que debía cambiar, que debía mejorar, que debía aprender; estar en un constante estado de aprendizaje para no sufrir, para no hacerme sufrir a mí misma ni hacer sufrir a los demás. Pero con el tiempo, te das cuenta de que dejarte llevar es, en ocasiones, una de las mejores cosas que puedes hacer. Pero no solamente dejarte llevar de una forma negativa y dejar que tu cabeza explote, sino más bien sonreír y saludar. Porque nunca encontré refugio más dulce que una sonrisa de quien verdaderamente estuvo dispuesto a ayudarme. Sin importar un por qué.

O por quién.


Mentiría si dijera que alguna vez he sabido sobrellevar correctamente las relaciones a distancia, y mentiría si afirmara que podré aguantar estable mentalmente un par de semanitas más sin él.

Te amo. Un simple mensaje, sabiendo que existe una sonrisa al otro lado de la pantalla, no tiene precio.

Estoy deseando que me lo repita tan sólo a unos centímetros de mi sonrisa.


Just hanging on the phone
Wishing it's too good to be true
Just me and my lonesome
Ashes on the tray long overdue
~

Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada.

«Mi historia no es agradable, no es suave y armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos.» (Herman Hesse)


La fuerza, escapándose de entre mis manos. El hastío mental al que me hallo sometida, y el no poder tener los medios suficientes para enfrentarme a lo que acontece; por mucha ayuda que pida, tengo la sensación de que jamás será suficiente. Jamás lograré encontrar el camino correcto, siempre terminaré cayendo en la pesada incertidumbre de no saber qué es lo adecuado, no saber qué es lo que quiero, no saber cuál es el punto en el que mi vida se torció tanto que decidí que ser y actuar como otra persona iba a ser lo mejor para mí.

¿Puedo decir que me arrepiento de haber tomado una identidad que no era la mía para así poder sobrellevar la vida? ¿Podría afirmar que en lo más profundo de mi corazón hay una profunda bala que indica que todo lo hice mal? Si lo hice, fue por defenderme... pero la mente siempre trata de encontrar atajos, puentes, construir caminos para defender lo indefendible. Nunca fui yo, nunca estuve viva. Y ahora que lo estoy, el mundo parece tornarse más doloroso, más hostil, más insípido que antes. No tener que fingir no fue un refugio en el que acurrucarme cuando las cosas fuesen mal, no sentir la necesidad de actuar como una persona, lejos de liberarme como debería haberlo hecho, sólo me cargó una pesada losa de plomo sobre las espaldas de la que aún a día de hoy no puedo librarme.

Me pregunto cuántas personas a día de hoy hay en el mundo que sientan algo parecido a lo que siento yo. Me pregunto si podríamos llegar a una cuenta en común para solucionar nuestros problemas o, al menos, no sentirnos tan solos ante el vacío como yo en estos momentos. No puedo llorar ni gritar, todo se ha envuelto en un saco negro que me impide respirar.


La noche es el refugio de mis pensamientos, pero su quietud me ahoga y me oprime el pecho. Nada en la casa se mueve, nadie me escribe, y me encuentro sola frente a mi propia mente. Aquel enemigo que nunca he sido capaz de rebatir; aquel engendro que vive dentro de mí y que trata por todos los medios de asesinarme.

No me gusta vivir aquí, ya lo he dicho muchas veces, me quiero ir con él, allí me siento más viva. Pero no puedo evitar sentir que en casa hay un pequeño trocito de mí que permanece aquí y que se ilumina cada vez que veo a mi madre sonreír. Ellos me apoyan, me escuchan, tratan de comprenderme. Supongo que todo lo malo se esconde dentro de mí y que nunca debió salir. Quisiera volver atrás para deshacer el camino andado, para decirle a mi yo que el camino está equivocado y debería esforzarme más por amarme a mí misma aunque los demás no fuesen capaces de ver toda la valía que se escondía en mi corazón. 

Tengo a gente hermosa a mi lado que no quiero destrozar, pero siento que el monstruo que me intenta comer por dentro sí quieres hacerles cosas malas. No quiero permitirlo. Le amo, no pienso hacerle daño. Cierro los ojos, me abraza, el mundo desaparece. Él está aquí conmigo y todo está bien ahora. Sonrío. Nadie me había amado nunca, es verdad.


No hay tormenta en sus ojos, sus palabras son dulces. Todo por mí. Todo por él. No hay más chicas, me ama a mí. Qué difícil era darme estabilidad, qué sencillo lo haces todo sólo con estar mirándome respirar. Me agobio, por favor, sácame de aquí, no puedo respirar. Vámonos, no pienso permitir que estés mal. Nada más va a pasarte. Cógeme, me caigo, me duele. ¿Qué te duele? Te curo, para siempre contigo. No sé qué hacer. Quisiera poder darte una enorme solución que termine con todos tus problemas para siempre y veas que la vida siempre es bella, pero soy un mediocre y no puedo hacerlo. Eres la única persona que me ha amado, no eres mediocre, ven, abrázame. Lluvia afuera, adentro me acaricia, me hace sonreír, le veo caminar por la calle; él es casa, él es refugio, sus manos son cálidas. 

Así que se podía amar y ser amado sin que te destrozaran...


Me siento delante de los apuntes y soy incapaz de ver nada. Me la han jugado pero bien, ojalá se murieran, no saben a quién le están haciendo daño, ¡estaba haciendo todo lo posible! Tratan de calmarme, pero en mi mente un sinfín de pensamientos han empezado a rodar de un lado a otro. Parece que todo son piedras en mi camino; parece que quiero terminar deprisa, sin importarme el camino. He tenido que dejar de ir a la Universidad porque sentía ansiedad cuando los demás me miraban. No quiero relacionarme con ellos, mamá, me pegan. Lejos estoy bien, lejos estoy bien. No puedo concentrarme. ¿Qué puedo hacer? No entiendo ésta palabra, ¿dónde la busco? ¿A quién le pregunto? No te preocupes, tienes dificultades, todo está bien. Lloro contra la almohada para que nadie me vea. ¿Es éste mi camino? ¿Es realmente lo que deseo o lo que me he impuesto a desear?

¿Cómo puedo escapar...?


Ella, que ha nacido modelo, diva y superestrella,
deja el mundo menos bonito cuando se aleja.
Riendo porque mi alma le llora y queja.
Es una guerrera...
~

Debo morir de esta lamentable locura.

« ¿He odiado yo alguna vez la vida, esta vida pura, cruel y fuerte? ¡Locura y malentendido! Sólo a mí mismo me he odiado, por no poder sopo...