«Las tardes que serán
y las que han sido
son una sola, inconcebiblemente.
Son un claro cristal, solo y doliente,
inaccesible al tiempo y al olvido.
Son los espejos de esa tarde eterna
que en un cielo secreto se atesora.»
(Jorge Luis Borges)
¿Qué ha cambiado, real y objetivamente, de ayer a hoy?
Ayer a éstas mismas horas me hallaba tumbada en mi cama, llorando como una Magdalena, sin saber muy bien a qué atenerme para poder hacer frente a todo el desastre que me venía encima. Inevitablemente iba a suspender algunas asignaturas -por no decir, y río con amargura, que todas-. Exactamente, ¿qué engranaje en mi cerebro es el que se ha movido para, concretamente, que todo se haya dado la vuelta completamente? ¿Se darán cuenta los demás de éste desequilibrio? ¿Les resultará muy pesado sostenerme incluso cuando estoy cayéndome? ¿Estará él ya aburrido de que le sostenga en la pantalla contando todo lo que me duele? ¿Le dolerá a él también que a mí me duela? Sí, por supuesto, ¡claro que le duele!, ojalá pudiese hacer que le doliese mucho menos de lo necesario.
Mi padre tenía razón en aquello que decía que somos dueños de lo que hacemos, que somos nosotros los que podemos cambiar los entresijos de lo que nos puede suceder. A veces acuden a nosotros vendavales que no sabemos sostener, pero realmente sólo podemos hacer como las hojas del viento: fluir. Porque la vida, al fin y al cabo, llegará un momento en el que sólo sean momentos a recordar, y todo lo que nos quedarán serán las viejas memorias de las sonrisas que se nos han escapado mientras nos veíamos caminar sin que nos importase nada más.
A algunos más que a otros.
Me pregunto si el paso del tiempo se comportará bien conmigo. Si de verdad hay algún tipo de justicia cósmica o ser celestial que esté allí arriba vigilándolo todo para, algún día, compensarme por todos los castigos que he recibido y los que, probablemente, aún me queden por recibir.
Hoy ha sido un día muy raro.
Raro, y complicado.
Siempre he detestado la metáfora de que mis emociones son como una montaña rusa, incontrolables e impredecibles, porque inherentemente a mi trastorno, éso es lo que he de soportar; pero verdaderamente no habría nada más acertado para describirlas. Hoy estoy arriba del todo y mañana, probablemente, estaré hundida en la miseria. Si hay algo que me ha enseñado el no poder controlar cómo me tomo las cosas, es el hecho de que hay que dejarlo estar.
Toda mi vida me enseñaron que debía cambiar, que debía mejorar, que debía aprender; estar en un constante estado de aprendizaje para no sufrir, para no hacerme sufrir a mí misma ni hacer sufrir a los demás. Pero con el tiempo, te das cuenta de que dejarte llevar es, en ocasiones, una de las mejores cosas que puedes hacer. Pero no solamente dejarte llevar de una forma negativa y dejar que tu cabeza explote, sino más bien sonreír y saludar. Porque nunca encontré refugio más dulce que una sonrisa de quien verdaderamente estuvo dispuesto a ayudarme. Sin importar un por qué.
O por quién.
Mentiría si dijera que alguna vez he sabido sobrellevar correctamente las relaciones a distancia, y mentiría si afirmara que podré aguantar estable mentalmente un par de semanitas más sin él.
Te amo. Un simple mensaje, sabiendo que existe una sonrisa al otro lado de la pantalla, no tiene precio.
Estoy deseando que me lo repita tan sólo a unos centímetros de mi sonrisa.
Just hanging on the phone
Wishing it's too good to be true
Just me and my lonesome
Ashes on the tray long overdue
~
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